¿Qué es lo que hace a los seres humanos huir de sus propios extravíos, mirar a otra parte, no querer enfrentarse a su propia confusión? ¿Miedo, costumbre, pereza, falta de curiosidad, flaqueza? No es que se trate de poner orden en el pequeño gran caos vital con el que todos convivimos, en el azoro, las contradicciones, la extrañeza de no terminar de saber quiénes somos o qué queremos, hacia dónde nos dirigimos; se trata más bien de saber que ahí está, sin darle mayor importancia; se trata de que nos permitamos reconocérnoslo, y reconocerlo como nuestro -- aunque a la vez que propio sea también ajeno, pues convoca a los demás, y en él se ven reflejados a veces, consiguen entenderse a poquitos, porque les concierne o sufren sus consecuencias--. Desde donde yo veo las cosas se trataría de compartir la confusión una vez que llega, y sin duda llegará, y no sentarse a esperar que pase, como si cambiar de sitio o de compañía fuera a llevarse la niebla. La cosa es bien simple, todo es más humano y trivial, la mirada que acoge, el hombro que apoya, saberse frágil, pedir ayuda, hacerse perdonar.
Y aún así se cruza una con quien todavía le gana a dureza, y como si fuera un acto reflejo, el chico espanta la mosca, la duda, la herida, las emociones contrapuestas. ¿Tanto cuesta sentarse y comprender, sentarse y hablar, sentarse y mirar de frente la marea de las cosas inciertas, de los contrasentidos, de los enredos, de los extravíos?
En fin, con el tiempo pasando y cayendo, llevo las alforjas llenas de serenidad. Da pena no poder comprender o que las cosas no lleguen (o no tener el lenguaje adecuado con que hacer llegar las cosas), pero me quedo tranquila, en el muelle de la bahía, sonriendo, porque la vida es generosa. Road friendship.