miércoles, 12 de diciembre de 2007

Momentos

No se puede ir por esta vida sin un trípode, está claro, porque si no, la luna te baila, se mueve, dibuja querencias, deseos de otros planetas. Hace falta un apoyo, el paso lento de otros, confiar, dejarse descansar en la quietud de los astros. Empiezan a abrirse las grietas, un brillo de fiebre en los ojos, niebla en el cuerpo, y de repente, se hace un grumo, un remolino, una pompa en medio de un tiempo calmo, liso, extendido como un reflejo en el mar. El momento surge y la foto nos sale movida. Supongo que los momentos son al tiempo lo que los lugares al espacio. Un mapa no vale nada si no sabemos usarlo, si no se sitúa entre el cuerpo y el mundo, si no se llena de experiencia, de banderitas rojas que evocan los pasos, los momentos, los lugares. La luna bajando por Hilgard St., la primera visión del Pacífico en Venice, los pelícanos en su vuelo raso los domingos. Los momentos nos tienen, sí, no los tenemos nosotros a ellos. Pero como en todo, se puede hacer trampas, chascar los dedos, toquetear. Yo dejo miguitas. En los bolsillos de los abrigos me olvido aposta restos de los momentos, para que me ayuden a sobrellevar la vida diaria, esta víspera que no acaba. Así que ayer, cuando el frío apretaba sobre los libros y la noche azotaba, cansada, metí la mano en el bolsillo. Toqué un trozo de papel algo rugoso, una tarjeta doblada. Dudé, fruncí el ceño, lo saqué, miré.
"Cedar Lodge. 9966 Higway 140. El Portal, CA 95318". Sonreí. En un insantante, el otoño brotó en mi mano, la carretera serpenteó por mi mente, el valle se hizo profundo, tupido, angosto. Entró como un huracán el recuerdo de Yosemite, el sonido del río y las hojas cuajando en el suelo, el claror de la noche. Epifanías.
Después, volví a guardar la tarjeta en el bolsillo. Bástele a cada día su afán.