viernes, 25 de enero de 2008

Como mientras hojeo el nuevo libro de Agamben que ha publicado Anagrama, "La potencia del pensamiento", con algunos ensayos antiguos. (¿Qué? Cada cual gestiona en privado sus vicios como quiere). Y al final leo más que como, claro. Trabajo otro poco y suena un "crack" por dentro. La llamada de la selva, la tarde que torna al gris y luego se enmienda, el sábado que ha irrumpido en el viernes, por si no estuviera ya la cosa turbia y tornadiza. Me debato entre hablar o callar. O lo que es lo mismo, mandar una carta o no hacerlo. Siempre a vueltas con las cartas. Afirmaba Jean Paul que “los libros son cartas voluminosas a los amigos”. Así que me abro paso a través del bosque furioso de los libros en la alfombra y doy alcance a Cheever en la estantería equivocada (lo debí de malcolocar aposta para que eso le hiciera justicia). Siempre me pareció conmovedor el prólogo de su hijo en los "Diarios". Ese dolor pausado de tener que confrontarse a la imagen en que no se reconoce a alguien próximo. "Era incapaz de escribir una postal sin encontrarse. Pero no por ello dejaba de escribir. Se encontraba consigo mismo, se transformaba y el destinatario recibía una postal de miedo". Yo, mi, me conmigo. Quizá es la menor de las razones para callar, hay otras más serias, pero ésta habla de no cargar a los otros con el fardo de eso inconcreto que nos molesta, con lo que nos tropezamos a todas horas, y que es, claro, nuestra propia presencia, esa incapacidad de dejarnos en paz siquiera un ratito.
Cheever, la rabia, la incomprensión, una creencia --acaso ingenua-- de que si conseguimos expresar lo que nos pasa, nos curaremos (cuando como mucho conseguimos calmarnos). Cheever y cambiar inútilmente de sitio, el paisaje de los trenes y los crepúsculos invernales de Nueva Inglaterra. Cheever y los remordimientos, la languidez, el pequeño grano de arena de la locura, la fatalidad, la mitificación compulsiva de todo lo ajeno, lejano, pasado. El "mecanismo de una imaginación ociosa y morbosa". Y luego, la "ignorancia afectiva". Acabáramos. "No poseo la dulzura de algunas de las personas indicadas y tratar de conseguirla genera una tensión insoportable." El dolor de entregarse, dar al menos algo de nosotros en las interacciones, no todas, pero sí quizás en las más importantes. O al contrario, en todas, pero no quizás lo más importante de nosotros.
Dejo sonando a François Couturier al piano. Desolador a ratos, y a ratos perturbador. "Con nuestros patéticos malentendidos somos la causa de la sinuosidad, la noche y la ira." Así es Cheever en lo que escribe, así somos, a ratos, con la tarde viniendo, con lo que decimos o callamos. Vae victis.