Si hay un cielo a donde van los que huyen, en él están también los que se esconden y los que olvidan. En la tierra, suelen actuar según el mismo patrón. Por eso a veces nos intrigan los silencios de los demás, las miradas esquivas, porque creemos que en esos silencios podríamos encontrar las razones que buscábamos, como si los que huyen, huyeran todos de lo mismo. A veces es así, a veces no. La vida, ese a veces. Aunque sí suele pasar que lo indiscreto es lo común de los mortales. Puede que sea lo público, la "aparición" o la emergencia, lo que nos constituye, pero siguen siendo las luchas privadas y las razones lo que permite entender el orden de las acciones. ¿O es sólo este sesgo hacia lo personal que lo inunda todo?
Es curiosa la disimetría que se da entre palabras y cuerpos. Ambos suelen cubrirse con pudor, pero de manera inversamente proporcional. Hay a quienes no se puede acceder por las palabras, o lo contrario. Pero hay quien, permaneciendo en el cuerpo, propio y ajeno, no arriesga nada más. Lo más profundo era la piel, sí, ¿pero lo más arriesgado? ¿Era la piel, o eran las palabras, las razones? Ya, lo de siempre, que los cuerpos son también, sobre todo, razones.
¿Y las preguntas? ¿Las preguntas aprietan también como aprieta el frío, el hambre? ¿De dónde nació la necesidad de contestarlas?
Puede que los viajes también aprieten, que el hecho de saber que el mundo es grande sea, simplemente, superior a uno, mayor que sus fuerzas. La decisión de irse está tomada desde siempre, aunque luego en la práctica, de tiempo a tiempo, hagamos como que estamos. Pero lo cierto es que hay cañones Norte-Sur, y valles orientados al Este. Hay sinclinales y anticlinales, vidas que se deforman para no romperse. Dinámicas de ladera, todas esas avalanchas de barro que la lluvia provoca al caer sobre un suelo débil, calcinado por los fuegos, desprotegido. Si la tierra pierde la piel, si el cuerpo no se cubre de palabras, y sigue cayendo la lluvia, o continúa el esfuerzo tectónico, los materiales ceden, se quiebran.
Es curiosa la disimetría que se da entre palabras y cuerpos. Ambos suelen cubrirse con pudor, pero de manera inversamente proporcional. Hay a quienes no se puede acceder por las palabras, o lo contrario. Pero hay quien, permaneciendo en el cuerpo, propio y ajeno, no arriesga nada más. Lo más profundo era la piel, sí, ¿pero lo más arriesgado? ¿Era la piel, o eran las palabras, las razones? Ya, lo de siempre, que los cuerpos son también, sobre todo, razones.
¿Y las preguntas? ¿Las preguntas aprietan también como aprieta el frío, el hambre? ¿De dónde nació la necesidad de contestarlas?
Puede que los viajes también aprieten, que el hecho de saber que el mundo es grande sea, simplemente, superior a uno, mayor que sus fuerzas. La decisión de irse está tomada desde siempre, aunque luego en la práctica, de tiempo a tiempo, hagamos como que estamos. Pero lo cierto es que hay cañones Norte-Sur, y valles orientados al Este. Hay sinclinales y anticlinales, vidas que se deforman para no romperse. Dinámicas de ladera, todas esas avalanchas de barro que la lluvia provoca al caer sobre un suelo débil, calcinado por los fuegos, desprotegido. Si la tierra pierde la piel, si el cuerpo no se cubre de palabras, y sigue cayendo la lluvia, o continúa el esfuerzo tectónico, los materiales ceden, se quiebran.