viernes, 28 de diciembre de 2007

Volver

Es una pena que uno no pueda viajar con su biblioteca a cuestas. Si no, ningún exilio sería tal, no se consumaría nunca del todo. Con los libros pasa como con las mascotas, que no suelen decepcionar. Lo malo de los seres humanos es que somos eso, humanos, una fuente inagotable de decepción. Será porque el resto nos importa un comino, y no hay forma de depositar esperanzas, afectos y deseos más que en esas cosas de carne y hueso llamadas personas, lugares. En fin, volver.... esa mezcla de globo naranja, libros-casa y renovado escepticismo. Tenemos el día proustianio, qué le vamos a hacer. Como dice el señorito Millas hoy: "Los momentos comienzan a ser un problema cuando llegan. Las aspiraciones cumplidas incluyen, sin excepción, una glándula liberadora de hiel. Y no se vive de ellas. Se vive de las promesas, de las vísperas, de los proyectos." En fin, ya será para menos.


miércoles, 26 de diciembre de 2007

Wanderlust

"Cuando yo era muy joven y tenía dentro esa ansia de estar en otro sitio, las personas mayores me aseguraban que al hacerme mayor se me curaría ese prurito. Cuando los años me calificaron de mayor, el remedio prescrito fue la edad madura. En la edad madura se me aseguró que con unos años más se aliviaría mi fiebre y ahora que tengo cincuenta y ocho tal vez la senilidad realice la tarea. No ha habido ningún remedio eficaz. Cuatro ásperos pitidos de la sirena de un barco aún me erizan el pelo de la nuca y ponen mis pies en movimiento. El sonido de un reactor, un motor calentándose, hasta el toc-toc de unos cascos herrados en el pavimento producen el viejo estremecimiento, la boca seca y la mirada perdida, las palmas ardientes y una agitación del estómago bajo la caja torácica. En otras palabras, no mejoro; en otras palabras más, el que ha sido vagabundo alguna vez, lo será siempre. Me temo que se trata de una cosa incurable. Expongo esto no para instruir a otros sino para informarme yo mismo." John Steinbeck, Viajes con Charley.
Miro pacientemente cómo pasan los minutos en el reloj, las 7:54AM, hora de California. Dormito, añoro, me desvelo, me rindo al cansancio, consigo dormir, sueño, y en los sueños irrumpe la presencia del mar, me envuelve el recuerdo, el traqueteo de un coche, la sequedad del desierto. Dormito y me despierto, busco el sol, vuelvo a añorar. En el reloj sigue pasando la hora de California, también en mi cuerpo. Y probablemente antes que en ellos, en mi voluntad, en la terca manía de habitar más allá de donde se encuentra uno.
Y luego está este paso de oca por la superficie del frío que tiñe de un gris azulenco el blanco del horizonte, la ciudad. Luego está, sí, la desafección, la pereza por las cosas de siempre, el paso rojo de los autobuses, el tren del sur.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Campo base (o más de lo mismo)

Quizá los viajes de vuelta no tienen víspera, sino luto o más bien impaciencia, inconstancia, desconcierto, esa curiosa ansiedad de todos los estados intermedios que, para variar, vienen cargados de preguntas. No, uno no vuelve más sabio y mejor, sino con más extravíos, con menos soluciones a mano, con la confusa sensación de haber buscado, acaso, donde no era, urgardo donde no debía. Basta con plantear las preguntas de manera incorrecta para que éstas se ensanchen falsamente, parezcan no tener respuesta. Lo que vamos buscando en los ires y venires es lo suficientemente prosaico y concreto, para que la pregunta, planteada de manera abstracta, sea una trampa, retórica, pasatiempo, mise en abîme.
Pero vayamos al campo base: el lugar donde, a pesar de las correrías, las inconstancias espaciales y otras cesuras geográficas, depositamos nuestros afectos, lo que importa, el valor de las cosas que nos definen, las razones para hacer altos en el camino y encontrarse. Quizá el movimiento es incompatible con según qué grados o formas de compromiso, o beneficia la superficialidad en detrimento de las constancias o consistencias de ciertos "estares". Aunque ni siquiera sería eso lo más importante, si no saber por qué moverse, qué está detrás de todo este embrollo.
"Cada yo cotidiano encierra un dilema, una decisión heroica y una tragedia, aunque esta realidad quede en la mayor parte de los casos velada por el sereno cumplimiento del deber y la ausencia de emoción inherente a la normalidad ética." (J. Gomá Lanzón en su Aquiles en el Gineceo).
Probablemente hay una resistencia (que ciertamente forma parte de una visión estética --más que de un "estadio"-- de la vida) a integrarse, a fundirse en el núcelo de la normalidad, en el magma insustancial de los quehaceres y los días. El viaje nos proporciona la excusa, el estado de excepcionalidad, la patente de corso, permite una forma de inquietud sostenida.
Habla Gomá del "injusto desprestigio de la normalidad ética" que el romanticismo, con su defensa de la autenticidad y la unicidad, del genio, habría conllevado. A pesar de su dura reprimenda a los diletantes y otros perpetuadores de la estética del yo, puede deducirse cómo habrían de integrarse, a pesar de todo y de manera disonante, los momentos de excepcionalidad del yo en ese discurso total de lo que normalmente somos (esto es, lo que somos en la normalidad). Podría aducirse que tan pronto como la identidad (o la carga de nuestra narración) se instala en esa otra zona de fractura o de fricción, la distinción entre la normalidad y la excepcionalidad se torna irrelevante, improbable. Sin embargo, en primer lugar, no es este tipo de normalidad ética de la que se trata, sino la socialmente sancionada, la de esa corriente (de lo común que nos concierne, la polis) que nos arrastra con sus tiempos y sus exigencias. En segundo lugar, no es cierto que la tarea sea integrar momentos excepcionales en una corriente más ancha, sino que, al contrario, nuestras aventuras, los huracanes de un yo que fatiga los caminos en libertad, (nos) son tan constitutivas como los momentos de normalidad.
Sea como sea, nos toca ser héroes del día a día y bregar con nuestras disonancias. Y hasta los héroes hacen trampas, ¿o es que acaso no se disfrazaba Ulises? Vivimos con esa tensión entre un yo que se desea único, y poéticamente nacido para la aventura, y una comunidad que nos recuerda que de todas formas habremos de aceptar plena y alegremente que somos mortales y prosaicamente sustituibles. Así que, de momento, sólo un hasta luego a mi cielo con cables y nubes rayadas. Nos vemos en el próximo viaje.

martes, 18 de diciembre de 2007

Las maletas de Diógenes

El primer asalto al caos concienzudamente acumulado deja un resultado desolador, francamente. Ni idea de qué posibilidades me quedan a estas alturas de jugar al Tetris con el espacio, bastante es ya que hago lo propio con el tiempo, y, la verdad, "pa habernos matao", como siempre. Ingenua de mí, creí en un primer momento que el balance al menos sería algo equilibrado.

Pero no. El lado de los papelotes ha crecido mucho en los últimos momentos, aunque no tanto, ni tan exponencialmente, desde luego, como la columna de ensayos geográficos varios y otras insensateces que he devorado con autentico desconcierto estos últimos meses.

Ciertamente, esto tiene muy poco glamour, vamos, ninguno para ser exactos. Lo cual quiere decir que es bastante aproximado, la vida misma. Básicamente, guarrería en los bolsillos y una composición sin encuadre alguno, porque la mayoría de las veces, cuando uno mete la mano en los susodichos bolsillos, no se encuentra ese recuerdo sublime que desencadena la epifanía, no, sino una versión más modesta, ajustada y terriblemente veraz de lo que somos o nos constituye: pañuelos usados y tirando ya a viejos, anécdota menuda, alegre desatino, piltrafilla entrañable de la que es inhumano deshacerse.

El caso es que la pila de ficción (I y II) le va a la zaga a la columna de lo pretendidamente serio, aunque se queda muy atrás, dónde va a parar. Cosa rara, no obstante, porque habitualmente es la que arrasa con diferencia, que ya nos conocemos. En fin, ¡con lo que servidora ha sido!

Esto, en el lado de los haberes. En el lado de los deberes, todavía la cifra es traumática, así que toca emprender caminito de vuelta a la biblioteca. Y eso, por no hablar de la pila de los mapas, guías, recuerdos de lugares fatigados, y demás marabunta espaciosa. Totalmente insensato.

Así que son horas absurdas, más que raras. Este revoltijo de Watts con Compton, de la historia de los riots del 65 y del 92, y más libros de M. Davis, de querer leer en el espacio algo, y pensar si acaso ese "algo" que uno busca mientras desfila por las calles semidesiertas y persistentemente soleadas del sur de L.A., igual no es tal. O peor, es parte de la inquietud escéptica, ansiosa, con que el turista mira el desperfecto, las marcas de una violencia que es, sin emargo, invisible. Quedan tres niñas de piel muy oscura sobre el capó de un coche viejo, las plantaciones y los viveros debajo de las torretas de alta tensión, extendiéndose a lo largo de kilómetros, cuando los barrios empiezan o acaban. La valla que acota, el tren que cercena las calles, las autopistas que encierran y dividen, y nada contienen.
Queda este revoltijo de avenidas y luces, el café que emborrona los mapas, y el frío que me espera, que aguardo. Quedan las tardes con sus preguntas, cuando la vida no se revela o se esconde, y sus habitantes no atienden a razones, no las dan o no las tienen, acaso. Queda la tarea de seguir comprendiendo por qué vamos y venimos, por qué nos movemos, qué diantres buscamos, qué se nos ha perdido allá, o más allá todavía, si es que se nos ha perdido algo y no es más bien lo contrario, nosotros perdiéndonos la pista allá lejos, empezando las búsquedas por el final.
Queda, en fin, saber si volvemos con razones o con excusas.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Desde la playa de la península de Coronado, en la bahía de San Diego, me dice adios el Pacífico. No, yo no me despido del mundo, sólo es que da vueltas, y a ratos, toca acariciar la sombra. Y ya pronto llega el solsticio de invierno, así que volaré cuando el eje de la tierra le esté dando su inclinada espalda al sol. Eso, o cambiar de hemisferio.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Es cierto que casi no encontramos nieve, pues el sol castiga las laderas y en una semana las seca, las despuebla. Y así las hemos ido recorriendo hoy, esa tierra quemada que ya es mi hogar. Pero, por supuesto, no nos íbamos a ir con la manos vacías. De modo que trepamos a lo alto, huellas largas y hondas, y, mientras, hemos ido dando, poco a poco, la vuelta al globo en cada palabra, en una felicidad que ha sido blanca a la mañana -como Alaska-, amarilla y ocre a la tarde -como el otoño de los bosques canadienses-. Y a la vuelta: el valle, nuestras vidas teñidas de azul, naranja y rojo. Un soplo en el corazón. ¿Y para esto, hay cura para esto?

sábado, 15 de diciembre de 2007

El mundo se va cerrando sobre mí, en ese pequeño hueco por el que aún consigo ver el sol de este verano frío, sedoso, querible. Y según se va cerrado el tiempo, los momentos se hacen nostalgia, brillan un segundo y se apagan, se van yendo lejos mientras todavía puedo tocarlos. Ya había olvidado lo que era decir adiós a un lugar, el sabor de las últimas horas. Hemos matado la noche, hemos ardido de sueños y planes, queda saber cómo sobreponernos al día, cómo saldrá adelante la vida. Sin pensarlo mucho, imagino.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Momentos

No se puede ir por esta vida sin un trípode, está claro, porque si no, la luna te baila, se mueve, dibuja querencias, deseos de otros planetas. Hace falta un apoyo, el paso lento de otros, confiar, dejarse descansar en la quietud de los astros. Empiezan a abrirse las grietas, un brillo de fiebre en los ojos, niebla en el cuerpo, y de repente, se hace un grumo, un remolino, una pompa en medio de un tiempo calmo, liso, extendido como un reflejo en el mar. El momento surge y la foto nos sale movida. Supongo que los momentos son al tiempo lo que los lugares al espacio. Un mapa no vale nada si no sabemos usarlo, si no se sitúa entre el cuerpo y el mundo, si no se llena de experiencia, de banderitas rojas que evocan los pasos, los momentos, los lugares. La luna bajando por Hilgard St., la primera visión del Pacífico en Venice, los pelícanos en su vuelo raso los domingos. Los momentos nos tienen, sí, no los tenemos nosotros a ellos. Pero como en todo, se puede hacer trampas, chascar los dedos, toquetear. Yo dejo miguitas. En los bolsillos de los abrigos me olvido aposta restos de los momentos, para que me ayuden a sobrellevar la vida diaria, esta víspera que no acaba. Así que ayer, cuando el frío apretaba sobre los libros y la noche azotaba, cansada, metí la mano en el bolsillo. Toqué un trozo de papel algo rugoso, una tarjeta doblada. Dudé, fruncí el ceño, lo saqué, miré.
"Cedar Lodge. 9966 Higway 140. El Portal, CA 95318". Sonreí. En un insantante, el otoño brotó en mi mano, la carretera serpenteó por mi mente, el valle se hizo profundo, tupido, angosto. Entró como un huracán el recuerdo de Yosemite, el sonido del río y las hojas cuajando en el suelo, el claror de la noche. Epifanías.
Después, volví a guardar la tarjeta en el bolsillo. Bástele a cada día su afán.

domingo, 9 de diciembre de 2007

"Hasta cortar los propios defectos puede ser peligroso -nunca se sabe cuál es el defecto que sustenta nuestro equilibrio interno." Tres hurras por Clarice, y el vicio como salvoconduto.

De lo insensato

Cuesta abajo, le arranco fuerzas al suelo. Sal que absorben mis pies, más pasos, asfalto de nuevo, vuelta al calor de la tarde, un poco de lluvia, neón y café, encuentros. Sobrevuelo las luces rojas de los coches desde el carril más alto, cuando la autopista gira y entra en un nudo vertiginoso, por viaductos esbeltos que se alzan sobre el edificio más alto. Las colinas quedan lejos, el horizonte las empuja y las acorrala, pero el sur se abre y desciende perdiéndose en la niebla. En un segundo, la ciudad se estira y se entrega sin resistencia, se desborda por todos sus lados, verde, amarilla, roja. Circulamos, y al cambiar de ángulo la ciudad vuelve a cerrarse, se repliega, se escorza y se acerca, topamos con los edificios, bajamos a tierra.
El cansancio sigue cayendo como un velo oscuro que adensa los días, alarga las noches, entorpece el paso, hace pesados los párpados. Pero no puede con esta felicidad callada que sopla desde el Pacífico. El cuerpo aguantará hasta el mismo momento en que suba al avión, lo sé. Después, preveo fiebre en el horizonte, el mundo apagándose y amaneciendo tres días después, ya en el 2008. Luego, otra vez a empezar. Cansarse, agotarse, revivirse, y volverse a cansar, llegar sin aliento de nuevo. Habría otras formas menos insensatas de vivir, desde luego, pero todavía nadie ha conseguido darme razones suficientes y convincentes para dejar ésta por otra. Any thoughts on keeping wildlife wild?

sábado, 8 de diciembre de 2007

Día de fuego cruzado en la mente. Metralla, revuelo, espantada. Parpadeo de ideas y el frenético chocar de las partículas. De nuevo en el disparadero. No está claro qué significa ser el que está del lado de las palabras, ni es seguro que vengan, que salgan, que sea posible encontrar el camino hacia ellas. Pero queda un rastro de luz. Viento solar, sí. Es más, "tormentas de viento solar", tal y como las retrata la sonda Hinode. De eso están hechos mis sueños hoy, porque buscan saber del naranja. Esos vientos naranjas que se agitan furiosos a una velocidad impensable, en medio de un vacío cósmico que no tiene sonidos. Ese flujo de gas que el sol escupe, electrizado, encrespado.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Masa crítica

Sí, definitivamente he alcanzado la masa crítica, el cuerpo lo sabe, se queja, la mente se escurre por remolinos absurdos. He llegado al punto justo en que empieza la cuenta atrás, terrible, así que, granito a granito, el número de cosas pendientes, no hechas, por hacer, por ver, las buenas y las malas razones, se han ido sumando hasta la noche de ayer en que empezó a gotear la gotera. Y entonces dormir, es cosa del pasado. El libro que no sé donde he puesto, que me van a cascar, los papeles que me falta por firmar, las dos citas que me quedan, que ya me vale, los dos papers que debería haber terminado, el Westin Bonaventure Hotel que no se me escapará, los Hungtinton Gardens, Pasadena, San Diego, volver al camino del Pacífico, los cincuenta y cuatro libros de la biblioteca que se apilan en el suelo y con los que me tropiezo cada mañana, la difusa conciencia de tener volver, la aguda sensación de este punto del mapa, el descoloque del sol que me recuerda al verano y a una vuelta más de un viaje de agosto. Bolivia, sí, que ha llegado para quedarse. La inteligencia ajena, que me despierta con su brillo dos horas después de matar a Morfeo. El desorden que me acompaña a cada casa que voy, es pegajoso, un revoltijo de enseres que no atiende a motivos. Caos circulatorio. Quiero comer pescado ya, volver a Vancouver, un semestre en UBC, otro en Open University, London, mi ración de Patagonia, el delta del Okavango (falso delta, señores, milagro de las cuencas endorreicas, abanicos aluviales y tierras áridas). Proteste ya, cambie de ubicación. Y... báilame el agua, úntame de amor y otras fragancias secretas, etc.
Implosión. Cansancio, esa mezcla de sueño, hambre y niebla en la mirada que te hace desconectar con todo lo que sucede alrededor, como si mediara un abismo, como si implicarse, participar del mundo, fuese un desgaste mayor, una carrera para la que ya no quedan energías. En los días de cansancio la inquietud no llega a hacerse pregunta, no consigue formarse siquiera, definirse. Se queda vagamente zumbando, amorfamente flotando, fluyendo. Un centro de acción permanente, y el zumbido esparce un mar de azoro, de desconcierto, con cada latido.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Ratones

Lavorare stanca, decía Pavese, y arrastramos los ojos por las páginas de libros y libros que se apilan en las mesas, arrastramos los pies por pasillos que se estrechan y resguardan nuestro cuerpo a la sombra de un mundo que, fuera, arde en el azul y el amarillo, en la sequedad de un viento que hace de la piel algo extraño, innecesario. La deriva en la biblioteca trae siempre sorpresas agradables (hay que dedicar al menos un día a la semana a cultivar a conciencia la dispersión de intereses). Curiosa dinámica la de interiores-exteriores. Diez minutos al sol es suficiente para reconciliarme con la vida; luego, vuelvo bajo los árboles, releo a mis chicos (Thoreau, Muir...) y me peleo con ellos. El paisaje nos afecta, sí, los kilómetros no pasan en balde, hay algo que cambia en lo que éramos al hollar esos caminos. Algo sin lo que ya no podemos entendernos. La pregunta que nos lanza a viajar nos cambia. Pero luego no se sabe por dónde continúa la historia, uno no siempre acierta con el hilo del que tirar. El argumento se queda a medias. Entonces, llega el café o el chocolate, los paseos, esa zona intermedia que se abre con la última luz, cuando la gente empieza a mirarse con más complicidad.
Después, de vuelta a la biblioteca voy soñando que los ratones se hayan comido los libros, invento un pequeño apocalipsis mientras los cuerpos se inclinan, meditan, reposan. Me sumerjo en círculos de luz cada vez más pequeños, hasta que claudico. Entonces emprendo el camino hacia la oscuridad de la parada del bus. Podría estar toda la vida aquí y sería incapaz de molestarme en mirar los horarios. Así que consumo tontamente una hora más para la última fotosíntesis, a la luz mortecina de la farola, mientras los tanques circulan escupiéndote su ruido, su furia, su exhalación.
El tejido de vida dentro del bus es impresionante; si no ocurre ninguna desgracia mayor, ningún exabrupto, enfado o desgaire, la cosa transcurre al ritmo de las pequeñas miserias, como ese gris sucio de los cristales, como la podre que trepa confundiéndose con los cuerpos. La lucha cotidiana se desploma en los asientos. La señora que se sube en mi parada se come un plátano y quita la piel a la vida con su relato, la queja puntual a su compañera de tres asientos más atrás. El resto dormitan, cabecean, desesperan, no miran, no sueñan ya con los jardines que habrán de arreglar otra vez a la mañana que siga a la noche. Se esconden tras sus capuchas, atrincherados. La chica que ocupa dos asientos con su cuerpo curtido en mil fast-food, se enfrasca en su ritual particular, le da tiempo a vestirse y desvestirse, maquillarse, reorganizarse la vida en su macro-bolso, y todavía mirarse en la indiferencia del cristal.
Al final, el autobus me vomita en una calle cualquiera, igual no se ve nada, salvo lo que los faros que uno lleve iluminen. Cruzo el umbral, me venzo en las palabras, sueños árticos. Hoy me han regalado un poema, sí, y una afirmación que viene a decir que un viaje es una pregunta. Como si tuviéramos un imán en el estómago, reptamos por la tierra, impelidos por un centro sobre el que gravitamos. El cuerpo pregunta al mundo de qué vivir, cómo, con qué sentido.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Los domingos por la noche hay que poner siempre dirección Norte, nos pille donde nos pille el domingo, siempre lanzarse al camino, a la carretera, a la calle, al pasillo, pero en dirección Norte. Poner Richard Hawley (entradas en The Troubadour para el 13 de diciembre, ¡bingo!) y dejar que nos acompañe su voz unos cuantos metros, hasta que el sueño nos venza en una esquina, acurrucados en los huecos de la noche, abrazados al cuerpo caliente de la madrugada, sin pena, sin culpa. El lunes amanece entonces libre de rutinas, despistado, en un hogar nuevo de luces blancas, con palabras desperezando las horas. Pavement e Ian McEwan. Un vistazo rápido al mapa, Tacoma, Seattle y Port Angeles. Suficiente para empezar a soñar. Después, tropezar con uno mismo el resto de la jornada, resucitarse a empujones.
El domingo ha sido generoso conmigo, excelente cosecha: besos y felicidad desde Londres --lo que más me alegra y me llega--, y sol y levedad en el cielo en L.A. Un esqueleto de nubes a primera hora, formaciones cambiantes de media mañana y claridad a las cuatro de la tarde con el viento barriendo las colinas. Moderación en el Amoeba Music del Sunset Boulevard: un par de discos de Don Edwards, Iron&Wine, Marianne Faithfull, y ataque en la planta de arriba al western de John Ford y el documental "Manufactured Landscapes", de ese genio de la fotografía llamado Edward Burtynsky. Después, inmersion en McCarthy/Coen Brothers. "No country for old men", y el rostro cansado de Tommy Lee Jones, que sigue, como siempre, inmenso. Bardem da literalmente miedo, pero lo clava, hay que reconocerle al chico el mérito. El paisaje de la frontera es simplemente el paisaje. Texas, la rudeza de esas tierras semi-áridas, el horizonte inabarcable, la parquedad de gestos y las soledades, la sinrazón, el río Grande. Los moteles. Resulta un curioso cruce entre la vuelta al mejor espíritu de "Fargo" y la tierra polvorienta y reseca de "The three burials of Melquiades Estrada", sus lugares en medio de la nada, esos personajes olvidados del mundo, apartados. En este caso no hay venganza, ni redención, sólo camino, abandono. Locura. Bloodlust, America's soulless.
Para terminar de celebrarlo más Ben&Jerry's, tres libros de Barry Lopez, sus sueños árticos y sus notas de campo, y más Cormac McCarthy. Mientras, pienso en la épica, en el movimiento, y cruzo los dedos para que amanezca un Londres lleno de buenas razones. I'll be around, calling coyotes.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Repescas

A estas alturas está más que claro que cada lugar tiene sus exigencias, y, por ende, sus ritmos, sus texturas, corrientes y resistencias. L.A. se ha hecho de rogar, es cierto, pero era cuestión de rondar al monstruito urbano. Finalmente, he caído rendida a sus pies. Me agarró, eso es todo, me estoy encariñando; así que preveo que me habrán de meter con palanca en el avión. Gosh!
De vuelta por los viejos aforismos lugareños, repesco éste: "Los lugares, como los párpados, se abren, se cierran. Como las luces, oscilan. Como las penas, nos consumen, nos muerden por dentro." (Sí, emprendo el largo viaje vila-matasiano, y me cito a mí misma.. ¡qué modelna!).
En mi mordida, queda un restaurante cálido en el centro de Flagstaff, el paseo en la noche fría y oscura con el tren cortando el paso y su silbido frenético. Las pintas y el silencio, el ronroneo del movimiento, la inercia de la carretera. El globo es anaranjado, lo pongo en el pescante, para que te hable de días cálidos, de la fraternidad, del empuje que nos reflota, o el del peso que desaloja el agua y nos deja respirar, por fin. Para que te hable de la esperanza, de una luna que aparece sobre los Vermillon Cliffs a las cinco de la tarde; sobre las ganas, sobre una montaña de energías que se esparcen por el mapa, aquí y allá.
Después de la lluvia de ayer, la claridad del cielo me ha traído de vuelta a las colinas, entre palmeras que el viento alborota, doblega, desordena, enreda dibujando líneas oscuras en el azul de la mañana. Hoy estoy en huelga, sí. He colgado la pancarta en la ventana: "On strike. 'Cause space matters!"
Quizá somos nosotros los que nos agarramos a los lugares, en la primera huida, y esa capa superficial de nosotros que sí puede dejarse atrás, nos deja libres un instante: libres para abrazarnos a lo nuevo con la excitación de los descubrimientos, libres para ser otros temporalmente. Hasta que saturamos los nuevos lugares con los virus del yo otra vez. Los ponemos perdidos de nosotros, y ya no aguantamos más en ellos. Swapping places. ¿Cómo hará la gente para vivir siempre en la misma casa?

viernes, 30 de noviembre de 2007

Hoy me desayuné el cielo del Paraná, los aromas de La Recoleta y el sol ya casi veraniego de las lagartijas. La música sonó a tiempo pasado, acompañó el misterio de las latitudes. Espero respuestas todavía, como cada mañana, como cada segundo, mientras el planeta se expande, se contrae. Llueve en L.A., y yo pensando en las paradojas de la amapola. “Las semillas de la amapola --cuenta W. G. Sebald-- crecen por doquier, y si de improviso un día de verano nos sobreviene la miseria como si de nieve se tratase, no deseamos más que ser olvidados en un futuro.” Planta de las mieses, flor de los residuos, una vida roja de incierto origen, de tambaleante futuro.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Cerezas

Las afinidades como referencias, o las referencias como afinidades, y "tirar del hilo": sacas un nombre, un título, un lugar, una idea, y como las cerezas, todo lo demás sale a pares, en cadena, a raudales, es tan fácil. Es cierto que las cosas caen por su propio peso, y así uno puede soltar lastre, viajar más ligero, más tranquilo. Desconozco si sigue teniendo vigencia la teoría de los "seis grados de separación", pero los llamados "mundos pequeños" tienen su sentido, y por supuesto, su lógica (también socio-económica, camaradas). Además está el hecho de la inevitabilidad de que uno deposite, al final, el mayor peso, o la mayor carga de su vida en un mundo de referencias más o menos pequeño/más o menos amplio (sin prejuicio, claro, de aumentar la comprensión, empatía o pura "soportabilidad" de otros mundo ajenos, lejanos o que nos atraen poco). Existe una "zona de comodidad" psicológica, social, emocional, para cada individuo, eso es obvio. Que sepamos/queramos transcenderla, es otra cosa. Pero el valor de ese gesto, aun cuando parece indiscutible, no es una vara de medir quizá tan transparente. Se nos pide que vivamos como humanos, no como héroes, y nuestra comprensión básica tiene los límites de nuestros horizontes vitales. ¿O no? ¿En qué falacia he caído esta vez?

En cualquier caso, no se trata de coincidir en los contenidos de las cosas, o en las respuestas a las preguntas, sino en el terreno en que se despierta la inquietud por esas cosas, en el lugar de esas preguntas. El campo de futbol o la pista de tenis, la cancha de baloncesto. Por ejemplo, ¿qué nos queda del 68, entonces? Si es cierto que la política estaba en todos los estratos de la vida, las luchas privadas siguen teniendo vigencia como luchas políticas. Pero si no es cierto que lo político tenga esa capacidad de infiltrarse en lo que somos/hacemos, caben respuestas privadas sin culpabilizarse. La perversión, claro, sería pensar que lo político se "infiltra" ("como si" -ay- lo político se infiltrara y no hubiera estado ahí desde el principio..... Y entonces los libros de Gopegui eran tan políticos al principio como al final, y un hueco es una cuestión política por excelencia, lo común de los mortales. Si es que lo indiscreto da para mucho....)

En fin. ¿Por qué esta súbita empanada de preguntas? ¿Qué se ha hecho, señoritas, de los célebres fraseos de Lucía? Bueno, quizá I'm on the mood again, quizá la esperanza de la vida, de los otros, la llevamos tan dentro que ni nos acordamos, quizá no son los lugares, son las personas las que nos ponen en el disparadero. Recordemos cómo empezaba todo el lío tesínico, con Wallace Stevens: "Life is an affair of people not of places. But for me life is an affair of places and that is the trouble." Y en realidad, las dos cosas son lo mismo.

Y para que mi dispersión no disminuya, cuando la montaña de tareas amenaza con convertirse en tsunami, me pondré a leer sobre la historia ecológica del sur de California, una delicia.

Pliegues

Si hay un cielo a donde van los que huyen, en él están también los que se esconden y los que olvidan. En la tierra, suelen actuar según el mismo patrón. Por eso a veces nos intrigan los silencios de los demás, las miradas esquivas, porque creemos que en esos silencios podríamos encontrar las razones que buscábamos, como si los que huyen, huyeran todos de lo mismo. A veces es así, a veces no. La vida, ese a veces. Aunque sí suele pasar que lo indiscreto es lo común de los mortales. Puede que sea lo público, la "aparición" o la emergencia, lo que nos constituye, pero siguen siendo las luchas privadas y las razones lo que permite entender el orden de las acciones. ¿O es sólo este sesgo hacia lo personal que lo inunda todo?
Es curiosa la disimetría que se da entre palabras y cuerpos. Ambos suelen cubrirse con pudor, pero de manera inversamente proporcional. Hay a quienes no se puede acceder por las palabras, o lo contrario. Pero hay quien, permaneciendo en el cuerpo, propio y ajeno, no arriesga nada más. Lo más profundo era la piel, sí, ¿pero lo más arriesgado? ¿Era la piel, o eran las palabras, las razones? Ya, lo de siempre, que los cuerpos son también, sobre todo, razones.
¿Y las preguntas? ¿Las preguntas aprietan también como aprieta el frío, el hambre? ¿De dónde nació la necesidad de contestarlas?
Puede que los viajes también aprieten, que el hecho de saber que el mundo es grande sea, simplemente, superior a uno, mayor que sus fuerzas. La decisión de irse está tomada desde siempre, aunque luego en la práctica, de tiempo a tiempo, hagamos como que estamos. Pero lo cierto es que hay cañones Norte-Sur, y valles orientados al Este. Hay sinclinales y anticlinales, vidas que se deforman para no romperse. Dinámicas de ladera, todas esas avalanchas de barro que la lluvia provoca al caer sobre un suelo débil, calcinado por los fuegos, desprotegido. Si la tierra pierde la piel, si el cuerpo no se cubre de palabras, y sigue cayendo la lluvia, o continúa el esfuerzo tectónico, los materiales ceden, se quiebran.

martes, 27 de noviembre de 2007

Crisoles

El crisol de los viajes. Una luz que se refracta en medio del cielo inmenso del camino. Un rayo que incide en el agua y salen, pequeños, tímidos, dos, tres colores a lo sumo. Un segundo, en el furor de la carretera. Viajar es, definitivamente, esa gota de agua y esa luz, esos colores, la sensación de que la felicidad se roza en cada curva, y queda. Viajar es una máquina de producir consecuencias. Donde había luz, hay colores. Hay memoria, y el serpenteo de la carretera entre bosques profundos de pinos, con pequeñas praderas doradas que se abren, calmas, perfectas, entre curva y curva, tramos de vida, burbujas, ilusiones: los sonidos del viento en lo alto de la meseta. Y después, el cañón, el fondo de un mar más antiguo que la tierra. Y la roca estriada por el tiempo que pasa sobre nosotros, el rojo ardiente de la arcilla y el hierro, las formas y el relieve, el horizonte que llora su lejanía. La inmensidad, estar en medio de todo, tocar con las manos el frío de los atardeceres, tocar con los ojos el calor de las miradas, de las vidas, las compañías. Estar, pasar, pertencer. Ir o venir.
El crisol de los viajes, y las conversaciones sin fin, la presencia del fuego en la noche, el cielo raso, la luz de estrellas lejanas clavándose en la conciencia. La felicidad trae certezas, sí, y a veces sería tan fácil como darle la vuelta al mapa y pegar un volantazo para que nunca se acabasen los viajes.
Y sin embargo, se acaban.

martes, 20 de noviembre de 2007

Nada, no hay menor. No la hay porque "no aceptamos barco", los amigos siempre llegan con sus globos de colores, abriendo cortafuegos en el bosque de las suposiciones patateras. Así que simplemente sucede que aquí andamos con pies de barro, frágiles como somos, duraderos, previsibles, revolviendo las tareas y los sueños.
El globo era color lila, sí, y es justo pedir palabras, y justo buscar la manera de darlas, aunque sea confundiendo lo debido por lo dado, lo propio y lo ajeno, los pronombres y los verbos.
Hoy levantaré un monumento a la sabiduría de la frase: "que no hay mejor regalo (que no favor) que el que hacemos al pasarle a los que más queremos un pelín de nuestra 'locura'... ".
Así que sí, carretera y manta. Abrir los ojos, esperar la emoción del viento subiendo en cada curva, el tacto gélido de las mañanas en el bosque, el vaho del futuro, caliente, temeroso, dejándose ver en la superficie del lago. El nervio en las piernas desafiando los barrancos, más nubes en el cielo, la sonrisa atolondrada en las riberas, los bancales, las mesetas. Volar un poco más. Y mirar las sonrisas que llevo en la maleta: un océano de sonrisas, de electrones.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Suposiciones

Bueno, supongamos entonces una serie de cosas:
-Supongamos que no hay nada más triste en esta vida que las cartas que se quedan sin responder. Y aún así, aún creyéndolo como lo creo, no hay más remedio que dejar algunas palabras a la deriva, que floten, que se vayan, que se tomen su tiempo en madurar, solitarias, por caminos que nos son inaccesibles. Desprenderse de ellas, sin esperar nada de vuelta.
-Supongamos que incluso cuando lo que parece no tener lugar, encuentra lugar, asiento, resguardo, puede acabar también siendo expulsado de ese lugar porque no consigue del todo posarse, no encaja, no sirve, o porque los virus del "yo" nos persiguen. Tanto más cuanto pretendemos disfrazarnos de segunda o tercera persona, de gerundio, de infinitivo, de metáfora yuxtapuesta.
(Cuentan que se esperaba de Lispector que escribiese crónicas periodísticas, y ella sin embargo acababa sucumbiendo a sus propios misterios, dejándose filtrar por las grietas del lenguaje. "Clarice -dice Amalia Sato en el prólogo a una de sus obras- no puede evitar la carga personal, la omnipresencia de su yo conflictuado". O lo que solíamos llamar, más llanamente, "pasarse el mundo por el yo a todas horas").
-Supongamos entonces que estamos aquí, ni eso, sin plural siquiera. Estoy aquí y no hay nada que hacer por evitarlo. O lo que hay que hacer por evitarlo no nos interesa porque no da los subproductos que da esto.

Bueno, de momento ésta es la mayor. Ya veremos dónde encontramos la menor.

Fraseos

"También podemos ver, esta vez con la luz del relámpago, al autor, un hombre nervioso que forcejea con su propio temperamento, que sueña con la indiferencia de los budistas pero que no está en condiciones de vivir ni un solo día de manera apacible", Zagajewski sobre los Cahiers de Cioran. Y así es, uno escribe como vive, con el pulso de la fiebre en las muñecas, en el disparadero de la conciencia que prende en los insomnios. O mejor dicho, uno escribe como quisiera vivir, y yo quisiera este fraseo en el tiempo de los días: esa cesura constante, la vuelta previsible en cada frase, el medio recorrido de los versos, la sucesión de las imágenes. Centón. Lucía infinitiva, yuxtapuesta. Medir las noches con el golpe de los verbos, un apócope infinito. El borboteo y la inquietud de las miradas.
Vivir de manera apacible es lo que la escritura nos niega: el hueco que nos ofrece está hecho de esa misma intranquilidad. Sólo el silencio de la escritura puede acoger nuestro exceso. Esa "marea de tristeza y curiosidad" que emana en la escritura de Cioran, esas batallas que no logramos dar en la vida, son el compás de la existencia. Y ahora, pongamos, quedarse es decidir querer lo que ya se quiso, llegar a conocer lo conocido, que la hojarasca marchita del tiempo huela a dalia, a lirio. Volver es, sin embargo, un largo adiós.
Dice el jefe que uno escribe con las palabras que tiene más a mano, con las que están encima del escaño. Y eso nos traiciona, es cierto. Las palabras del tiempo, de las noches, las preguntas. Nos traiciona el fraseo, un ritmo insuficiente, tropezones con el lenguaje, zancadillas del deseo.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Nemo el capitán

"Estoy buscando una escafandra, al pie del mar de los delirios.... ¿Quién fuera el batiscafo de tu abismo? ¿Quién fuera explorador?" Quién fuera Silvio, en la selva de las noches que huyen del espanto como una exhalación.... "Corazón que está dónde", quién fuera el que tocara las palabras con los dedos del misterio, quién fuera el que lograra traspasar la frontera del olvido, los dominios del dolor. Quién fuera el que trajera de vuelta del viaje las palabras de la vida, el sentido, la alegría. Quién fuera el que encontrara la esperanza, la misión de las promesas, el arrullo de los cuerpos.
¿La vida que está dónde? Dónde yace el empuje, dónde el deseo de seguir en el frente de los días... ¿Dónde la verdad de lo que somos? ¿En el viaje? ¿O en la víspera? Quién supiera si es la vida la aventura, si reside en la épica escapada, si es ese movimiento que borra los contextos, la nitidez con que las cosas nos atan a la tierra. Quién supiera si es esa niebla, el sabor terroso de la huida, la medida de la vida. O quién decidiera si no es acaso lo contrario. La verdad de esas mínimas parcelas, cotidianas, cautelosas, aguerridas. La vida, el paso lento en las aceras, el giro en las esquinas cotidianas, los besos reclamados en nombre de los días, la paz de los recuerdos.
La aventura, o lo otro. "¿Quién fuera tu trovador?"

martes, 13 de noviembre de 2007

"Si on ne laisse pas au voyage le droit de nous détruire un peu, autant rester chez soi." Nicolas Bouvier. Los viajes, y la espera: la vida entremetida de esos largos días sin caminos ni horizontes, la eterna víspera entorpeciendo el paso, el cuerpo, el sueño. La víspera que nos duele y nos retiene, nos envuelve con su tiempo hecho de muros, con su silencio prolongado, colmando de asfixias las esquinas. Impía la mirada del hombre consumido en su reposo, maldita su morada. Ciega y sin roce la piel del que no anduvo y miró el mundo como si fuera la bola hundida en el sillón, un cero ensimismado, lejanía. Acaso el mundo es la tierra cercana de tus ojos, el alud de un añil que ha florecido, esparciendo su pasión ladera abajo. No, no es el viaje lo que interrumpe la vida, es la víspera la que entorpece el paso de unos pies que son del mundo, no del cuerpo.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Milagro

Milagro es lo que siempre he encontrado en tus sonrisas, el naranja revoltoso y confiado de las ganas, del cariño. Milagro es la fuerza de esos pasos que cosieron calles de ciudades ya comunes. Milagro es la presencia que atraviesa los océanos. Milagro es respirar por los poros de otra piel, milagro ayudarse en el vacío de las noches, sin saberlo. Milagro fue la tarea de los años del temor y la ceguera, milagro es el nombre del tiempo que ha venido después, abierto, ondulado, floreciente. Milagro es la paciencia con que te vi mirar los malos tiempos, milagro es la alegría con que los has sobrellevado. Milagro el nombre de un día, hace años, que cruzó en el suelo las miradas.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Más tarea del sábado

Guardarse en el bolsillo el impulso de hablar hasta hacerlo nostalgia. No hablar a quien no se debe hablar. No nombrar los sueños de la noche anterior. Callar y arrastrar un saquito de palabras, ponerle el collar, sacarlo a pasear como el que pasea su silencio, su pena, sus preguntas. Echarles agua, verlas crecer, florecer, marchitarse. No ponerle palabras a la visión de la noche, esa mirada compasiva buscándome y yo huyendo, esa devoción tranquila, el pálpito de su comprensión, el desconcierto cada vez que el umbral de una puerta nos reúne. No nombrar ese deseo porque no interfiere en la vida. Una vida que es acordarse del rojo violento del barro y de la silueta de las sierras azules, de la luz en aquel salón, de la chimenea y el camino a las lagunas. El humo que nos cubría a la salida de los bares, la lluvia agujereando la madrugada del domingo.
No, no ponerles palabras, porque las palabras lo cambian todo, construyen el recuerdo, hacen las cosas presentes lejanas, suaves, tibias, leves, engañosamente buenas, falsamente queridas. Las palabras traicionan la exasperación de los días, aquella incertidumbre con la que no supimos bregar.
Guardase el impulso de hablar en un bolsillo, porque es mejor dejar que la vida suene todavía un rato más en el reloj. Luego, como siempre, ya veremos.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Hacia finales de octubre llegó la niebla a la costa. El mar la empuja cada día desde entonces unas cuantas millas adentro, haciendo desaparecer, en el gris húmedo de su respiración, los perfiles de las cosas. Nos hemos mojado en una madrugada de autobuses que recogen, aquí y allá, cuerpos cansados, impacientes, resignados. Una madrugada de caras oscuras, de coches destartalados cargando escaleras de madera, cajas de herramientas, transistores con ondas del sur, recuerdos del color de otras tierras. Una madrugada sin cielo, en la que chirrían puertas metálicas y hay ropas viejas, cuerpos vencidos, bigotes raídos, esperanzas mermadas. Nos hemos mojado en la madrugada y nos hemos secado al sol, con este viento que a veces renueva las promesas del cielo.
El sábado amanece radiante, sin embargo, como si nada supiera de la vida. Pancakes with maple syrup en el Norms, tres calles al oeste de aquí. Volver a Onetti, entender el sonido de las sierras de los que trabajan en jardines ajenos. Contar las cosas como si fuese pasado, sumirlo todo en las sombras del tiempo, abismar la mirada. La tarea del sábado.

martes, 6 de noviembre de 2007

De los días

Tarde de sábado, un hueco en el océano del silencio. Me instalo en el chocolate y vuelvo a Clarice Lispector, su introspección obsesiva, el ardor de la palabra precisa. No era la inteligencia, era la palabra, o el silencio avaro que la custodia y con el que intentamos dar a entender, después de todo, que nos va la vida en ello. No era el peso de la inteligencia, era la intensidad inexplicable de las percepciones, el vendaval de las preguntas, el aguijón de las intuiciones. Sentir de más, quedarse al borde de los acontecimientos, sucumbir a la evidencia de lo excesivo, traerlo a lo real, hacerlo conciencia, vivir como si sólo hubiera esa urgencia. Olvidarse del resto. A veces puede sentirse la vida, su textura algo rugosa, con una velocidad que se precipita en el cuerpo, una madeja de viento en el estómago. Se siente la vida como se siente el martes por la tarde, o la mañana del jueves. O el domingo que se pegó a la piel del lunes y me ha traído, a gatas, hasta la mañana del martes.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Preguntas

Una pregunta no es una enfermedad, no es tener hambre, no es el dolor de haber perdido a alguien. Una pregunta no es un terremoto, la escasez de los malos tiempos, una tragedia. Dicen.
Una pregunta es un tiempo largo. Una pregunta es una gotera, el cansancio del agua y el silencio, lo que golpea a ratos, seguido, siempre, aunque uno se olvide la mayor parte del tiempo. Una pregunta es una erosión, es lo que el agua y el viento se han llevado cuando no mirábamos. Una pregunta es un agujero donde antes había superficie.

lunes, 29 de octubre de 2007

533 North Alfred St.

Debería dejar de hacer estos viajes que llenan de huecos mi calendario, mis pensamientos, mis emociones, ese rumbo de la vida que sólo sabe del mundo, del movimiento tranquilo de los abedules, de una mano que quiere ver y saber, tocar lo que crece sobre la tierra. Debería dejar de estirar el tiempo o de concentrarlo de esta manera tan insensata, cada mes un siglo, cada acontecimiento, la fuente imparable de los aprendizajes, esta manía de las profundidades. Mil palabras contra una.
Debería hacer eso, o todo lo contrario, escuchar por fin lo que dicen las manos, seguir el viaje hasta el final, allá a donde me lleve. Decir la verdad, decirte la verdad, que pienso que, en el fondo, uno siempre vuelve a lo que está dentro, a lo que palpita, al lenguaje con que habla el cuerpo y nos indica lo que queremos, este viaje, esta tierra, hacer de la vida la labor de estas manos. Pero diría sólo una verdad a medias. Porque es cierto que lo que fuimos remotamente vuelve, remotamente ese deseo de ser lo que secretamente quisimos se manifiesta; pero también es cierto que está lo otro, y no tiene menos fuerza: abrazar lo que tenemos, intentarlo por todos los medios, saber que no es menos cierto, que no lo queremos con menos intensidad.
Y al final, todos hacemos lo que toca.
Cinco horas encadenando trozos dispares de lectura para que no se me escapara el olor a café y almendras del domingo. Ocho horas estudiando fuera del tiempo, curioso mecanismo de ajuste, curiosa trampa para olvidar que el mundo es grande y está ahí fuera, que el otoño estalla en otras latitudes, que cuaja en las laderas, que derrama su ámbar robando sueños a los que no dormimos ni soñamos ni amamos la noche. Nostalgias de San Francisco, de las flores que ya no viste, de la inclinación y las curvas, de la agitación de las calles, de las brumas de la bahía. Nostalgia de no saber o no querer o no poder prolongar eternamente el camino. Perplejidad de mirarse las manos. Sí.

sábado, 27 de octubre de 2007

De vuelta

De vuelta un mar de coches furiosos haciendo sonar su melodía contra el asfalto. De vuelta el cariño que dejas atrás, saber que los lugares se esparcen, que se van trocitos de ti por el cielo. La familia, esa cosa extraña que queremos y no queremos, la pelea cotidiana que no nos puede faltar, las presencias que hemos aprendido, las paciencias que hemos perdido. Siempre el mismo ruido de fondo, lo hemos llevado al fondo pensando que no era tan importante, y en verdad está en primer plano, y que no falte, moriríamos si no pudiésemos refunfuñar, renegar, con un ojo guiñado, de lo que más queremos. Y aún así, es únicamente el ruido de fondo. Luego está uno solo con sus manos, su carne y sus huesos, para hacer frente al camino.
Así que de vuelta, el torbellino de los recuerdos empieza a cuajar, bombea el corazón más rápido, explota la nostalgia, la piel rezuma los colores del camino: la sorpresa del otoño en el fondo del valle, el misterio del amarillo encendido de los robles, el silencio solitario de los cedros, la abrumadora presencia roja y altiva de las grandes secuoyas, la profundidad eterna del bosque, la amplitud de las praderas, el horizonte del oeste, la lejanía, estar en la lejanía...
De vuelta, las cosas pendientes, las obligaciones, el cerro acumulado de las cartas, los recibos, los papeles, las cosas por leer, leer, leer, leer lo que se ha ido escribiendo mientras se viajaba, el motín de los electrodomésticos, lo que no se estudió solo en tu ausencia y se ha multiplicado misteriosamente sobre la mesa, las tres asignaturas insensatamente matriculadas, los plazos que ya se han cumplido, always being behind schedule, trainer, trainer... Dejar para mañana todo lo que no sea saborear el camino. El camino: y lo que ha ido pasando al lado del camino, días tristes, porque cuando los amigos están tristes, los días sólo pueden ser tristes. Hoy no sé qué decirte. Salvo que tu dolor es tuyo, claro, no mío, pero me llega, lo busco, va a mi lado: quise compartirlo y cargué de aire mis pulmones, subida a los riscos, con el valle de Yosemite abajo. Cargué para ti mis pulmones, para ti este aire, soplar y dejar el dolor en las copas de los robles, esparcido en el rojo y el ocre del valle, entre hojas que escucharon antes el susurro de otras tristezas. Respiré por ti y no sé si es suficiente, pero voy a soplar hasta que se vaya la niebla que ha amanecido ya en la costa. Soplaré por el Pacífico, para que te llegue por el oeste, siempre rumbo oeste, con el sol.

domingo, 14 de octubre de 2007

Girasoles

Girasoles en el día del viaje. Al borde ya de la carretera. Girasoles como un abrazo que barre el cielo, y lleva en sus amarillos las últimas gotas de mi presencia. Respira, y busca la forma de no quedarte atrapada en tu propia bondad.

Maldita la noche que nos acerca

Tironeada por el viento, la mañana respira por fin en mi nuca. Pero aún siento la noche con su borboteo de tiempo y enigmas, convocando en mi cuerpo presencias funestas, olvidos mermados. Me susurra imágenes de un frío azulenco, quedo, que apaga esta ansia de lluvias. Hielo llegado de súbito. Espanto. Siempre es pronto para la mañana: así aguardo el avance del día, hendida aún mi espalda de noche. Sin el tiempo, despliego mis alas, culmino el cielo, morada preñada de sueños. Con el tiempo, sucumbo a heridas lejanas. Mas el tiempo, su herida de insomnio, me trae de nuevo a la vida, me abisma, torrente, aguazal, cantil que anuncia la muerte. Refugio de opalescencias, esa la noche que temo. Vida encarnizada, lenguajes de amor cercenando el silencio con ese leve quejido en que se mecen los cuerpos. Procaz, asonante, avanza la noche tiñendo de niebla las últimas claridades. Lóbrego y abruzado, el cuerpo de la madrugada me tiende sus trampas. Clama y culmina, me pierde, me enfanga.
No quiero la noche, la cercanía de las promesas. Quiero esa luz, que me deja sentarme al otro lado del mundo, allí escapo, sólo para otear desde lejos estas cercanías que queman. Distancia, te he buscado. Distancia: varadero, lenitivo, celaje que me resguarda. Distancia, océano que atempera la vida donde debiera vivirse, dislate de una pasión arrumbada. Distancia, sólo llegas de día.

viernes, 12 de octubre de 2007

Miedo

El miedo abrió una grieta en la noche. Trajo la imagen del tiempo pasado dibujado en los rostros ajenos. Surcos de un dolor que no reconozco, les ha hecho otros, no quiero pertenecer ya a esa historia que se sigue escribiendo en sus venas. No quise ver en la noche lo que me traía el recuerdo, sólo continuar mi camino al olvido, fuera del mar de sus vidas, abrazar la última oscuridad, posarme en las ramas de esta soledad frondosa, soltar el peso de esos recuerdos, sacos de arena. Que nada me ancle al miedo que sus rostros me traen en la noche, peso de muerte. ¿Por qué elegir la intemperie, por qué desear cubrirse de ausencia, silencio, distancia? ¿Por qué querer olvidar la persistencia con que otros te aguardan, olvidar sus esperas, no querer sentir el peso de sus abrazos lejanos, el amor que recibirás? Por qué, si la vida es despues de todo algo más humano, más cercano, más leve y paciente, como ese olor afrutado del viento en los brillos pequeños de la mañana. Es así, y aún así el relámpago de la memoria duele, nos hiere en la noche. Quizá no podemos olvidar la pura humanidad de la vida, la ternura con que se hace frágil en cada silbido del aire. Y aún así parece que el miedo de la noche nos endurece.

Correr

La piel rezuma cansancio, azar, la imposibilidad de vivir más allá de nuestras circunstancias. La piel rezuma un deseo de agotar la condición con que hemos nacido, empujarla hasta despeñarnos tras ella, en el barranco cotidiano del deber, deber ser. Mirarse en ese gesto que nos roba la razón, correr hacia la quietud, y en la quietud, correr, seguir corriendo, sólo correr.

jueves, 11 de octubre de 2007

305 Hilgard Av.

La luz inunda de naranja los árboles y el estruendo feroz de los coches agita el sol en todas las direcciones, lo descuelga casi del cielo, lo hace girar, caer, saltar en mil pedazos. El sol, fatigado, prende sus tardes en un árbol, allí deja su luz hasta el día siguiente, mientras, una hora transcurre camino de la noche, en la parada del bus. Sabor a chocolate, olor a café que viene de termos ajenos, mezclando las miradas entre sonrisas, preocupaciones, cuerpos. El sol descansa y nos deja clavados en la soledad de una calle cualquiera. El sol descansa, y nosotros, ¿cómo descansamos nosotros de nosotros? La sombra, la trampa, la luna. Tras la fatiga de ser en todo el recorrido de la luz, queda esta huida cotidiana, la tarde muriendo en manos de la noche, el deseo vencido a las puertas de tu cuerpo. Descansamos con las trampas de la luna, descansamos creyendo que huimos, como el sol: yendo, por un rato, a otras latitudes, a las sombras de otros cuerpos.
Mañana será otra luz, el sol recogerá su traje de los árboles.

sábado, 6 de octubre de 2007

Querida M.

Ya lo sabes, es así, es el ritmo curvado de la vida, la confusión leve y azul de los días, esa intolerable sensación de que nos vamos por el sumidero del tiempo, la huida adelante, un paso, dos pasos hacia horizontes que de golpe se descubren ajenos, metas de otros, saber si elegimos o no; la vida y el tiempo empujando, vivir en este huracán de momentos que nos embarulla las decisiones, tan llenas de barro, tan llenas de dudas. Eso, la respiración que se corta, y el miedo, la arena de playa incrustándose en el cristal, arañando caminos futuros, el sonido caótico de esta superficie asimétrica. Pero al menos: decir, poder decir siquiera, adelantar un palabra como el que adelanta un peón, mueve una ficha, pone la mano en el fuego: al menos que no se queme el resto del cuerpo. Al menos, decir. Estrategias de males menores. Cuando llegue el miedo, ponle palabras, dale lugar en otro lugar que no seas tú.
Cierto que al final del día se acumulan las cartas sin destinatario, el dolor sin respuesta, los pensamientos sin lugar. A veces el viento viene y nos los echa otra vez encima. Nadie tiene la culpa. A veces, llega el miedo, a veces retumban las dudas, y nos dejan en mitad de la nada. Así que vente, pon tu "a veces" en este lugar, y luego, ya veremos.
Lo he excavado para ti, con tu pico y tu pala. Es humo en el cielo queriéndote hablar, cristalistos con los que juego, reflejos, la compañía, siempre.
Espero que lo encuentres y te sirva. De M. a L. no hay tanto trecho. Conoces las pistas. Conoces de qué están hechas las vísperas, y de qué los viajes. Para ti no son falsas. Aunque a menudo las pistas falsas llevan precisamente al escondite correcto. Para eso las dejamos, supongo. Here is where and what we are.
Mientras, fuera, un perro se va haciendo mayor. Eso es lo seguro, lo cierto. Está ahí, pero no es otra vida distinta, es la misma que está aquí, la que duele al mirarse las manos, la de esta tristeza encorvada. Tristeza húmeda, derrotada, tristeza de dudas, sin norte, tristeza de un rescoldo infinito que la lluvia no apaga. Rabia por el daño que podamos hacer.
No, la lluvia no apaga las dudas, porque llueve también sobre las semillas que las hacen crecer. Llueve sobre los hechos, sobre las consecuencias de las acciones. Llueve en toda la extensión de la vida, que es una, ancha, frágil, enmarañada.
Aún así, están también las palabras, que hacen este tipo de favores: ayudar a soldar huesos rotos, ayudar a tomar decisiones. Son escayola, son empujón, eco en la noche. Quizá no sea pecado abrazar lo que no es nuestro, "palabrearlo", todos esos lugares que están más allá del horizonte, todos esos sueños que pueden leerse en la palma de una mano, las líneas de un miedo humano y certero. Así que merodea por aquí, si quieres, en la palma de esta mano, en la crecen que palabras.

viernes, 5 de octubre de 2007

In medias res

No debería, lo sé. Pero bueno, otra tentación más a la que sucumbir, un sí, otro para la lista. Y son ya legión. No es grave. Lo inútil no daña. Y dos eran mucho para un sólo cuerpo. Han estado desperdigados en palabras que eran cartas, tiempo sumando tiempo, preguntas en las nubes, la incierta lección del suelo, tierra quemada. Y ahora, otros caminos. Así que esta vez me subo a la banqueta, que rima con claqueta, y ¡acción!. Acción para una voz que ha de cruzar el mar si quiere contar lo que, pasando aquí, y es yo, le pasa a otra. Lucía mira, anda, corre, toca el mundo con dedos de aire, y habla. Así que llega en la noche el acordeón de palabras, con su fuelle afónico, robando el viento a las horas: aquí está. Por si sucede que algo de todo esto tiene sentido.
Habremos de acordar el nombre de la excusa, el tamaño del deseo, el peso de la ausencia. O el valor de la conversación, la capacidad de una metáfora para hacer llegar este aroma húmedo del mar, el sabor metálico de esta luz que araña el cielo, y el valor de la compañía.
En fin, cosas del viernes. Ya veremos. Aquí empieza a dejarse oir el rumor. In medias res.