sábado, 10 de noviembre de 2007

Hacia finales de octubre llegó la niebla a la costa. El mar la empuja cada día desde entonces unas cuantas millas adentro, haciendo desaparecer, en el gris húmedo de su respiración, los perfiles de las cosas. Nos hemos mojado en una madrugada de autobuses que recogen, aquí y allá, cuerpos cansados, impacientes, resignados. Una madrugada de caras oscuras, de coches destartalados cargando escaleras de madera, cajas de herramientas, transistores con ondas del sur, recuerdos del color de otras tierras. Una madrugada sin cielo, en la que chirrían puertas metálicas y hay ropas viejas, cuerpos vencidos, bigotes raídos, esperanzas mermadas. Nos hemos mojado en la madrugada y nos hemos secado al sol, con este viento que a veces renueva las promesas del cielo.
El sábado amanece radiante, sin embargo, como si nada supiera de la vida. Pancakes with maple syrup en el Norms, tres calles al oeste de aquí. Volver a Onetti, entender el sonido de las sierras de los que trabajan en jardines ajenos. Contar las cosas como si fuese pasado, sumirlo todo en las sombras del tiempo, abismar la mirada. La tarea del sábado.