Cuesta abajo, le arranco fuerzas al suelo. Sal que absorben mis pies, más pasos, asfalto de nuevo, vuelta al calor de la tarde, un poco de lluvia, neón y café, encuentros. Sobrevuelo las luces rojas de los coches desde el carril más alto, cuando la autopista gira y entra en un nudo vertiginoso, por viaductos esbeltos que se alzan sobre el edificio más alto. Las colinas quedan lejos, el horizonte las empuja y las acorrala, pero el sur se abre y desciende perdiéndose en la niebla. En un segundo, la ciudad se estira y se entrega sin resistencia, se desborda por todos sus lados, verde, amarilla, roja. Circulamos, y al cambiar de ángulo la ciudad vuelve a cerrarse, se repliega, se escorza y se acerca, topamos con los edificios, bajamos a tierra.
El cansancio sigue cayendo como un velo oscuro que adensa los días, alarga las noches, entorpece el paso, hace pesados los párpados. Pero no puede con esta felicidad callada que sopla desde el Pacífico. El cuerpo aguantará hasta el mismo momento en que suba al avión, lo sé. Después, preveo fiebre en el horizonte, el mundo apagándose y amaneciendo tres días después, ya en el 2008. Luego, otra vez a empezar. Cansarse, agotarse, revivirse, y volverse a cansar, llegar sin aliento de nuevo. Habría otras formas menos insensatas de vivir, desde luego, pero todavía nadie ha conseguido darme razones suficientes y convincentes para dejar ésta por otra. Any thoughts on keeping wildlife wild?