jueves, 6 de diciembre de 2007

Masa crítica

Sí, definitivamente he alcanzado la masa crítica, el cuerpo lo sabe, se queja, la mente se escurre por remolinos absurdos. He llegado al punto justo en que empieza la cuenta atrás, terrible, así que, granito a granito, el número de cosas pendientes, no hechas, por hacer, por ver, las buenas y las malas razones, se han ido sumando hasta la noche de ayer en que empezó a gotear la gotera. Y entonces dormir, es cosa del pasado. El libro que no sé donde he puesto, que me van a cascar, los papeles que me falta por firmar, las dos citas que me quedan, que ya me vale, los dos papers que debería haber terminado, el Westin Bonaventure Hotel que no se me escapará, los Hungtinton Gardens, Pasadena, San Diego, volver al camino del Pacífico, los cincuenta y cuatro libros de la biblioteca que se apilan en el suelo y con los que me tropiezo cada mañana, la difusa conciencia de tener volver, la aguda sensación de este punto del mapa, el descoloque del sol que me recuerda al verano y a una vuelta más de un viaje de agosto. Bolivia, sí, que ha llegado para quedarse. La inteligencia ajena, que me despierta con su brillo dos horas después de matar a Morfeo. El desorden que me acompaña a cada casa que voy, es pegajoso, un revoltijo de enseres que no atiende a motivos. Caos circulatorio. Quiero comer pescado ya, volver a Vancouver, un semestre en UBC, otro en Open University, London, mi ración de Patagonia, el delta del Okavango (falso delta, señores, milagro de las cuencas endorreicas, abanicos aluviales y tierras áridas). Proteste ya, cambie de ubicación. Y... báilame el agua, úntame de amor y otras fragancias secretas, etc.