Lo pequeño es concreto y asible, trepa como la hiedra y se expande, se va colando por los agujeros de la vida y le da consistencia, solidez, entereza. Rellena todas esas grietas, minutos inciertos, espacios en que lo que tiene que llegar todavía no ha empezado y lo anterior se ha cumplido ya, así que estamos casi sin suelo. No duran mucho, pero su efecto es que la vida se nos haga de repente inmanejable y abstracta, lejana, impensable, casi ajena. De modo que lo concreto de la risa de los amigos, lo pequeño de la presencia de los paseos, el parloteo creciente de los ratos muertos, el just-pop-in-to-say-hello, viene a ser el único cemento que suelda nuestras fracturas cotidianas. Lo único que nos da pie y, al cabo, la medida de lo real, el orden de nuestros afectos.
Tengo nuestra lista a buen recaudo, claro que no la he olvidado, aunque a veces también he caído en la trampa de pensar que los planes se quedan siempre en nada, que no iba a poder aterrizar sin ella. Es así, somos impacientes, nos puede la ansiedad de esos pocos momentos en que no hacemos pie. Cuesta darle espacio a las cosas, lograr ver dónde van colocándose, cómo van a ir abriéndose paso. Hace falta ser muy sabio, o al menos llevar andados muchos kilómetros, para saber ilusionarse con tino, dar con las buenas razones, y darnos tiempo. Yo estoy pintando mis paredes con la tinta de esos planes, sabiendo que nos crecerá el naranja en los ratos libres, en los tiestos, en los bares compartidos. Sólo hay que ir aprendiendo a ser prudente, calcular bien las fuerzas. Y rara vez sabemos hacer esas cuentas solos. Así que hay que ordenarse la vida en compañía y frente a un vaso de vino, ya lo sabes. Por eso te había guardado un trocito de tarta de chocolate de la que hemos cenado, pero he de confesar que se me ha ido derritiendo según bajábamos por las calles, ya tranquilas, de Lavapiés. Ha quedado buena noche, nos hemos dejado arrastrar por las olas sucesivas de la conversación, y luego que simplemente hay gente que te arranca una risa con eco, gozosa, transparente, voluminosa, y acaso con un punto de candor. Da gusto poder dejarse ser inocente por un rato, saber que estás a salvo. Gente que hace que tu risa sea mejor. Suele ser gente de andar resuelto y mirada directa. Te hacen reír y te descargan de todas las cosas que zumbaban en tu cabeza. Te regalan el milagro de la ligereza, y por un momento te dejas flotar a su lado, abrazando lo pequeño que nos es dado ofrecer: se me hace que es la única manera de entender que un paso detrás de otro detrás de otro detrás de otro acaba siendo una caminata.
Y besos para la semana.