De vuelta un mar de coches furiosos haciendo sonar su melodía contra el asfalto. De vuelta el cariño que dejas atrás, saber que los lugares se esparcen, que se van trocitos de ti por el cielo. La familia, esa cosa extraña que queremos y no queremos, la pelea cotidiana que no nos puede faltar, las presencias que hemos aprendido, las paciencias que hemos perdido. Siempre el mismo ruido de fondo, lo hemos llevado al fondo pensando que no era tan importante, y en verdad está en primer plano, y que no falte, moriríamos si no pudiésemos refunfuñar, renegar, con un ojo guiñado, de lo que más queremos. Y aún así, es únicamente el ruido de fondo. Luego está uno solo con sus manos, su carne y sus huesos, para hacer frente al camino.
Así que de vuelta, el torbellino de los recuerdos empieza a cuajar, bombea el corazón más rápido, explota la nostalgia, la piel rezuma los colores del camino: la sorpresa del otoño en el fondo del valle, el misterio del amarillo encendido de los robles, el silencio solitario de los cedros, la abrumadora presencia roja y altiva de las grandes secuoyas, la profundidad eterna del bosque, la amplitud de las praderas, el horizonte del oeste, la lejanía, estar en la lejanía...
De vuelta, las cosas pendientes, las obligaciones, el cerro acumulado de las cartas, los recibos, los papeles, las cosas por leer, leer, leer, leer lo que se ha ido escribiendo mientras se viajaba, el motín de los electrodomésticos, lo que no se estudió solo en tu ausencia y se ha multiplicado misteriosamente sobre la mesa, las tres asignaturas insensatamente matriculadas, los plazos que ya se han cumplido, always being behind schedule, trainer, trainer... Dejar para mañana todo lo que no sea saborear el camino. El camino: y lo que ha ido pasando al lado del camino, días tristes, porque cuando los amigos están tristes, los días sólo pueden ser tristes. Hoy no sé qué decirte. Salvo que tu dolor es tuyo, claro, no mío, pero me llega, lo busco, va a mi lado: quise compartirlo y cargué de aire mis pulmones, subida a los riscos, con el valle de Yosemite abajo. Cargué para ti mis pulmones, para ti este aire, soplar y dejar el dolor en las copas de los robles, esparcido en el rojo y el ocre del valle, entre hojas que escucharon antes el susurro de otras tristezas. Respiré por ti y no sé si es suficiente, pero voy a soplar hasta que se vaya la niebla que ha amanecido ya en la costa. Soplaré por el Pacífico, para que te llegue por el oeste, siempre rumbo oeste, con el sol.
Así que de vuelta, el torbellino de los recuerdos empieza a cuajar, bombea el corazón más rápido, explota la nostalgia, la piel rezuma los colores del camino: la sorpresa del otoño en el fondo del valle, el misterio del amarillo encendido de los robles, el silencio solitario de los cedros, la abrumadora presencia roja y altiva de las grandes secuoyas, la profundidad eterna del bosque, la amplitud de las praderas, el horizonte del oeste, la lejanía, estar en la lejanía...
De vuelta, las cosas pendientes, las obligaciones, el cerro acumulado de las cartas, los recibos, los papeles, las cosas por leer, leer, leer, leer lo que se ha ido escribiendo mientras se viajaba, el motín de los electrodomésticos, lo que no se estudió solo en tu ausencia y se ha multiplicado misteriosamente sobre la mesa, las tres asignaturas insensatamente matriculadas, los plazos que ya se han cumplido, always being behind schedule, trainer, trainer... Dejar para mañana todo lo que no sea saborear el camino. El camino: y lo que ha ido pasando al lado del camino, días tristes, porque cuando los amigos están tristes, los días sólo pueden ser tristes. Hoy no sé qué decirte. Salvo que tu dolor es tuyo, claro, no mío, pero me llega, lo busco, va a mi lado: quise compartirlo y cargué de aire mis pulmones, subida a los riscos, con el valle de Yosemite abajo. Cargué para ti mis pulmones, para ti este aire, soplar y dejar el dolor en las copas de los robles, esparcido en el rojo y el ocre del valle, entre hojas que escucharon antes el susurro de otras tristezas. Respiré por ti y no sé si es suficiente, pero voy a soplar hasta que se vaya la niebla que ha amanecido ya en la costa. Soplaré por el Pacífico, para que te llegue por el oeste, siempre rumbo oeste, con el sol.