domingo, 14 de octubre de 2007

Maldita la noche que nos acerca

Tironeada por el viento, la mañana respira por fin en mi nuca. Pero aún siento la noche con su borboteo de tiempo y enigmas, convocando en mi cuerpo presencias funestas, olvidos mermados. Me susurra imágenes de un frío azulenco, quedo, que apaga esta ansia de lluvias. Hielo llegado de súbito. Espanto. Siempre es pronto para la mañana: así aguardo el avance del día, hendida aún mi espalda de noche. Sin el tiempo, despliego mis alas, culmino el cielo, morada preñada de sueños. Con el tiempo, sucumbo a heridas lejanas. Mas el tiempo, su herida de insomnio, me trae de nuevo a la vida, me abisma, torrente, aguazal, cantil que anuncia la muerte. Refugio de opalescencias, esa la noche que temo. Vida encarnizada, lenguajes de amor cercenando el silencio con ese leve quejido en que se mecen los cuerpos. Procaz, asonante, avanza la noche tiñendo de niebla las últimas claridades. Lóbrego y abruzado, el cuerpo de la madrugada me tiende sus trampas. Clama y culmina, me pierde, me enfanga.
No quiero la noche, la cercanía de las promesas. Quiero esa luz, que me deja sentarme al otro lado del mundo, allí escapo, sólo para otear desde lejos estas cercanías que queman. Distancia, te he buscado. Distancia: varadero, lenitivo, celaje que me resguarda. Distancia, océano que atempera la vida donde debiera vivirse, dislate de una pasión arrumbada. Distancia, sólo llegas de día.