jueves, 11 de octubre de 2007

305 Hilgard Av.

La luz inunda de naranja los árboles y el estruendo feroz de los coches agita el sol en todas las direcciones, lo descuelga casi del cielo, lo hace girar, caer, saltar en mil pedazos. El sol, fatigado, prende sus tardes en un árbol, allí deja su luz hasta el día siguiente, mientras, una hora transcurre camino de la noche, en la parada del bus. Sabor a chocolate, olor a café que viene de termos ajenos, mezclando las miradas entre sonrisas, preocupaciones, cuerpos. El sol descansa y nos deja clavados en la soledad de una calle cualquiera. El sol descansa, y nosotros, ¿cómo descansamos nosotros de nosotros? La sombra, la trampa, la luna. Tras la fatiga de ser en todo el recorrido de la luz, queda esta huida cotidiana, la tarde muriendo en manos de la noche, el deseo vencido a las puertas de tu cuerpo. Descansamos con las trampas de la luna, descansamos creyendo que huimos, como el sol: yendo, por un rato, a otras latitudes, a las sombras de otros cuerpos.
Mañana será otra luz, el sol recogerá su traje de los árboles.