No importa que tengamos delante al mismísimo Marco Polo. Como Kublai Kan, nuestras preguntas tenderán todas a interrogar los motivos de su viaje, a sondear los abismos de su nostalgia. "Esto es lo que quería saber de ti: confiesa lo que contrabandeas: ¡estados de ánimo, estados de gracia, elegías!" (Las ciudades invisibles). Eso, en la versión de Italo Calvino, claro. Pero en la versión cotidiana, suceden encuentros no menos dignos de ficción. Hoy salgo a comprar helado de chocolate, y, bajo el cielo gris, descubro aquello que decía E. De Diego sobre el cine de Tarkovski: "Por fin, un día cualquiera, siendo conscientes de que no estamos solos, de que alguien nos habla con un lenguaje que entendemos, decidimos aprender el sonido de su nombre." Y he rememorado la verdad insustituible de las presencias, los años en que hablar era lo cierto, lo real, la prueba del paraíso, comprender y haber sido comprendido. En el fondo nos pasa que estamos malacostumbrados, lo bueno -lo bueno encontrado a lo largo de los años- nos hace, acaso, perseverar en esa búsqueda, y confiar un poco ingenuamente, como si fuera algo que todos pudieran ofrecernos. Porque de las experiencias del pasado -aquellas en las que hemos aprendido unos cuantos nombres y apellidos- guardamos las pruebas de que algo parecido -o al menos traducible- a lo que somos capaces de decir, existe, es de carne y hueso, y se puede tocar, paladear, vivir con-.
En realidad, la "cicatriz", como en el poema de Rosales, no proviene de la herida del silencio, de la onerosa carga de callar y callar, sino tal vez de lo contrario. De la herida que deja haber sido comprendido, haber podido decir, y saber que lo dicho llega a buen puerto. Algo cambia en el horizonte de nuestras expectativas cuando eso pasa, y proyecta sobre el futuro una sombra, y un peso, difícilmente manejables. Demasiadas expectativas sobre la pobre humanidad que uno a uno sumamos.
En fin, siempre nos quedará The Frames, Virginia Woolf, Malcom Lowry, y aunque ya no esté Ángel González para contarnos cómo pesa lo que somos, cuánto espacio y tiempo hace falta "para que yo me llame....", vendrán otras voces trayéndonos presencias: pruebas del milagro.