lunes, 23 de junio de 2008

Mando a Lucía al rescate de Deza, que huyó cabizbajo camino de la Mancha. Los campos están abrasados, la carretera llena de espejismos. No le encuentro. Hago señales de humo, y por fin, se deja ver. Ha trastocado las estaciones, se cobija en la serranía de Cuenca, en un diciembre impostado, entre el rojo de las mimbreras, a orillas del rio Trabaque y sus fértiles vegas. No en vano aquel era el paisaje de Prim. Volvemos a las andadas. Me cuesta distinguirle (¿dije "me"?) en la perpetua ondulación rojiza, viejo camaleón. Despliego el equipo de salvamento y, cacharritos en ristre, le enchufo en el tálamo el "Viva la vida" de Coldplay. Modo repeat, ad infinitum. En seguida responde al tratamiento de choque de los violines. Esboza una media sonrisa. Juguetea un rato con los flecos sueltos, pero en cuanto se descuida le cierro la boca con el cargamento de chocolate que he traído. Tenemos provisiones para pasar un invierno nuclear. Nos quedamos escondidos en las mimbreras, disfrutando del aire bondadoso de diciembre. Enteramente parecemos Calvin y Hobbes: “It’s a magical world, Hobbes, olbuddy... Let’s go exploring!”. Si Watterson levantara la cabeza.