A estas alturas está más que claro que cada lugar tiene sus exigencias, y, por ende, sus ritmos, sus texturas, corrientes y resistencias. L.A. se ha hecho de rogar, es cierto, pero era cuestión de rondar al monstruito urbano. Finalmente, he caído rendida a sus pies. Me agarró, eso es todo, me estoy encariñando; así que preveo que me habrán de meter con palanca en el avión. Gosh!
De vuelta por los viejos aforismos lugareños, repesco éste: "Los lugares, como los párpados, se abren, se cierran. Como las luces, oscilan. Como las penas, nos consumen, nos muerden por dentro." (Sí, emprendo el largo viaje vila-matasiano, y me cito a mí misma.. ¡qué modelna!).
En mi mordida, queda un restaurante cálido en el centro de Flagstaff, el paseo en la noche fría y oscura con el tren cortando el paso y su silbido frenético. Las pintas y el silencio, el ronroneo del movimiento, la inercia de la carretera. El globo es anaranjado, lo pongo en el pescante, para que te hable de días cálidos, de la fraternidad, del empuje que nos reflota, o el del peso que desaloja el agua y nos deja respirar, por fin. Para que te hable de la esperanza, de una luna que aparece sobre los Vermillon Cliffs a las cinco de la tarde; sobre las ganas, sobre una montaña de energías que se esparcen por el mapa, aquí y allá.
Después de la lluvia de ayer, la claridad del cielo me ha traído de vuelta a las colinas, entre palmeras que el viento alborota, doblega, desordena, enreda dibujando líneas oscuras en el azul de la mañana. Hoy estoy en huelga, sí. He colgado la pancarta en la ventana: "On strike. 'Cause space matters!"
Quizá somos nosotros los que nos agarramos a los lugares, en la primera huida, y esa capa superficial de nosotros que sí puede dejarse atrás, nos deja libres un instante: libres para abrazarnos a lo nuevo con la excitación de los descubrimientos, libres para ser otros temporalmente. Hasta que saturamos los nuevos lugares con los virus del yo otra vez. Los ponemos perdidos de nosotros, y ya no aguantamos más en ellos. Swapping places. ¿Cómo hará la gente para vivir siempre en la misma casa?
De vuelta por los viejos aforismos lugareños, repesco éste: "Los lugares, como los párpados, se abren, se cierran. Como las luces, oscilan. Como las penas, nos consumen, nos muerden por dentro." (Sí, emprendo el largo viaje vila-matasiano, y me cito a mí misma.. ¡qué modelna!).
En mi mordida, queda un restaurante cálido en el centro de Flagstaff, el paseo en la noche fría y oscura con el tren cortando el paso y su silbido frenético. Las pintas y el silencio, el ronroneo del movimiento, la inercia de la carretera. El globo es anaranjado, lo pongo en el pescante, para que te hable de días cálidos, de la fraternidad, del empuje que nos reflota, o el del peso que desaloja el agua y nos deja respirar, por fin. Para que te hable de la esperanza, de una luna que aparece sobre los Vermillon Cliffs a las cinco de la tarde; sobre las ganas, sobre una montaña de energías que se esparcen por el mapa, aquí y allá.
Después de la lluvia de ayer, la claridad del cielo me ha traído de vuelta a las colinas, entre palmeras que el viento alborota, doblega, desordena, enreda dibujando líneas oscuras en el azul de la mañana. Hoy estoy en huelga, sí. He colgado la pancarta en la ventana: "On strike. 'Cause space matters!"
Quizá somos nosotros los que nos agarramos a los lugares, en la primera huida, y esa capa superficial de nosotros que sí puede dejarse atrás, nos deja libres un instante: libres para abrazarnos a lo nuevo con la excitación de los descubrimientos, libres para ser otros temporalmente. Hasta que saturamos los nuevos lugares con los virus del yo otra vez. Los ponemos perdidos de nosotros, y ya no aguantamos más en ellos. Swapping places. ¿Cómo hará la gente para vivir siempre en la misma casa?