lunes, 30 de junio de 2008

Cierto que una tiene la desgracia de no interesarle el fútbol más que a título antropológico, pero es que hoy no salgo de mi asombro. ¿Quién ha puesto este pie de foto?
Esa "pared blanca" del pie de foto (y la foto misma) no ha parado de rondarme en toda la mañana. No salgo de la contradicción, realmente "molesta" (oh, la frivolidad), en que me instala. He recordado aquel excelente documental que hace años vimos (cuando creo que todavía los Verdi no eran los Verdi) y que tanto perseguiste desde que lo vieras en ¿París? ¿Bradford? ¿aquel campo de trabajo en Italia? (¿cuántas fichas hemos movido en el mapa desde entonces, dear Miss Fog?).
Promises (2002) era el viaje de Goldberg por los asentamientos del West Bank y los barrios de Jerusalén. Entonces creo que pensaba que había algo positivo en esa despreocupación que algunos de los chavales entrevistados mostraban, o al menos esa esperanza era mayor que la inquetud funesta y la desesperanza que nos produce constatar que la violencia está instalada en el corazón de la cotidianidad. Esa forma de invisibilidad del conflicto que lo enquista (¿o es acaso una forma de empezar a trascendenrlo?. Cielos, me estoy volviendo loca..) No sé qué más es, aparte de una de las formas de superviviencia, de convivencia con el horror.
Quizá ése es el motivo por el que me gustan y me disgustan las películas de Amos Gitai (la última Free Zone).
Y ahora, no sé por qué, recuerdo vívidamente la excelente Broken Wings, que vi una tarde cualquiera en Ginebra, mientras fuera nevaba sin parar y yo me mecía en algo parecido a ese (¿falso?) "estado apacible" que el extranjero nos trae. Más de lo mismo.

domingo, 29 de junio de 2008

Un reguero de palabras enfila el cielo, vagamente atraviesan el horizonte. Están cansadas. Por la carretera vacía el sol prende, con sus brillos metálicos, el silencio y una malla de luz cierra el paisaje. La vanidad o el pudor. O ninguno de los dos. Saber que nuestra fragilidad puede pesar a los otros. Aquello que nos haría preferir callar a confesar(nos) que apenas nos separa un milímetro del dolor de los demás, pero que un milímetro puede ser a veces un desierto pedregoso o un páramo. La árida distancia que separa la comprensión de su contrario, el gesto que signa la comunicación o su fracaso. Preferiríamos callar a hablar-y-vivir con la duda de si las palabras, lo afectos, llegan, tienen lugar, sentido. Ese miedo que reconocemos en los ojos de los otros, no te vayas, nuestros ojos, querer, temer perder lo que amamos, no saber reconocerlo, darle espacio.
Y sin embargo, nos quedamos en esa esquina, hablando, hablando, nunca hemos parado de hablar. Nada de grandes interioridades, pisar, pasar, como en el paisaje, sobre las superficies.

sábado, 28 de junio de 2008

Somos tan de ahora

Releo por tercera vez en las últimas semanas a Fernández Mallo mientras escucho mezcladas canciones de los Bright Eyes y los Modest Mouse. Un divertido juego de espejos y duplicaciones entre la página y la música: sobre la red de destinos cruzados, de imágenes pasando a la velocidad de la luz en un mapa desestructurado del mundo, los ritmos marcados de las guitarras, "the world at large", una superficie difuminada de pantallas, la nieve en los parques, el abandono en las calles. Me rindo al afterpop y a la poesía postpoética, la narrativa del transhumanismo. Releo a Fernández Porta. Somos tan de ahora. Atravieso el pasillo y es como cruzar dos océanos y volver, entre una pared de nubes y otra de atardeceres, los porches de Massachusetts, Canadá mezclado con Berlín con el Matterhorn, mapas viejos y nuevos, las faldas de los Alpes y las Tre Cime di Lavaredo, la enrosadira, la colección de diccionarios, los reflejos del Thamesis, las arquitecturas de cristal. Nuestra segunda piel, la ropa girando en el tambor de la lavadora, una Vespa trazando azares por la ciudad, la letanía sin fin del iPod, sonando desde Madrid a Abu Dhabi, en una continuo lleno de saltos, vacíos, el globo terráqueo en la noche emitiendo destellos, cercenado de oscuridades. Ahí están nuestros paisajes de la experiencia. "Comprueba el correo. Tiene un mensaje de sus padres, que si todo va bien, etcétera. Enciende la tele y baja el volumen a cero, le gusta ver pasar esas imágenes mudas, como en una ventanilla de un tren. Desenvuelve uno de los pescados y el resto los congela. (...) De cuando en cuando alza la vista y se detiene en la pantalla sin voz, publicidad de neumáticos, imágenes de los marines de Irak, un anuncio de la reposición de La mujer biónica, que siempre se la pierde. Después se sienta delante del ordenador (...) Entonces piensa que tampoco nadie sabe dónde se ubica la exacta frontera entre Rusia y Alaska." (Nocilla experience). Somos tan de ahora, metidos en ese tiers paysage (Clément), nuestra cotidiana red de artefactos, turberas y yermas extensiones de un caos sin escala.
Por si las dudas, vuelvo a Muñoz Molina (El viento de la luna), y pienso que sí, que quizás hay una simetría perfecta (y opuesta) entre la melancolía de aquella generación y la de la nuestra, los hijos de las capitales globales: sin lugar al que poder huir, sin lugar al que poder volver. Sin origen, sin extranjero. Quizá porque uno no tiene la sensación de estar yéndose especialmente a otra parte cuando viaja desde N.Y, Londres, Tokio a Barcelona o París. En aquellos imaginarios de la huida quizás había una narrativa de cambio o de progreso. En nuestros difusos y cambiantes imaginarios, hay un flotar en ninguna parte, una, quizá forzosamente, desperdigada memoria. O quizá es sólo que nos hemos creído, antes de tiempo, muy posmodernos. Frente al viaje de vuelta de Salvatore en Cinema Paradiso, el viaje de ¿ida? de Charlotte en Lost in translation. Y acaso una sensación de culpa por algo que no terminamos de entender. O acaso sea sólo desapego. Pero no, hay un abrazo entre dos calles, un beso en la multitud, un compartir la desorientación, el pie desnudo y la mirada planeando sobre la ciudad, a lo lejos.
No lo sé. Después de todo, ¿cuál se supone que es nuestro "principio de esperanza"?

viernes, 27 de junio de 2008

Greg me llena de ternura la mañana con su diagnóstico certero. Mientras Lucía dibuja recovecos en la piel, el bostezo de Garfield aflora en caminos cegados. Será una sincronía del reloj de las almas y esas cosas, como la pequeña de Grace is gone con su minuto feliz. "To all of you" me resucita. Es más, me tapiza de ilusiones este sendero en que me embarro. Las carreteras de California, "driving a car by the seaside", ahora que todo vuelve a arder. Compro cuatro billetes de avión en diez minutos. De paso, me deleito con el clip de "Everything else". Un Syd Matters disfrazado, eternamente deseable, la casa de tejado reluciente, voladora y nublada, nefelibata, a lomos del pájaro blanco, en el claro de bosque entre centauros. Sueño ya con el ascenso al Ben Nevis, que me espera a mitad del verano. Planeo sobre el mapa, andando con los dedos por las tierras altas. Bajo hasta la bahía de Cardigan, resuena una melodía gaélica, en la isla de las mareas, Ynis Enlli. Desde Aberdaron subo hcia el mar de las Hébridas. Inse Gall. Me sumerjo en las agua gélidas, escruto la depresión tectónica y salgo a superficie, en un paisaje de gneis y grandes columnas de rocas basálticas. Vuelve a sonar "Icare". Absorbo la humedad del ambiente y cruzo lo dedos para poneros a salvo.

jueves, 26 de junio de 2008

Los caminos de la piel

En los claroscuros de la piel cobija el amor sus secretos. Nos guarda de saber lo que, sin embargo, el deseo nos prodiga. Si pudiéramos apagar el mundo, si amar fuera un presente que no supiera del recuerdo, que olvidase lo que habita al otro lado de los cuerpos. Si respirar no cansara, si en la incierta materia que gobierna los destinos halláramos la palabra, la forma. Si la vida nos ungiera con la tibia desmemoria, si fuésemos capaces de olvidar hasta que recordar ya no doliera, entonces, sólo entonces, acaso, recordarámos.
Mientras, seguiremos olvidando al amparo de las sombras, de los sueños, con esa laceración que nos causa sabernos otros, sabernos separados. ¿Cuánto puede durar la debilidad? ¿Cuánto la resistencia? "Soñamos soledad y la soñamos siempre contra alguien, para demostrar algo." (Gopegui) Si supiéramos cómo armar la adecuada pregunta, con qué aplomo estar más allá de lo que llega, y pronunciar los nombres de las cosas. Si pudiéramos, claro, si supiéramos, tal vez, no estaríamos viviendo.

miércoles, 25 de junio de 2008

Los silencios de la piel

A la hora de los estorninos, siento el latido de las palabras en el cuello, como un nudo de tiempo, una línea de luz que se abre tras la palpitación oscura. Su multiplicada presencia ciñe el final de la tarde. Es una alucinación que llega cual vaharada de voces y gestos, lamentos de la memoria.
Es la red de palabras que nos sostiene la existencia, la medida de un deseo aplazado. Palabras aventadas, salvadas del légamo de los días. Palabras amarteladas, obstinadas, aherrojadas. Palabras naciendo de la entraña del mundo, que llegan y nos desnudan.
El silencio, al contrario, nos cubre, honra con su precisión ardiente lo que los cuerpos ofrendan, ruborosos, retráctiles. Silencio que cuida y vela, con su prudente cercanía, con el lenitivo de su medida distancia. La piel lo sabe, acepta ese silencio, agradecida. Por respeto a lo que hay, a lo que los cuerpos anuncian, es mejor callar. Callar con ese silencio que reconoce y honra, disolviendo palabras que hieren, que humillan. Hay un silencio que besa a los otros en lo que son, que los acoge en su desvalimiento. Un silencio que enmienda el desatino de las palabras, su torpe arrogancia.

Los misterios de la piel

Hay veces que es imposible deshacer la distancia que separa dos cuerpos, trabar una cercanía que invoque presencias, por más que algo haya hilvanado antes, con el hilo común del entendimiento, los destinos, los caminos o el aliento compartido de la noche.
En la palabra que nos falta se aloja la ausencia de ese cuerpo cuya piel se nos antoja océano, estepa, manantial lejano de alguna evidencia que nos contrista. Es un vacío que no halla sutura, una separación que nos instala en la inquietud. Intactos, privados de la piel, dejamos de sentir la nervadura que nos conforma, la trama de nuestra fragilidad, el paisaje de las palabras comunes. Desposeídos de esta piel, el mutismo destila una soledad afligida, apenas un sollozo. Es la manera en que los cuerpos se convocan y arrojan sobre sí, sobre el otro, un redondel de sombra que oscurece la piel, y es, en verdad, la espesura de un silencio que acerca, oculta, desvela. Une y contiene.
Acaso aquello que sólo puede ser entrevisto en una oscuridad remota, parecida al lenguaje de los sueños, es lo que roza el misterio de la piel, y entiende lo que las caricias nos traen con su aguacero de palabras. Aquello que al ser tocado por la luz se diluye, un rumor de deseo. No hay comprensión que no pase por la piel, cercanía que no convoque sus misterios, que no contenga la punzada, la palabra.
Vivo instalada en un impresionismo del que alegremente dependo. Cae la noche sobre las terrazas de Argumosa, y la algarabía atraviesa, como una rayo, el rectángulo de sombras que ocupo. El ladrido de un perro se mezcla con el llanto de un niño. Resuena a lo lejos una armónica, viene de Novorossisk. En el supermercado un anciano se mira desconcertado en el espejo corrido de la entrada, y siento la fría piel de la soledad tocando mis hombros. Espero la palabra que no llega, que nunca llega. Una corriente de afecto surca el cielo, como una escalofrío. El escepticismo, que nos pesa en las manos, y ese revuelo de pájaros en el corazón, esa desbandada. Time passes by, "while you were sleeping", canta Elvis Perkins. Todos dormíais, cuando llegó el tiempo de las cometas varadas y los besos se hicieron arena. Llueve el olvido sobre las marquesinas, y ya sólo yo espero, la palabra, la palabra que pasa de largo. En el espacio de una renuncia perdimos algunos sueños. Roja, la noche es roja desfilando hacia la mañana, se agosta. Y ese último gemido que apenas se escucha.
¿O será la "nocillización" de la experiencia?

lunes, 23 de junio de 2008

Mando a Lucía al rescate de Deza, que huyó cabizbajo camino de la Mancha. Los campos están abrasados, la carretera llena de espejismos. No le encuentro. Hago señales de humo, y por fin, se deja ver. Ha trastocado las estaciones, se cobija en la serranía de Cuenca, en un diciembre impostado, entre el rojo de las mimbreras, a orillas del rio Trabaque y sus fértiles vegas. No en vano aquel era el paisaje de Prim. Volvemos a las andadas. Me cuesta distinguirle (¿dije "me"?) en la perpetua ondulación rojiza, viejo camaleón. Despliego el equipo de salvamento y, cacharritos en ristre, le enchufo en el tálamo el "Viva la vida" de Coldplay. Modo repeat, ad infinitum. En seguida responde al tratamiento de choque de los violines. Esboza una media sonrisa. Juguetea un rato con los flecos sueltos, pero en cuanto se descuida le cierro la boca con el cargamento de chocolate que he traído. Tenemos provisiones para pasar un invierno nuclear. Nos quedamos escondidos en las mimbreras, disfrutando del aire bondadoso de diciembre. Enteramente parecemos Calvin y Hobbes: “It’s a magical world, Hobbes, olbuddy... Let’s go exploring!”. Si Watterson levantara la cabeza.

domingo, 22 de junio de 2008

Ahora que Deza no mira...

De vuelta a casa, por fin se ha levantado algo de aire. El sonido de los pasos retumbando en las calles vacías suena hermoso, como si andar así, cuando ya es tarde, nos liberara de alguna carga que tan sólo intuimos. Apenas andar, despacio, en la noche, sin pensar lo que nos espera o el esfuerzo del último paso. Cuatro pies, desaparacer, al fin, en la primera y última piel.
En medio de la diáspora cotidiana, algunos oasis. Entre viaje y viaje, espero. Entre viaje y viaje, la familia pasa por Madrid, trayendo recuerdos de todos esos sitios que tanto y tanto añoro, valles alpinos en los que no entra casi la luz y aún por la tarde las nubes siguen muy bajas, donde la vida se remansa y el olvido es benigno. No porque huyamos, sino porque elegimos estar, quedarnos. Me pierdo en los paisajes de sus historias, el roquedo de Montségur, los desfiladeros de la costa atlántica, las reforestaciones de las laderas (esas líneas tan marcadas de hayas y pinos). Añoro Flims, la lluvia fina en pleno julio. Cuando sea mayor perseguiré el invierno de hemisferio en hemisferio. Mientras, en las caras, el tiempo va pasando. En las pieles morenas reposan mil alegrías, en sus miradas, un cariño desbordante que acaso no sé dónde poner. Dudamos y al final no sabemos cómo medir nuestra presencia en el mundo. La cercanía nos quema, la distancia que debería resguardarnos, nos encierra, nos congela. La tarde trae un aire caliente que duerme los campos y lo anestesia todo. Las nubes se han esfumado, el sol quema el cielo dejando una final capa de plata que reverbera. Miro hacia otra parte. Poco a poco, me invade la pena, la culpa, esa oscilación en un arco de sentimientos inútiles, heredados. Todo está en su sitio y sin embargo, lo que hubiéramos podido elegir nos desborda. La tarde se cierra con una melancolía lenta y pesada, plomiza.

sábado, 21 de junio de 2008

A place for feeling beyond ourselves

Definitivamente me rindo a los encantos del disco, al "Skinny love" y sus mandatos ("And I told you to be patient, and I told you to be fine, and I told you to be kind"), y eso que los falsetes tienden a irritarme, y aquí su abuso al final acaba por hartarme. Me reengancho, no obstante, cuando escora hacia un pop más suave, o cuando deja ver las influencias de la electrónica o se vuelve más instrumental, y sobre todo en ese algo coral que transmite la soledad de su voz, su vulnerabilidad: en nuestra fragilidad están contenidas las voces de los otros, en ella resuenan. Ese "forever ago" encierra las imágenes de lo que ha ido quedando por el camino, la difícil tarea de irse despojando, y el dolor de no poder vivir siempre atado a lo que importa. Esos desplazamientos a los que la vida nos obliga. "You're still very lovable".
Al final acabo de cabeza en Iron&Wine, que me recuerda tanto a los garitos de Los Angeles.
De vuelta a los mandatos, algo me hace seguir creyendo que antes de exigir hay que hacer penitencia. La redención es un largo viaje, como aquel camino polvoriento más allá de la frontera, por los escarpes de la Sierra y valle abajo, por el que el personaje de Tommy Lee Jones arrastraba a ese policía que disparó a su amigo chicano, en The three burials of Melquiades Estrada. No es la expiación o la culpa, no, sino la más amplia posibilidad de la redención: pues, a fin de cuentas, es esa posibilidad lo que signa la verdad del c-a-m-b-i-o, la validez de su acontecer (o al revés, en realidad).
Puede, no obstante, que esto no sea más que un poso cristiano. No recuerdo cuántas veces he pronunciado en los últimos tiempos la frase "podrías permitirte ser más generoso", porque no aguanto la cicatería con que se mide ese ir-hacia los demás que nos impulsa a vivir. No estamos sutancialmente lejos de los otros, y quisiera uno ser conforme a lo que siente, mas algo en lo que hacemos, o en lo que aprendimos, nos contiene, embrida todos nuestros gestos. Y es un error.

viernes, 20 de junio de 2008

"That has brought me to this loss?"

Las condiciones de presión hacen que la tarea que nos ocupa se vuelva sumamente aburrida. Verdaderamente me subo por las paredes. Intento escribir sin mucho éxito tres artículos a la vez, poniendo confundidamente en uno lo que es de otro, y sabiendo fracasado el intento de llegar a tiempo. Como toda diversión devoro jamón de York (nunca entendí esta denominación) mientras trato de concentrarme en escuchar el nuevo disco de Bon Iver, For Emma, Forever Ago. Efectivamente, hay en él mucho de esa atmósfera del mito del Justin Vernon que huyó, desde North Carolina, a una cabaña solitaria en los bosques nevados de North Wisconsin para tratar con su propio dolor. Hay algo, claro, muy americano en ese gesto de vuelta al lugar de origen para econtrar las palabras, pero sigue funcionando, cual Thoreau del siglo XXI.
Al principio queda en el aire una sensación de cierta contractura, pero luego todo emerge y fluye con sorprendente agilidad. Hay algo de canto monástico, mucho del invierno circundante y bastante de sincopada sucesión de lucidez y tiniebla. Desolación contenida, belleza desbordante. Agitación al aproximarse al centro de la herida, suavidad al bordearla, ritmo al alejarse camino de la esperanza. La percusión añadida es somera, pero efectiva. Lo mejor de la sencillez del folk con una mirada desasosegada (y desasosegante). Algo me hace recordar algunas composiciones de Nick Drake. Será un emparejamiento sentimental, que a ratos se hace brutal: "Someday my pain, someday my pain, will mark you, harness your blame" (en "The Woolves").
O sea, que Deza está de nuevo en activo... Tiene dónde hilar, sí, pero es mejor no darle mucho pábulo, porque salvo unas ojeras que me las piso y la recurrente contractura de mandíbula, el resto son felices taras que una trae de nacimiento. Las circunstancias me retienen en Madrid, pero no pienso asomarme a comprobar cuánto calor hace. El periódico sube solo a casa (se sabe el camino) y, por si acaso, no tiento a la imaginación, no vaya a ser que acabe planeando sin motor sobre la fosa del Lozoya (el robledal cubriendo el fondo, ese aire de ejido retirado, el alfoz de los prados cercados y sus regatos, el cíngulo de las cumbres cerrando el valle; luego, los ríos encajados, la montaña boscosa y de peñascal camino hacia el puerto, y allá, los roquedos profundos y antiguos, el granito, las cuarcitas y el largo recorrido en tendidas lomas pedregosas, sus collados altos y suaves, sus laderas extensas.) En fin, mi solitaria neurona protesta de vez en vez (normal, para descansar de los ladrillos infames que me ocupan, le calzo prosas no menos infames), pero no tiene derecho a huelga, sino más bien semana de 65 horas.
A falta de la umbría grata de los montes, habremos de soñar con el bullicio de las olas, los paseos por el puerto de Marsella y aquel aroma húmedo de las tardes con su viento afrutado.
Dice Julio Ramón Ribeyro en Prosas apátridas: "Cada amigo es dueño de una gaveta escondida de nuestro ser, de la cual sólo él tiene la llave e, ido el amigo, la gaveta queda para siempre cerrada. Alejarse de los amigos es así clausurar parte de nuestro ser." Perdemos aquello que éramos al alejarnos de con-quien-fuimos esto o aquello, nos permitió serlo o nos reconoció en ello. Y acaso le negamos a los demás, con esa distancia, la posibilidad de seguir siendo eso que eran. La dinámica de los plurales... And this is not about you, babe.
En fin, toda la noche sonando Belle & Sebastian, ahora Elvis Costello & The Imposters. Me perderé a las chicas esta tarde, me perderé Zaragoza, pero veré a Moretti poner esa cara de seriedad que no se sabe qué esconde (si "Caos calmo" es la mitad que el libro, me basta).

jueves, 19 de junio de 2008

miércoles, 18 de junio de 2008

Cuando uno piensa que el día ya es insalvable, y que peor no puede ir, llega el milagro... Ha aparecido una nube de dulzura mejicana desde Canadá. Las cartas nos hacen la vida más llevadera. Resetean el reloj del día, lo ponen a punto y dan lo malo por pasado. Quizá una solución privada no sea más que una derrota, en realidad. Puede, pero me da igual. "Porque se elige, cosa distinta es que nos equivoquemos, un punto de vista para el deseo", Gopegui dixit. "Quiero decir que por un lado está la vida, la lenta pero ilusoria construcción de algo no derribable, los afectos sucesivos y, por otro, algunas personas, algunas punzadas que atraviesan la vida, que no son sólo desviaciones, descansos, sino tal vez reminiscencias de un plan preconcebido, como si a esas personas les hubiera sido entregado el mapa de nuestra isla, como si su aprobación tuviera una importancia mayor que la admiración que nos merecen, mayor que el deseo físico, psíquico y provisional que nos despiertan. Ese fue mi punto de vista, una distancia prudente, el rellano de una escalera, y las cosas pasan abajo, o arriba." (Tocarnos la cara)
Quizás uno pierde con el tiempo la capacidad de descansar. Y si eso es así, es francamente desesperante. O quizás simplemente hay que aprender a tener paciencia, paciencia para esperar a que llegue el sueño, querer abrazarlo, que cunda, y no enredarse con el primer pensamiento que pasa. Existe un nerviosismo del pensamiento tan tonto como todos esos otros tics neuróticos.
O quizá es que el día nos agobia de presencias, nos llena de incomprensiones, atiza el fuego de las preguntas.
En cualquier caso la relación entre la calma y la soledad es curiosa. Pasaje al canto, de M. Cacciari en Soledad acogedora. De Leopardi a Celan: "Cuanto más ajeno a la 'conversación' se nos muestra el absent, más le ocupa su imaginación y menos solo se encuentra. El absent desespera de poder estar solo, ya que conoce nuestra incapacidad de poder alcanzar la soledad verdadera. Desesperadamente acompañado de sí mismo, yendo en compañía de sus propios cuidados, o, más bien, del cuidado de la imagen (...), va a recordar incesantemente esta dolorosa paradoja: en el fondo, tan sólo el 'ocupado', es decir, aquel hombre que dedica su tiempo a realizar las tareas cotidianas y que desprecia la ensoñación y la fantasía, es capaz de obtener un momento de olvido, de soledad y de quietud auténticas. Por cuanto olvida la realidad de imaginar que, en cambio, el solitario, el 'extranjero' se ve obligado a contemplar insomne. El 'ocupado', que olvida imaginar, para quien nada es imaginar, puede desesperar completamente, acallando el cuidado que sin duda siempre nos impone la esperanza; algo imposible para el solitario, que nunca abrigaría la ilusión de desesperar hasta el final. A la imaginación, que es la encargada de 'construir' y activar las ilusiones, no le es dada la única esencial: la que es capaz de desesperar."
Esa hiperconsciencia, ese bullicio atronador de imágenes y sensaciones (la lluvia...) que nos lleva lejos y merma las presencias... Sólo a veces la compañía más segura nos trae la soledad adecuada, la de la calma. You were right, babe: "¿Por qué no te dejas tranquilita un rato?" Con suerte todavía queda algo por planchar. :-)

martes, 17 de junio de 2008

Abrir los ojos es caerse al mundo, despeñarse por un interminable barranco donde se suceden, impávidos, lentos amaneceres, saludos, gestos despreocupados, destellos de alegría, remolinos de aburridos quehaceres, confusión de manteles y calles, papeles, aromas de un deseo futuro, barcos hundidos, pies camino a ninguna parte.
Abrir los ojos es la cotidiana traición de los párpados, la rotundidad de un empuje callado, la inútil lucha contra un cuerpo que respira y gime y suda, padece, goza y hasta ordena sumisión, aprendiéndonos humildades. Abrir los ojos no es una elección, es una voluntad ajena, un interminable cansancio de sueños lejanos, entre los que uno ha de abrirse paso hacia la mañana, como si hubieran germinado de veras, y en la cama hubiéramos de apartar los juncos, atravesar praderas y desiertos, sortear las espinas del rosal, borrarse el olor de las lilas, desnudarse de enredaderas. Nunca son tan largas las travesías hacia la mañana como cuando aún recordamos lo que hemos soñado.

lunes, 16 de junio de 2008

"For the sake of arriving with you..."

Contaba C. Martín Gaite en "La búsqueda del interlocutor y otras búsquedas" la experiencia de quien se afana, ciertas noches de insomnio, en dar con la lectura precisa que habrá de aliviar: esa palabra justa que pueda "inyectarnos consuelo". Remueve uno libros en los estantes y en las mesas con escaso éxito; abre, hojea y cierra de nuevo volúmenes al azar, sin que ninguno nos calme o parezca hacerse eco de nuestra particular desazón. Ninguno nos dice lo que queríamos oír. Quedan desperdigados por el suelo y la mesilla, por la cama, libros desparejados, mustios, y un aroma de abandono, una breve mueca de fracaso, se dibuja en el aire. Quedan saqueados los estantes del despacho, las librerías del salón. Caos sobre ausencia, sobre dudas, sobre caos. El desolador panorama de un naufragio, de la última batalla. El amor a veces perfila paisajes similares: el del desorden de las sábanas cuando hemos amado sin mucha convicción. La palabra en medio de la noche es un cuerpo herido. El deseo abre un espacio de soledad, y no somos capaces de poner remedio a la angustia. "Si un cuerpo te dice...".
Cuando estamos impacientes nada nos calma. La palabra acertada no llega. Pero no se sabe qué fue antes, si la desesperante falta de la palabra precisa o la noche en vela.
Sin embargo, uno recuerda agudamente los momentos en que han ido llegando las palabras precisas. Güen, tú que encontraste las viejas cartas, ¿qué hacemos con ellas? ¿Qué lealtad nos exige la memoria? Las cuatro manos, los Ícaros, el primero de los hombres débiles. El "gesto cantable", el trazo de la carne, los momentos-bolsa, las siestas-palabras. Las deudas de escritura. El mapa arrugado de París, el jardín azul donde crecieron las palabras, donde regaste los sueños. Las paredes empapeladas, los zapatos rojos y la varita mágica. El "cuéntate algo, anda", o "el pasaba por aquí". Lucía de nube en nube por los paisajes azules, y medio grises a veces, de las mañanas de tren, entre Zurich y Ginebra.
La obra duró todo el año, frente a la ventana, en ese bâtiment desangelado: una plástico enorme de un blanco grisáceo celebraba el aire de los Alpes, golpeaba rítmicamente los días de lluvia, fulguraba los días de sol y agonizaba los días de tormenta, jironado. Las tardes apacibles olvidaba su existencia, entre calle y calle.

En fin. Fuga disociativa. Será que es lunes, será que ha llovido. Será que suena de nuevo Damien Rice. Será que encontré el manual de debilidades.... Sigo teniendo listado todo el proyecto, ¿qué te crees?

sábado, 14 de junio de 2008

June, the liar....

Tú también hubieses eliminado junio del calendario, ese mes medio absurdo, pegajoso, balbuciente, que prolonga un fin que no llega: da igual, siempre nos vamos antes... O más bien, para cuando nos vamos, en realidad hace ya tiempo que nos habíamos ido.
D. llega a la tarde con su paciencia en los labios, pronuncia una palabra, todo se calma. Sube el volumen, lo baja cuando ya duermo, una hora, dos horas. No hay tiempo apenas, la noche se traga el deseo, la respiración trabada de los sueños. El cansancio rebrota, sangra, hiere. Es tarde para dejar de sentir, uno tras otro, la pena adherida a las ventanas, la tristeza de los autobuses, la melancolía de la última luz.
La mujer argentina llega llena de abrazos con su melódico acento, llena de gratitud para la muchachita atenta: "Ché que vos sos relinda, tan amable..." Pero es tarde también para querer no darse cuenta, no ver, el brazo que cae, la mirada que huye, la voz que queda descolgada en la conversación. Todos esos huecos que de repente se producen alrededor, la manera en que resuenan, la cotidiana con-moción de los afectos, y el brazo que se estira para tapar esos huecos.
Y luego están las omisiones, la propia costumbre, que es una forma de olvido.... Llegan los viajes, los encuentros, o esos hechos que son como paréntesis (la normalidad los hace paréntesis) y no encuentran acomodo en la vida. Esperamos siemplemente que llegue el ritmo que el tiempo solía tener, esa cadencia conocida que pone cada cosa en su sitio. La costumbre es olvido, sí, es letargo, es la forma que el tiempo tiene de olvidar lo puntual, lo que cruza desordenándolo todo, lo que abre grietas. Debió de ser importante, pero ya estamos olvidándolo.

Ps- Dejé los globos naranjas en la ventana, patieron a tiempo. ¿Por qué gastar energías en hacer como que uno es de otra forma? Recuerda aquello de Lispector... igual si eliminas ese rasgo, se cae todo el edificio.
En el suelo revueltos: "No digas noche" de Amos Oz, "Ventanas de Manhattan" de Muñoz Molina, "Tratado de culinaria para mujeres tristes" de Abad Faciolince ("En realidad , muchas veces, no hay nada más sensato que estar tristes; a diario pasan cosas, a los otros, a nosotros, que no tienen remedio, o mejor dicho, que tienen ese único y antiguo remedio de sentirnos tristes.") y "Detrás de la boca" de Menchu Gutierrez.
Por el aire sin parar de sonar: "Sleep Through the Static" del osezno Jack Johnson, alguna que otra de Joan as a Police Woman (no me terminó de convencer esta vez, desolée), Russian Red y el llanto de la pequeña Teresa.

viernes, 6 de junio de 2008

Luz de jueves, la carita morena que pide paso y guarda el cielo, sí, en su puño cerrado, en la noche ajena al mundo. El niño que cazaba ranas casi tiene cara de haber nacido él. Y aquí, entre imágenes, tan sólo perplejidad, y la sensación de haber sentido aquello antes, la emoción que se desborda, el cielo coloreándose en su mano, el empuje a más, lo pequeño que es todo de repente. Su viaje es mayor que el de todos nosotros.