lunes, 19 de noviembre de 2007

Fraseos

"También podemos ver, esta vez con la luz del relámpago, al autor, un hombre nervioso que forcejea con su propio temperamento, que sueña con la indiferencia de los budistas pero que no está en condiciones de vivir ni un solo día de manera apacible", Zagajewski sobre los Cahiers de Cioran. Y así es, uno escribe como vive, con el pulso de la fiebre en las muñecas, en el disparadero de la conciencia que prende en los insomnios. O mejor dicho, uno escribe como quisiera vivir, y yo quisiera este fraseo en el tiempo de los días: esa cesura constante, la vuelta previsible en cada frase, el medio recorrido de los versos, la sucesión de las imágenes. Centón. Lucía infinitiva, yuxtapuesta. Medir las noches con el golpe de los verbos, un apócope infinito. El borboteo y la inquietud de las miradas.
Vivir de manera apacible es lo que la escritura nos niega: el hueco que nos ofrece está hecho de esa misma intranquilidad. Sólo el silencio de la escritura puede acoger nuestro exceso. Esa "marea de tristeza y curiosidad" que emana en la escritura de Cioran, esas batallas que no logramos dar en la vida, son el compás de la existencia. Y ahora, pongamos, quedarse es decidir querer lo que ya se quiso, llegar a conocer lo conocido, que la hojarasca marchita del tiempo huela a dalia, a lirio. Volver es, sin embargo, un largo adiós.
Dice el jefe que uno escribe con las palabras que tiene más a mano, con las que están encima del escaño. Y eso nos traiciona, es cierto. Las palabras del tiempo, de las noches, las preguntas. Nos traiciona el fraseo, un ritmo insuficiente, tropezones con el lenguaje, zancadillas del deseo.