miércoles, 30 de enero de 2008

De nuevo Bhabha sobre Benjamin, y de ahí a Said sobre Adorno (¿es que acaso soy la única impresentable adicta al deleite de las fuentes secundarias o qué? Reconozcámoslo, las glosas ofrecen un placer extra sobre los ya de por sí placenteros textos de origen...). Y de nuevo Said sobre las querencias y pertenencias, citando a Hugo de St. Victor, honorable monje sajón del siglo XII:
"Quien encuentre dulce a su patria es todavía un tierno aprendiz; quien encuentre que todo suelo es como el nativo, es ya fuerte; pero perfecto es aquel para quien el mundo entero es un lugar extraño. El alma tierna fija su amor en un solo lugar en el mundo; la fuerte extiende su amor a todos los sitios; el hombre perfecto ha aniquilado el suyo."
Donde "fuerte" y "perfecto" son sólo en realidad contingentes y azarosas concreciones de una fragilidad constitutiva, y por tanto, no más que epítetos de nuestra vulnerabilidad. Negociado de los débiles y no de los seguros fortachones. El punto es que se alcanzaría la independencia y el desapego "elaborando sus propios afectos, no rechazándolos". Said dixit. Y sigue: "Se predica el exilio respecto al amor al lugar del nacimiento, a su propia existencia y a sus lazos de pertenencia: la verdad universal del exilio no consiste en que se extinga ese amor o ese hogar, sino en que sea inherente a cada uno el sentimiento inesperado de su pérdida. Consideramos entonces las experiencias como si estuvieran a punto de desaparecer: ¿qué es lo que las ancla o las arraiga en la realidad?¿Qué guardaríamos de ellas, qué abandonaríamos, qué recobraríamos." (Said, Cultura e imperialismo)

Quizá esos lugares ya sólo son nuestros (o pueden seguir siendo nuestros) a través del deseo, la nostalgia, mediados por la distancia, porque hay una barrera física que nos aleja de ellos por mucho que tratemos de aproximarnos: al recorrerlos de nuevo descubrimos que esa barrera somos nosotros. El cuerpo, los gestos, la mirada, la pura carnalidad de ese volver nos confronta con nosotros siendo otros, y pensando que los lugares son los mismos. El paisaje permanece, nosotros somos el obstáculo para salir a su encuentro, para retomarlos plenamente, y sentirnos con ellos en consonancia, en concordancia. Por eso viajar es una discordia, sembrar el mundo de disonancias. Por eso nos enfada verlos igual, vernos tan distintos, y quisiéramos que algo de ese paisaje se desordenara con nosotros a la vuelta, reaccionara, nos respondiera acompañándonos en el cambio. Zzzzzz.

martes, 29 de enero de 2008

Putting a ban on forgetting

The steady stream of forms. En eso se van algunas mañanas, de oca en oca, entre applications de más allá del Canal, y requirimientos del Ministerio, sus respectivos negociados, y la búsqueda multiruta de vuelos: Madrid-Boston, Washington-Denver, Denver-Madrid. Ahora que el invierno se subleva, resulta que todo consistía en cambiar los horarios. (Versión particular de aquel otro lema más general del "cambiar de jardín" para que los cardos no te crezcan al lado, no te molesten, ni seas ya una "flor de otro mundo").
Así que el viernes por el sábado, la madrugada por las primeras horas de la mañana, el mediodía por la tarde, y reunir los huecos sueltos, que juntos dan este "collar de circunstancias irascibles" que sirven para: un capítulo de viajero-Reverte, avanzar páginas de ensayos colindantes, cruzar la calle y sonreir en los Renoir, no perder más tiempo en los autobuses (¡muerte a la circulación de superficie!).
Y entonces los lápices echan de menos los párrafos que con su negro de carbón puntean el recuerdo. "Inventa un imperio donde simplemente todo sea ferviente", sentencia Saint-Exupéry en Citadelle. Y uno se imagina también descendiendo el río Colorado, amadrigándose en la hierba, en los amarillos campos de trigo de Dakota del Sur. Fervor, sí. ¿Qué hace el viajero con su fervor por el mundo? ¿Y con sus querencias? Porque pareciera que las querencias son un principio básico de humanidad.
Cuenta Javier Reverte, en el último capítulo de "La aventura de viajar", sus escapadas infantiles por los pinares de Valsaín, subiendo monte arriba en el silencio de las horas de la siesta para conquistar los misterios de la Mujer Muerta, y la leyenda de sus lobos. Andando como sólo se anda en las aventuras de la infancia, por los meandros callados del Eresma. En esas tardes de verano que ahora imaginamos hechas de un tiempo lento y de un sol cobrizo, de rayos de luz rozando la línea de la Morcuera, como tantas tardes de bici por el valle, regresando heroicos y magullados a casa.
Los Himalayas podrán alzarse desafiantes miles de metros, y las Rocosas podrán pisar suelo canadiense, americano, mejicano, cortarnos el aliento con sus picudos y estridentes perfiles, pero el valle del Lozoya, y toda la Sierra del Guadarrama, tendrá siempre algo que los demás no alcanzan. Algo tan simple como el roce de horas y horas, una infancia, mil vueltas, la mirada que se posa cada invierno, cada primavera, regresando cada vez desde más lejos, para comprobar que sólo queremos ya esos lugares en los sueños: tal y como nos los devuelve la nostalgia. Porque su realidad y su presencia ya no nos cabe en ninguna parte.
Y aún así tienen la llave de nuestros recuerdos, tienen la fatiga de años trotando y los pasos cerrados, las senderuelas, ruedas embazadas, risas con eco. Tienen la suerte o la desgracia de ser(nos) una querencia...
"Al arrimo de los olmos", como en un poema cualquiera de Machado, se va pasando la vida. ¿Cómo es posible callar las querencias, o vivir como si no se tuvieran? ¿Por qué la memoria nos aleja de la realidad de esos lugares y a la vez nos mantiene pegados emocionalmente a ellos, en un constante gesto de vuelta, o como si irse del todo fuera imposible? Claro que no hay querencia sin distancia. La distancia nos bifurca y nuestro relato puede adoptar el camino del regreso o del olvido. A ratos olvidamos, a ratos regresamos. Parece que es mejor saber que no es posible ya regresar, aunque duela, que simplemente olvidar, como si nunca nos hubiese tocado la luz de esas sierras. Parece más humano, al menos. Será porque he decidido sin querer -o viendo lo que hubiera podido ser de haber optado por el camino del olvido-, que no quiero que se me hiele la sangre en un avión cualquiera.

sábado, 26 de enero de 2008

Duda, duda macabra: ¿Se puede estar de paso en las personas como es posible estar de paso en los lugares? A menudo nos limitamos a pasar por los lugares, con mayor o menor consecuencias, sabiendo, de hecho, que "sólo" estamos de paso. ¿Pero en las personas? Cielos, algún otro orden tiene que regir para que sea posible avenirse a razones, atenerse a los hechos. Tenemos la solución de las acciones conjuntas o de la agencia, a secas. A los lugares, hasta nuevo aviso, no nos es dado pedirles cuentas, ni les es posible saldarlas con nosotros. Pero estos monos con ropa que somos los humanos no pueden campar a sus anchas. El que pasa, pisa. O roza, toca, aletea, vulnera, desoye o aguanta, aunque sea un segundo. Es suficiente.
¿Y la extraña naturaleza del adverbio "inadvertidamente"? No contraviene el hacer de ciertos performativos en el decir, pero sí el de ciertos compromisos en el hacer o el actuar. ¿O es que no contraemos compromisos a veces sin darnos cuenta? Me lo expliquen....

viernes, 25 de enero de 2008

Como mientras hojeo el nuevo libro de Agamben que ha publicado Anagrama, "La potencia del pensamiento", con algunos ensayos antiguos. (¿Qué? Cada cual gestiona en privado sus vicios como quiere). Y al final leo más que como, claro. Trabajo otro poco y suena un "crack" por dentro. La llamada de la selva, la tarde que torna al gris y luego se enmienda, el sábado que ha irrumpido en el viernes, por si no estuviera ya la cosa turbia y tornadiza. Me debato entre hablar o callar. O lo que es lo mismo, mandar una carta o no hacerlo. Siempre a vueltas con las cartas. Afirmaba Jean Paul que “los libros son cartas voluminosas a los amigos”. Así que me abro paso a través del bosque furioso de los libros en la alfombra y doy alcance a Cheever en la estantería equivocada (lo debí de malcolocar aposta para que eso le hiciera justicia). Siempre me pareció conmovedor el prólogo de su hijo en los "Diarios". Ese dolor pausado de tener que confrontarse a la imagen en que no se reconoce a alguien próximo. "Era incapaz de escribir una postal sin encontrarse. Pero no por ello dejaba de escribir. Se encontraba consigo mismo, se transformaba y el destinatario recibía una postal de miedo". Yo, mi, me conmigo. Quizá es la menor de las razones para callar, hay otras más serias, pero ésta habla de no cargar a los otros con el fardo de eso inconcreto que nos molesta, con lo que nos tropezamos a todas horas, y que es, claro, nuestra propia presencia, esa incapacidad de dejarnos en paz siquiera un ratito.
Cheever, la rabia, la incomprensión, una creencia --acaso ingenua-- de que si conseguimos expresar lo que nos pasa, nos curaremos (cuando como mucho conseguimos calmarnos). Cheever y cambiar inútilmente de sitio, el paisaje de los trenes y los crepúsculos invernales de Nueva Inglaterra. Cheever y los remordimientos, la languidez, el pequeño grano de arena de la locura, la fatalidad, la mitificación compulsiva de todo lo ajeno, lejano, pasado. El "mecanismo de una imaginación ociosa y morbosa". Y luego, la "ignorancia afectiva". Acabáramos. "No poseo la dulzura de algunas de las personas indicadas y tratar de conseguirla genera una tensión insoportable." El dolor de entregarse, dar al menos algo de nosotros en las interacciones, no todas, pero sí quizás en las más importantes. O al contrario, en todas, pero no quizás lo más importante de nosotros.
Dejo sonando a François Couturier al piano. Desolador a ratos, y a ratos perturbador. "Con nuestros patéticos malentendidos somos la causa de la sinuosidad, la noche y la ira." Así es Cheever en lo que escribe, así somos, a ratos, con la tarde viniendo, con lo que decimos o callamos. Vae victis.

Que se pare la semana que me bajo

Sí, se apea uno de los días como se apea de la moto y de la burra, pero sin dejar que le bajen, sin que "le caigan" a uno del guindo. Hay que perseverar en la candidez, día tras día, porque si no, acaba uno de un resabiado que no hay quien lo aguante, como esos que miran con condescendencia al resto de la humanidad, echando moneditas de su sabiduría de cuarto cerrado y alcanfor. Así que me he bajado de la semana a viernes por la mañana, con mi madeja de nubes al hombro, un revuelo de ondas de delfín y cometas, y el persistente aroma a sándalo y almizcle en las narices. ¿Me puede explicar alguien por qué habría de cambiar El Cairo por Budapest o Florencia? ¿Por qué cambiar Tasmania por Durham? ¿En virtud de qué cabales razones de gentes sensatas? Parece más divertido vivir como si todo fuera un continuo despropósito. Sebald o Kafka, frente a Sthendal, por ejemplo. Pero eso sólo en la impunidad de las noches de insomnio (y van tres esta semana), en la patente de corso de las ventanas y los horizontes, que dan siempre a un sueño, no a la calle.
Porque tenemos los sueños (que no los deseos) somos buenos chicos, permanecemos en el carril de la semana, nos avenimos a los motivos más concordantes, etc. Quizá porque elegimos quedarnos en ese sitio a pesar de todo y de todos, y esos otros nos leen, dejamos que nos lean y nos den orden(es). Para lo demás ya tenemos los sueños.
Gándara sobre las autobiografías: "Quiere esto decir que el autor, convertido en narrador de un presunto 'sí mismo', se declara incompetente sobre su propia vida y reclama al lector una actuación sobre una historia que se le escapa. El autobiografiado pide un poco de orden, y lo pide a gritos y afuera." Es una cosa digna de Pirandello, quien ha de venir a poner algo de sensatez en el barullo abigarrado de nuestras vidas. ¿Y qué? Sin otros no hay orden en las razones. Pospondré El Cairo y me tomaré la revancha aprovechando que el Pisuerga pasa por Boston y baja hasta Baltimore, recalando, pirata, en N.Y. Cae una invitación a Denver, a la sombra de las Rocosas. ¿Pero es que hay vida más allá de los viajes? Me lo expliquen...
Así que sigue la autobiografía de Koestler, que era a lo que iba Gándara: "...pero no abandonaría mis hábitos, aun suponiendo que fuera posible. El camino del exceso no siempre conduce al palacio de la sabiduría, como sostenía Blake; pero puede haber tanto ritmo y armonía en las oscilaciones de un péndulo como en la rotación de una rueda sobre un eje pulido.”
Ahí queda eso. Ya ni recurrir a Lispector necesita una para hacer apología del despropósito. Qué decadencia.

lunes, 21 de enero de 2008

Hiru aste badirela

Hoy llego con la lengua fuera, mejor dicho no llego, arrastro aún restos de lunes en las suelas de los zapatos. No sé si se ha salido la luna, no me ha dado tiempo a mirarlo. En el estrecho margen de maniobra que nos dejan las circunstancias --su empuje y su peso--, he creído ver el sol, quizá este mediodía, y algún que otro destello azul a lo lejos, en la ciudad. Un seminario sobre confianza epistémica (y acciones conjuntas: no es lo mismo pasear juntos --con sus debes y haberes, con sus cooperaciones y coordinaciones-- que andar simplemente al lado de otros que luego igual echan a correr, o se quedan rezagados, o dejan de hablarte a la mitad del camino, porque sí, porque les viene en gana, porque deben de haber pronunciado en algún momento la última palabra y no nos hemos enterado--. Pero es cierto, sólo podemos pedir cuentas si ambas partes han reparado en que estaban compartiendo un objetivo común, o si de hecho lo estaban haciendo. Y la mayoría del tiempo una de las partes estaba a otra cosa, nos confundimos, malentendemos, o acaso hablamos tan bajito que ni sabemos que hablamos o que otros nos hablan.)
En fin, hay lugares que nos desordenan, pero cuesta dejarlos. Se te agolpa la pena y la culpa en la nuca.
De vuelta en el tren, mientras me dejaba ir lejos, me ha sorprendido aquella canción vasca que me llegó, que me llegaste, de París... "Badira hiru aste"... No recordaba que un día la escondí entre el revoltijo de las otras canciones (viva la impunidad del desorden de los mp3), para que un mediodía de tren me sorprendiera. Así que el cristal se ha debido de empañar en tu honor, o quizá las nubes hayan bajado de golpe para abrazarnos... "Loriak udan" kantatzen baitut inoiz gutxitan ez uste letrak ez ditut oraindik ahaztu akordatzen naiz hainbeste....
¿Ves como hay hueco cuando más cansados estamos? Y siempre anda detrás la misma mano angelical, sosteniéndonos....
Luego, todo el día cambiando la piel. Curiosa metamorfosis. Por menos, no habría merecido el día la pena.
Lo pequeño es concreto y asible, trepa como la hiedra y se expande, se va colando por los agujeros de la vida y le da consistencia, solidez, entereza. Rellena todas esas grietas, minutos inciertos, espacios en que lo que tiene que llegar todavía no ha empezado y lo anterior se ha cumplido ya, así que estamos casi sin suelo. No duran mucho, pero su efecto es que la vida se nos haga de repente inmanejable y abstracta, lejana, impensable, casi ajena. De modo que lo concreto de la risa de los amigos, lo pequeño de la presencia de los paseos, el parloteo creciente de los ratos muertos, el just-pop-in-to-say-hello, viene a ser el único cemento que suelda nuestras fracturas cotidianas. Lo único que nos da pie y, al cabo, la medida de lo real, el orden de nuestros afectos.
Tengo nuestra lista a buen recaudo, claro que no la he olvidado, aunque a veces también he caído en la trampa de pensar que los planes se quedan siempre en nada, que no iba a poder aterrizar sin ella. Es así, somos impacientes, nos puede la ansiedad de esos pocos momentos en que no hacemos pie. Cuesta darle espacio a las cosas, lograr ver dónde van colocándose, cómo van a ir abriéndose paso. Hace falta ser muy sabio, o al menos llevar andados muchos kilómetros, para saber ilusionarse con tino, dar con las buenas razones, y darnos tiempo. Yo estoy pintando mis paredes con la tinta de esos planes, sabiendo que nos crecerá el naranja en los ratos libres, en los tiestos, en los bares compartidos. Sólo hay que ir aprendiendo a ser prudente, calcular bien las fuerzas. Y rara vez sabemos hacer esas cuentas solos. Así que hay que ordenarse la vida en compañía y frente a un vaso de vino, ya lo sabes. Por eso te había guardado un trocito de tarta de chocolate de la que hemos cenado, pero he de confesar que se me ha ido derritiendo según bajábamos por las calles, ya tranquilas, de Lavapiés. Ha quedado buena noche, nos hemos dejado arrastrar por las olas sucesivas de la conversación, y luego que simplemente hay gente que te arranca una risa con eco, gozosa, transparente, voluminosa, y acaso con un punto de candor. Da gusto poder dejarse ser inocente por un rato, saber que estás a salvo. Gente que hace que tu risa sea mejor. Suele ser gente de andar resuelto y mirada directa. Te hacen reír y te descargan de todas las cosas que zumbaban en tu cabeza. Te regalan el milagro de la ligereza, y por un momento te dejas flotar a su lado, abrazando lo pequeño que nos es dado ofrecer: se me hace que es la única manera de entender que un paso detrás de otro detrás de otro detrás de otro acaba siendo una caminata.
Y besos para la semana.

sábado, 19 de enero de 2008

Saturday mood

La música nunca suena mejor que los sábados a primera hora de la tarde, cuando el día se remansa. Nunca el café sabe mejor, nunca se tropieza mejor con la línea apropiada, la metáfora exacta, la más atinada de las sonrisas que nos llegan, que cuando la tarde comienza a entrar por las ventanas un sábado cualquiera. Huele a pintura y a vacío, al eco de las paredes, y eso renueva todo. Suenan los Guillemots (¡sí!), y un ratito The Shins y Norah Jones... Todo está desmantelado y aún así el mundo resulta hoy especialmente apacible. Apacible, igual que hay gente que resulta apacible, que es algo a medio camino entre querible y amigable. Enamoran igualmente, suelen quedarse mirándote con una curiosidad atenta que acoge, y hablan como escuchando, con cara de escuchar, sí. Puesto que las personas causan un efecto (y más) sobre nosotros, uno debería de ser lo suficientemente cuidadoso para elegir de quién se rodea. Elitismo afectivo, ¿qué pasa?.
Ha subido la temperatura, los viejos bares de Menéndez Pelayo están a rebosar de gente que toma sol, vino, cerveza, en medio de la calle. Bullicio y mucho guapo atrincherado tras sus grandes y sofisticadas gafas de sol. Qué modernos somos. Madrid ya no quiere ser París, ya se asomó al lago de Zurich y a sus garitos irresistibles, a sus despampanantes tiendas. Madrid ya hace tiempo que suena y huele a Roma. Tanto como tiempo hace que Baroja ya no pasea por Rosales, que Castilla está más lejos que Amsterdam.
Al andar recuerdo el "Long ride home" the Patty Griffin: "She rides as quiet as a dream... How hard would it have been to say some kinder words instead. I wonder as I stare up at the sky turning red."
¿Por qué hacemos las cosas mal si sería infinitamente más fácil hacerlas bien?

viernes, 18 de enero de 2008

Escucho con cierta, y no poco divertida, ironía, el "Say it to me now" de The Frames (cómo estamos, sí...). Menos mal que no somos minoría los que pensamos que el trato entre los animales humanos debería regirse por ciertas normas mínimas, y consabidas, de civismo. ¿Qué tipo de enfermedad nos lleva a lo contrario? Al mutismo, por ejemplo. El sentido común que rige el intercambio de la palabra suele hacer mucho más amable un "¿por qué no te callas?", sí, llegado el caso. "And so much has gone misunderstood. This mystery only leads to doubt." Mentira: los misterios suelen ser tan banales que llevan al olvido poco a poco.
En fin, yendo a cosas importantes, más interesante es ya esa hora en que los cafés se llenan de un humo que aún es tibio, benigno, y el cuerpo que esperábamos se inclina para abrazarnos, mira y se acerca, sabe de nuestra presencia. Es una certeza que sólo llega de tiempo a tiempo, frágil. Y es verdad que es una insensatez haber dejado esa certeza. Y más aún distraerla con los viajes. Es verdad que se suele decir eso de l'amour de voyage. El que está en movimiento se sabe enfermo, y aún su condición le justifica para cometer esa u otras torpezas. Pero el que estaba quieto, en su sitio, ¿de qué tipo de espejismo ha sido presa, de dónde surge ese error de percepción tan garrafal, si a las personas se las ve venir de lejos, como suele decirse?
Luego están ese otro tipo de patologías que nos llevan a hablar de más, a preguntar de más, a no comprender qué nos aparta de esa obstinación que les es propia a las palabras.
En fin, hoy estoy esperando corrientes curvas de viento que perfilen esta línea de cirros y los comben. Pero nada.
"I am unpacking my library. Yes, I am. The books are not yet on the shelves, not yet touched by the mild boredom of order. Instead I must ask you to join me in the disorder of crates." (Walter Benjamin, Unpacking my library)
No hay texto en que uno no encuentre a Benjamin acertado, agudo, profundo, preciso. Y aunque siempre es difícil glosarle, aun aparecen quienes fecundan su brío. Bhabha sobre Benjamin: "It was then that it struck me, unpacking my own library -memories of book-buying in Bombay, Oxford, London, Hyberabad, Urbana, Jyavaskala- that it is the 'disorder' of our books that makes of us irredeemable 'vernacular' cosmopolitans committed to what Walter Benjamin describes as the 'renewal of existence'".

jueves, 17 de enero de 2008

A menudo se suele decir que queremos tener la última palabra, pero en realidad muchas veces lo único que ansiamos, y lo que de verdad necesitaríamos, es que, más bien, nos pidieran la palabra, nos quitaran la razón.
Hoy ha habido nubes lenticulares (altocúmulos), a ratos y durante toda la mañana. Desde el Sur se ve el cielo estirándose hacia la ciudad, y cuando los movimientos verticales del aire han sucedido a otras corrientes, se han ido formando, como le es propio, de manera asilada. Luego el viento las ha vuelto a borrar, y luego otra vez, el aire ascendente, al principio ya de la tarde, las ha permitido aparecer, absorbiendo esta penúltima luz dorada.
La pena, es ligera y tornadiza, también, y produce, como estas nubes, grandes turbulencias. La pena es lenticular, sí.

miércoles, 16 de enero de 2008

Definitivamente el sueño es incompatible con el caos. El cansancio hace del mundo un trapo sucio, del cielo jirones, not to mention my mood... Así que: té rojo, Damien Rice a más decibelios de los permitidos por los cristales, y a empezar por el principio: vaciar las habitaciones y el salón, pintar y optar a corto plazo por un minimalismo que al menos me mantenga a flote, y dé cabida a una presencia más, traer de vuelta su tranquilidad. Está claro que cuando uno quita los topes, esa sensatez ajena que nos embridaba con sus buenas razones --esa forma de paciencia que es la esperanza, o esa forma de esperanza que es la paciencia--, la identidad se desborda por el lado de sus viejos vicios. Hay presencias que suman, y otras que restan. "También me comprende hasta un punto que causa desasosiego, y no me consiente mis debilidades ni excesos, tal como hacen otros que me conocen menos y, por tanto, me temen más." (John Banville, El mar).
No tengo ganas de sucumbir a este caos, a no ser que le saque algún provecho más que el pataterismo de la escritura y sus galardones (De lugares y viajes). Al menos, a media tarde aparece Ray LaMontagne con su guitarra y se van poniendo en fila los planes: por orden, Barcelona, Dublín y, por fin, Egipto en febrero. Es insensato pensar(se la vida) más allá de dos o tres meses, así que esto es todo lo que quiero/puedo estirar la mano.
También se pregunta Banville si acaso "lo misterioso no es algo nuevo, sino ya conocido que regresa en una forma diferente, convertido en fantasma". Quizá ése es el puntal y la única gracia de todos nuestros equívocos, algún tipo de intervención sobre el origen, pues el pasado es "un segundo corazón". La llamada dependencia de la senda explica muchas cosas, sí.





martes, 15 de enero de 2008

Pruebas (del pasado)

No importa que tengamos delante al mismísimo Marco Polo. Como Kublai Kan, nuestras preguntas tenderán todas a interrogar los motivos de su viaje, a sondear los abismos de su nostalgia. "Esto es lo que quería saber de ti: confiesa lo que contrabandeas: ¡estados de ánimo, estados de gracia, elegías!" (Las ciudades invisibles). Eso, en la versión de Italo Calvino, claro. Pero en la versión cotidiana, suceden encuentros no menos dignos de ficción. Hoy salgo a comprar helado de chocolate, y, bajo el cielo gris, descubro aquello que decía E. De Diego sobre el cine de Tarkovski: "Por fin, un día cualquiera, siendo conscientes de que no estamos solos, de que alguien nos habla con un lenguaje que entendemos, decidimos aprender el sonido de su nombre." Y he rememorado la verdad insustituible de las presencias, los años en que hablar era lo cierto, lo real, la prueba del paraíso, comprender y haber sido comprendido. En el fondo nos pasa que estamos malacostumbrados, lo bueno -lo bueno encontrado a lo largo de los años- nos hace, acaso, perseverar en esa búsqueda, y confiar un poco ingenuamente, como si fuera algo que todos pudieran ofrecernos. Porque de las experiencias del pasado -aquellas en las que hemos aprendido unos cuantos nombres y apellidos- guardamos las pruebas de que algo parecido -o al menos traducible- a lo que somos capaces de decir, existe, es de carne y hueso, y se puede tocar, paladear, vivir con-.
En realidad, la "cicatriz", como en el poema de Rosales, no proviene de la herida del silencio, de la onerosa carga de callar y callar, sino tal vez de lo contrario. De la herida que deja haber sido comprendido, haber podido decir, y saber que lo dicho llega a buen puerto. Algo cambia en el horizonte de nuestras expectativas cuando eso pasa, y proyecta sobre el futuro una sombra, y un peso, difícilmente manejables. Demasiadas expectativas sobre la pobre humanidad que uno a uno sumamos.
En fin, siempre nos quedará The Frames, Virginia Woolf, Malcom Lowry, y aunque ya no esté Ángel González para contarnos cómo pesa lo que somos, cuánto espacio y tiempo hace falta "para que yo me llame....", vendrán otras voces trayéndonos presencias: pruebas del milagro.

Falling slowly

Eran alces, una manada, expulsados del bosque por la tormenta, cayendo extrañamente heridos en medio de las calles inundadas, devorados por alguna enfermedad, o por los súbitos disparos. Una masa indistinguible de árboles tronchados, alces moribundos y agua encharcada, nubes bajas, grúas y coches abandonados. Luego estaba el camino de vuelta entre la lluvia, tres maletas, descifrar lo que le pasa a los otros. La ciudad era del norte. El desconcierto, el de siempre, querer comprender, decir y no saber, no atinar, la dificultad de abrirse camino.
Imagino que ya no va abandonarme esa imagen en todo el día. Los sueños se prolongan más allá de la noche, claro, se apoderan de la jornada, en algo la trastocan; seguimos respirando los olores que allí predominaban y sintiendo las mismas sensaciones que en ellos experimentábamos. Día-sueño, entonces.
Por lo demás, uno no debe de llamar más de tres veces a la misma puerta. Una de verdad, dos de cortesía. Quizá porque somos -queremos ser- ingenuamente perseverantes, no quedarnos con la injusticia de juzgar por nuestra cuenta. Entre el ruido y los malentendidos puede que uno no sepa a ciencia cierta nunca lo que los otros creen, piensan o sienten. Pero con tres silencios basta. En el fondo, los tres toc-toc son sinceros, pues están desprovistos de todo lo que hemos concluido hasta el momento, porque nos resistimos a pensar que los otros no sean capaces de alzar un poco más la voz. ¿Qué más tarea hay si no es ésa? Hacerse inteligibles.
De todas formas, no solemos salir de nuestro asombro en ninguno de ellos. Toc-toc, toc-toc, toc-toc. Luego ya está, carretera y manta. Los afectos cotidianos, la montaña de cosas pendientes, este clima de nieblas por la mañana, el azul pastel por la tarde, la complicidad de las noches.
En fin, hablemos de "Once", esa pequeña maravilla de gestos, voces y presencias por las calles de Dublín, la humedad de sus luces y las miradas creciendo hasta llenarlo todo. Es gratitud contra deseo. Ójala la gente comprendiese más a menudo el significado de esos gestos, lo que va con ellos, la manera en que, de todas formas, ya y para siempre, han reordenado nuestras vidas, y no hace falta más, no hace falta estropear las cosas tontamente. "Take this sinking boat and point it home." I'll sing along.... de eso se trata, mientras van pasando el resto de cosas.
Pero es una lucha perdida, la de la gratitud contra el deseo.

lunes, 14 de enero de 2008

En fin, lo ideal en esta vida sería encontrar en la acera una estrella de mar mientras uno vuelve a casa, por la noche y con la lluvia. O un caballito, también. O una caracola. Aunque teniendo las voces de los amigos, ya está el mar en las aceras. Sí.

sábado, 12 de enero de 2008

De las horas



La tarea es acostumbrarse de nuevo a los viejos escenarios, porque los hemos olvidado más rápido de lo que pensábamos. Acostumbrarse otra vez mientras uno se tropieza con el caos de sus mesas. Verdaderamente parece imposible manejar la insensatez con la que se reproduce este desorden. Mientras, salto de Bouvier a Chatwin, a Leiris, de Kerouac a Kapuscinski, a Segalen, deslizándome con Maqroll el Gaviero, entre las inquietudes de Steinbeck y el desasosiego de Pessoa, sondeando la distancia azul de los viajes, para intentar armar unas cuantas explicaciones, el mapa de los territorios metafísicos que atraviesa lo geográfico. Puede que no haya misterio, que el viajero se ponga en marcha sólo por pura curiosidad... Mais c'est pas si facil que ça, il me semble... qu'est-ce que l'on fait, autrement, avec "le secret désir de métamorphoses tangibles, tant en lui-même que dans le monde extérieur" qui port avec lui le voyager...
El vagabundo no es nada cabal, pero sí pertinaz. De modo que mientras los lugares nos retienen, siempre nos cabrá ver las metamorfosis que la luz y las horas infligen al cielo, a los edificios, al maltrecho orden de las mesas, las ideas.

viernes, 11 de enero de 2008

El silencio suele parecerse a una encrucijada, y hace que no sepamos muy bien por dónde tirar. Lo más sensato suele ser mantenerse en la ruta que traíamos y, en ausencia de explicaciones por parte de los otros, optar por la más sencilla y prosaica, pues con ella se suele acertar. A veces ni siquiera el silencio es una espalda vuelta, es simple despreocupación, intranscendencia, atareamiento. O a veces es sólo la consecuencia de haber sobrepasado el punto del cruce: los demás necesariamente se nos aparecen de espaldas, nuestro movimiento multiplica el suyo y todo parece más lejano. El efecto óptico consiste en una súbita aceleración de los caminos, eso es todo. Continuar por los propios derroteros suele requerir no dejar mucho tiempo en suspensión la decisión sobre el sentido de lo que nos va ocurriendo. Cerrar una historia no es clausurarla, sino optar por una interpretación y seguir tejiendo, en ese punto, con el hilo de los acontecimientos. En determinadas situaciones, eso implica forzar el juicio, y desgraciadamente solemos forzarlo a costa de deformar la imagen de los otros, de manera que el saldo sea positivo para nosotros, para poder contarnos a los otros. En fin, encaje de bolillos con las cosas que pasan, a menudo por encima de lo justo o lo acertado. Lo sabemos, quizá nos estemos equivocando o seamos cicateros en nuestra manera de dar sentido al encuentro con los otros. Pero el silencio nos deja sin versión alternativa de los acontecimientos.
En fin, se diría que Madrid luce espléndido. Hace frío, es verdad, está gris, cierto, tarda mucho en amanecer y esta ausencia de sol nos colma de desconciertos. Pero sabe a té rojo, la humedad de las calles acoge nuestros pasos, nos mece y nos reconforta. Las nubes de la noche absorben el amarillo anaranjado de las farolas, mientras corremos y corremos y respiramos aceleradamnte, después de la lluvia, antes de los libros y las conversaciones. Las conversaciones, hasta que la noche nos vence, y la damos por buena... porque las noches no son nada sin las palabras de los otros.

lunes, 7 de enero de 2008

"La imposibilidad de explicarse entre sí, la ausencia de un espacio lingüístico en el que puedan darse a conocer el uno al otro, porque ni siquiera ellos mismos saben lo que les está sucediendo o cómo compartirlo con el otro para que le excuse y acoja." Inquietante frase de Azúa sobre el no menos inquietante Ian McEwan, esta vez sobre su "On Chesil Beach". Y sigue con gran atino: "Cuando no se puede compartir un fiasco, suele convertirse en objeto arrojadizo". Peligramos, por un momento, al no compartir con buena fe nuestros fracasos. Lo que es cosa de dos, y concierne a "sendos", que diría Marías, no puede ser resuelto por uno. Peligramos y no siempre nos enmendamos. Queda el alivio de que, a veces, el peligro se resuelve con olvido.
La cosa, por supuesto, no termina aquí (pues, ¿sirve el olvido para sobreponerse a la decepción?), pero hoy no concluyo la exégesis cotidiana, y así me lo cuentas tú, que fuiste y serás siempre la que tira del hilo.... "flecos sueltos", Güen, Güen, Güen...

Yesterday... I gave you a hug, Clementine

Hay abrazos que son para todos. Se los da uno a una persona en concreto, pero sabe que ese abrazo llega a muchas más, a todas las que se quieren entre ellas, o a partir de esa persona. Viajan los abrazos más allá de los cuerpos que abrazamos, así lo queremos soñar al menos. Y así lo vi ayer en la tarde con humo, en el Pepe Botella.
De lo demás, es mejor huir, de los que no se dejan abrazar, de los que no hablan ni se dejan decir en los demás, los que no aprendieron a darse, a contarse, a hacer que las cosas lleguen, a cuidar o atender, a preocuparse, a sentirse concernidos. Y es mejor no intentar explicarles nada de esto.
"All The Night Without Love", como en la canción de Elvis Perkins. Hay cuerpos que sólo se chocan, que se suceden y se fatigan en noches absurdas de encontronazos, de frío escenificado en conquista, y todo es vano. Pero uno se da cuenta tarde de los errores. E incluso a veces uno se encuentra queriendo abrazar a esa gente contra su propia voluntad, en la incoherencia de saber que es inútil, y acaso es sólo la curiosidad que nos despierta esa gente que parece ser cabal y sin embargo no hay nada, nada que podamos encontrar, nada que sepan decirnos, así como no hay nada de lo que tenemos que ofrecer que pueda parecerles valioso. Se diría que hay abrazos vanos, pero no es cierto, quizá sólo haya errores de percepción y abrazos que no llegan a darse porque no tendrían lugar, sentido.

sábado, 5 de enero de 2008

Désormais

"A veces irrumpe un callado mal sin porqué suficiente, aunque haya indicios y razones, un aburrimiento, una herida, una quiebra que no son una depresión, que son simple y sencillamente un dolor. No reside en miembro alguno, se parece a una desarticulación, a una parte que se hace con todo, a un desenlace previo. No nos pertenece y parece más nuestro que cualquier posesión. Nos duele en un singular que es propio. No es donde lloramos, sino adonde van a parar las lágrimas que no brotan, los amores que no vivimos, los hijos que no tenemos, las palabras que no decimos, las cartas que no escribimos, o donde se reciben las que no nos envían. Un singular para la espera sin expectativa.
Nadie sabrá jamás eso que no se deja recoger en saber alguno. Ahora bien, no es sólo una sensación o un sentimiento. Es una incompatibilidad. Tiene la fuerza de una verdad y nos envuelve y nos arroja con un frío nuevo. Y aprendemos una difícil lección. Entonces valoramos la amistad y la comunicación porque en tal situación se manifiesta lo que quizá nunca podremos contar, lo que no es posible ofrecer en relato alguno. Sólo hallaremos, en su caso, el calor de la acogida, la compañía en esa intemperie, y no vale hacerse la víctima. Es tan nuestro que responde a lo que nos constituye.
Cuando duele el alma, los ojos no destellan necesariamente tristeza. En ocasiones, miran con más vehemencia, como deseando materializar un objeto, una causa, un problema, algo que afrontar, como deseando comprender. Es la entrada intensa del vacío, de otra forma de soledad. Es como si hubiéramos extraviado algo que quizá nunca poseímos, como si, abandonados, nos halláramos perdidos, nos encontráramos a nosotros mismos y, más aún, pudiéramos reconocer que no cabe la fuga." Ángel Gabilondo, Alguien con quien hablar.
Tantas veces gritando esos susurros, ese secreto a voces para el que apenas llegan las palabras, allí donde duele la mañana, donde la tarde no consigue crecer, esa aguda sensación de la incompletud que nos encierra y nos aisla, que tan violentamente a veces nos hace trazar una línea entre nosotros y el mundo, y nos deja varados. ¿Comprendes ahora qué hay en mi mirada, por qué las palabras, tantas palabras, su presencia excesiva, obsesiva, repetitiva? Hay que dar forma a la levedad de ese dolor, asirlo, hacerlo presente, contundente, para así poder comprenderlo. Si lo dejas flotar, te acabará llevando en su vuelo, lejos, donde sólo hay silencio, incomprensión, rabia, acaso. Si lo traes a la tierra, si lo ofreces, si le das nombre entre el común de los mortales, empieza a hacerse habitable, común, cabal, razonable. Por eso Lucía, por eso esto, por eso las cartas, los globos, la excusa de tu nombre o tu situación, para alcanzar a tocar, a saber, para compartirse en la tarea cotidiana de sobreponerse.
Me preguntaba qué sería ahora de Lucía, de las vísperas, de tus globos y de los milagros, de este hueco en un océano que ya no nos separa. Me preguntaba.... y quizás, sin saberlo, llega sola la respuesta. No hay más que seguir aprehendiendo la nube del dolor que nos lleva lejos, fatigar el horizonte de nuestro propio desconcierto y batallar... por dar forma y realidad a la cercanía. La proximidad que nos sustenta, nos alienta y da cobijo.

viernes, 4 de enero de 2008

Para no terminar de irse, para no llegar a volver

Quizá es cuestión de tiempo aterrizar del todo. Cambiamos los relojes, ajustamos las luces y nos acostumbramos al nuevo tacto del viento, recordamos y revivimos el frío que nos quemaba los pulmones a última hora corriendo en El Retiro (como si cansando el cuerpo dejáramos descansar la mente). Vuelve el cuerpo a las calles de siempre y hay algo en nosotros que, sin embargo, se resiste a volver. Tampoco es que queramos irnos para siempre: pronto acamparíamos en ese allí y maldeciríamos la previsibilidad del nuevo aquí. Se trata simplemente de escaquearse, de robar aún cinco minutos más al día, a la tediosa obligación de ser (y ser consistentes) para corretear, andorrear, cazcalear, descubrir, extraviarse y dejar que sean los demás quienes nos encuentren y nos devuelvan a la razón perdida.
"Dolores de palabra", dice Ángel Gabilondo. "Uno tiene a veces dolores de palabra, y hay veces que uno no puede dormir por una palabra que le falta". Dormir, conquistar el descanso de haber llegado a decir, a tocar, haber colmado al otro de las palabras que necesitaba, saberse atinado en la palabra y el afecto, y haber recibido eso que no acaba de llegar... La palabra en la que dormimos nuestras inquietudes... ¿Nos la dirá alguien alguna vez? ¿Cúan lejos o cuán cerca hay que irse para tocar o que nos toquen "lo intocable que hay en cada uno de nosotros"?.

jueves, 3 de enero de 2008

Madrid-California-Madrid

¿Qué es lo que hace a los seres humanos huir de sus propios extravíos, mirar a otra parte, no querer enfrentarse a su propia confusión? ¿Miedo, costumbre, pereza, falta de curiosidad, flaqueza? No es que se trate de poner orden en el pequeño gran caos vital con el que todos convivimos, en el azoro, las contradicciones, la extrañeza de no terminar de saber quiénes somos o qué queremos, hacia dónde nos dirigimos; se trata más bien de saber que ahí está, sin darle mayor importancia; se trata de que nos permitamos reconocérnoslo, y reconocerlo como nuestro -- aunque a la vez que propio sea también ajeno, pues convoca a los demás, y en él se ven reflejados a veces, consiguen entenderse a poquitos, porque les concierne o sufren sus consecuencias--. Desde donde yo veo las cosas se trataría de compartir la confusión una vez que llega, y sin duda llegará, y no sentarse a esperar que pase, como si cambiar de sitio o de compañía fuera a llevarse la niebla. La cosa es bien simple, todo es más humano y trivial, la mirada que acoge, el hombro que apoya, saberse frágil, pedir ayuda, hacerse perdonar.
Y aún así se cruza una con quien todavía le gana a dureza, y como si fuera un acto reflejo, el chico espanta la mosca, la duda, la herida, las emociones contrapuestas. ¿Tanto cuesta sentarse y comprender, sentarse y hablar, sentarse y mirar de frente la marea de las cosas inciertas, de los contrasentidos, de los enredos, de los extravíos?
En fin, con el tiempo pasando y cayendo, llevo las alforjas llenas de serenidad. Da pena no poder comprender o que las cosas no lleguen (o no tener el lenguaje adecuado con que hacer llegar las cosas), pero me quedo tranquila, en el muelle de la bahía, sonriendo, porque la vida es generosa. Road friendship.