La música nunca suena mejor que los sábados a primera hora de la tarde, cuando el día se remansa. Nunca el café sabe mejor, nunca se tropieza mejor con la línea apropiada, la metáfora exacta, la más atinada de las sonrisas que nos llegan, que cuando la tarde comienza a entrar por las ventanas un sábado cualquiera. Huele a pintura y a vacío, al eco de las paredes, y eso renueva todo. Suenan los Guillemots (¡sí!), y un ratito The Shins y Norah Jones... Todo está desmantelado y aún así el mundo resulta hoy especialmente apacible. Apacible, igual que hay gente que resulta apacible, que es algo a medio camino entre querible y amigable. Enamoran igualmente, suelen quedarse mirándote con una curiosidad atenta que acoge, y hablan como escuchando, con cara de escuchar, sí. Puesto que las personas causan un efecto (y más) sobre nosotros, uno debería de ser lo suficientemente cuidadoso para elegir de quién se rodea. Elitismo afectivo, ¿qué pasa?.
Ha subido la temperatura, los viejos bares de Menéndez Pelayo están a rebosar de gente que toma sol, vino, cerveza, en medio de la calle. Bullicio y mucho guapo atrincherado tras sus grandes y sofisticadas gafas de sol. Qué modernos somos. Madrid ya no quiere ser París, ya se asomó al lago de Zurich y a sus garitos irresistibles, a sus despampanantes tiendas. Madrid ya hace tiempo que suena y huele a Roma. Tanto como tiempo hace que Baroja ya no pasea por Rosales, que Castilla está más lejos que Amsterdam.
Al andar recuerdo el "Long ride home" the Patty Griffin: "She rides as quiet as a dream... How hard would it have been to say some kinder words instead. I wonder as I stare up at the sky turning red."
¿Por qué hacemos las cosas mal si sería infinitamente más fácil hacerlas bien?