sábado, 28 de junio de 2008

Somos tan de ahora

Releo por tercera vez en las últimas semanas a Fernández Mallo mientras escucho mezcladas canciones de los Bright Eyes y los Modest Mouse. Un divertido juego de espejos y duplicaciones entre la página y la música: sobre la red de destinos cruzados, de imágenes pasando a la velocidad de la luz en un mapa desestructurado del mundo, los ritmos marcados de las guitarras, "the world at large", una superficie difuminada de pantallas, la nieve en los parques, el abandono en las calles. Me rindo al afterpop y a la poesía postpoética, la narrativa del transhumanismo. Releo a Fernández Porta. Somos tan de ahora. Atravieso el pasillo y es como cruzar dos océanos y volver, entre una pared de nubes y otra de atardeceres, los porches de Massachusetts, Canadá mezclado con Berlín con el Matterhorn, mapas viejos y nuevos, las faldas de los Alpes y las Tre Cime di Lavaredo, la enrosadira, la colección de diccionarios, los reflejos del Thamesis, las arquitecturas de cristal. Nuestra segunda piel, la ropa girando en el tambor de la lavadora, una Vespa trazando azares por la ciudad, la letanía sin fin del iPod, sonando desde Madrid a Abu Dhabi, en una continuo lleno de saltos, vacíos, el globo terráqueo en la noche emitiendo destellos, cercenado de oscuridades. Ahí están nuestros paisajes de la experiencia. "Comprueba el correo. Tiene un mensaje de sus padres, que si todo va bien, etcétera. Enciende la tele y baja el volumen a cero, le gusta ver pasar esas imágenes mudas, como en una ventanilla de un tren. Desenvuelve uno de los pescados y el resto los congela. (...) De cuando en cuando alza la vista y se detiene en la pantalla sin voz, publicidad de neumáticos, imágenes de los marines de Irak, un anuncio de la reposición de La mujer biónica, que siempre se la pierde. Después se sienta delante del ordenador (...) Entonces piensa que tampoco nadie sabe dónde se ubica la exacta frontera entre Rusia y Alaska." (Nocilla experience). Somos tan de ahora, metidos en ese tiers paysage (Clément), nuestra cotidiana red de artefactos, turberas y yermas extensiones de un caos sin escala.
Por si las dudas, vuelvo a Muñoz Molina (El viento de la luna), y pienso que sí, que quizás hay una simetría perfecta (y opuesta) entre la melancolía de aquella generación y la de la nuestra, los hijos de las capitales globales: sin lugar al que poder huir, sin lugar al que poder volver. Sin origen, sin extranjero. Quizá porque uno no tiene la sensación de estar yéndose especialmente a otra parte cuando viaja desde N.Y, Londres, Tokio a Barcelona o París. En aquellos imaginarios de la huida quizás había una narrativa de cambio o de progreso. En nuestros difusos y cambiantes imaginarios, hay un flotar en ninguna parte, una, quizá forzosamente, desperdigada memoria. O quizá es sólo que nos hemos creído, antes de tiempo, muy posmodernos. Frente al viaje de vuelta de Salvatore en Cinema Paradiso, el viaje de ¿ida? de Charlotte en Lost in translation. Y acaso una sensación de culpa por algo que no terminamos de entender. O acaso sea sólo desapego. Pero no, hay un abrazo entre dos calles, un beso en la multitud, un compartir la desorientación, el pie desnudo y la mirada planeando sobre la ciudad, a lo lejos.
No lo sé. Después de todo, ¿cuál se supone que es nuestro "principio de esperanza"?