miércoles, 30 de enero de 2008

De nuevo Bhabha sobre Benjamin, y de ahí a Said sobre Adorno (¿es que acaso soy la única impresentable adicta al deleite de las fuentes secundarias o qué? Reconozcámoslo, las glosas ofrecen un placer extra sobre los ya de por sí placenteros textos de origen...). Y de nuevo Said sobre las querencias y pertenencias, citando a Hugo de St. Victor, honorable monje sajón del siglo XII:
"Quien encuentre dulce a su patria es todavía un tierno aprendiz; quien encuentre que todo suelo es como el nativo, es ya fuerte; pero perfecto es aquel para quien el mundo entero es un lugar extraño. El alma tierna fija su amor en un solo lugar en el mundo; la fuerte extiende su amor a todos los sitios; el hombre perfecto ha aniquilado el suyo."
Donde "fuerte" y "perfecto" son sólo en realidad contingentes y azarosas concreciones de una fragilidad constitutiva, y por tanto, no más que epítetos de nuestra vulnerabilidad. Negociado de los débiles y no de los seguros fortachones. El punto es que se alcanzaría la independencia y el desapego "elaborando sus propios afectos, no rechazándolos". Said dixit. Y sigue: "Se predica el exilio respecto al amor al lugar del nacimiento, a su propia existencia y a sus lazos de pertenencia: la verdad universal del exilio no consiste en que se extinga ese amor o ese hogar, sino en que sea inherente a cada uno el sentimiento inesperado de su pérdida. Consideramos entonces las experiencias como si estuvieran a punto de desaparecer: ¿qué es lo que las ancla o las arraiga en la realidad?¿Qué guardaríamos de ellas, qué abandonaríamos, qué recobraríamos." (Said, Cultura e imperialismo)

Quizá esos lugares ya sólo son nuestros (o pueden seguir siendo nuestros) a través del deseo, la nostalgia, mediados por la distancia, porque hay una barrera física que nos aleja de ellos por mucho que tratemos de aproximarnos: al recorrerlos de nuevo descubrimos que esa barrera somos nosotros. El cuerpo, los gestos, la mirada, la pura carnalidad de ese volver nos confronta con nosotros siendo otros, y pensando que los lugares son los mismos. El paisaje permanece, nosotros somos el obstáculo para salir a su encuentro, para retomarlos plenamente, y sentirnos con ellos en consonancia, en concordancia. Por eso viajar es una discordia, sembrar el mundo de disonancias. Por eso nos enfada verlos igual, vernos tan distintos, y quisiéramos que algo de ese paisaje se desordenara con nosotros a la vuelta, reaccionara, nos respondiera acompañándonos en el cambio. Zzzzzz.