viernes, 30 de noviembre de 2007

Hoy me desayuné el cielo del Paraná, los aromas de La Recoleta y el sol ya casi veraniego de las lagartijas. La música sonó a tiempo pasado, acompañó el misterio de las latitudes. Espero respuestas todavía, como cada mañana, como cada segundo, mientras el planeta se expande, se contrae. Llueve en L.A., y yo pensando en las paradojas de la amapola. “Las semillas de la amapola --cuenta W. G. Sebald-- crecen por doquier, y si de improviso un día de verano nos sobreviene la miseria como si de nieve se tratase, no deseamos más que ser olvidados en un futuro.” Planta de las mieses, flor de los residuos, una vida roja de incierto origen, de tambaleante futuro.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Cerezas

Las afinidades como referencias, o las referencias como afinidades, y "tirar del hilo": sacas un nombre, un título, un lugar, una idea, y como las cerezas, todo lo demás sale a pares, en cadena, a raudales, es tan fácil. Es cierto que las cosas caen por su propio peso, y así uno puede soltar lastre, viajar más ligero, más tranquilo. Desconozco si sigue teniendo vigencia la teoría de los "seis grados de separación", pero los llamados "mundos pequeños" tienen su sentido, y por supuesto, su lógica (también socio-económica, camaradas). Además está el hecho de la inevitabilidad de que uno deposite, al final, el mayor peso, o la mayor carga de su vida en un mundo de referencias más o menos pequeño/más o menos amplio (sin prejuicio, claro, de aumentar la comprensión, empatía o pura "soportabilidad" de otros mundo ajenos, lejanos o que nos atraen poco). Existe una "zona de comodidad" psicológica, social, emocional, para cada individuo, eso es obvio. Que sepamos/queramos transcenderla, es otra cosa. Pero el valor de ese gesto, aun cuando parece indiscutible, no es una vara de medir quizá tan transparente. Se nos pide que vivamos como humanos, no como héroes, y nuestra comprensión básica tiene los límites de nuestros horizontes vitales. ¿O no? ¿En qué falacia he caído esta vez?

En cualquier caso, no se trata de coincidir en los contenidos de las cosas, o en las respuestas a las preguntas, sino en el terreno en que se despierta la inquietud por esas cosas, en el lugar de esas preguntas. El campo de futbol o la pista de tenis, la cancha de baloncesto. Por ejemplo, ¿qué nos queda del 68, entonces? Si es cierto que la política estaba en todos los estratos de la vida, las luchas privadas siguen teniendo vigencia como luchas políticas. Pero si no es cierto que lo político tenga esa capacidad de infiltrarse en lo que somos/hacemos, caben respuestas privadas sin culpabilizarse. La perversión, claro, sería pensar que lo político se "infiltra" ("como si" -ay- lo político se infiltrara y no hubiera estado ahí desde el principio..... Y entonces los libros de Gopegui eran tan políticos al principio como al final, y un hueco es una cuestión política por excelencia, lo común de los mortales. Si es que lo indiscreto da para mucho....)

En fin. ¿Por qué esta súbita empanada de preguntas? ¿Qué se ha hecho, señoritas, de los célebres fraseos de Lucía? Bueno, quizá I'm on the mood again, quizá la esperanza de la vida, de los otros, la llevamos tan dentro que ni nos acordamos, quizá no son los lugares, son las personas las que nos ponen en el disparadero. Recordemos cómo empezaba todo el lío tesínico, con Wallace Stevens: "Life is an affair of people not of places. But for me life is an affair of places and that is the trouble." Y en realidad, las dos cosas son lo mismo.

Y para que mi dispersión no disminuya, cuando la montaña de tareas amenaza con convertirse en tsunami, me pondré a leer sobre la historia ecológica del sur de California, una delicia.

Pliegues

Si hay un cielo a donde van los que huyen, en él están también los que se esconden y los que olvidan. En la tierra, suelen actuar según el mismo patrón. Por eso a veces nos intrigan los silencios de los demás, las miradas esquivas, porque creemos que en esos silencios podríamos encontrar las razones que buscábamos, como si los que huyen, huyeran todos de lo mismo. A veces es así, a veces no. La vida, ese a veces. Aunque sí suele pasar que lo indiscreto es lo común de los mortales. Puede que sea lo público, la "aparición" o la emergencia, lo que nos constituye, pero siguen siendo las luchas privadas y las razones lo que permite entender el orden de las acciones. ¿O es sólo este sesgo hacia lo personal que lo inunda todo?
Es curiosa la disimetría que se da entre palabras y cuerpos. Ambos suelen cubrirse con pudor, pero de manera inversamente proporcional. Hay a quienes no se puede acceder por las palabras, o lo contrario. Pero hay quien, permaneciendo en el cuerpo, propio y ajeno, no arriesga nada más. Lo más profundo era la piel, sí, ¿pero lo más arriesgado? ¿Era la piel, o eran las palabras, las razones? Ya, lo de siempre, que los cuerpos son también, sobre todo, razones.
¿Y las preguntas? ¿Las preguntas aprietan también como aprieta el frío, el hambre? ¿De dónde nació la necesidad de contestarlas?
Puede que los viajes también aprieten, que el hecho de saber que el mundo es grande sea, simplemente, superior a uno, mayor que sus fuerzas. La decisión de irse está tomada desde siempre, aunque luego en la práctica, de tiempo a tiempo, hagamos como que estamos. Pero lo cierto es que hay cañones Norte-Sur, y valles orientados al Este. Hay sinclinales y anticlinales, vidas que se deforman para no romperse. Dinámicas de ladera, todas esas avalanchas de barro que la lluvia provoca al caer sobre un suelo débil, calcinado por los fuegos, desprotegido. Si la tierra pierde la piel, si el cuerpo no se cubre de palabras, y sigue cayendo la lluvia, o continúa el esfuerzo tectónico, los materiales ceden, se quiebran.

martes, 27 de noviembre de 2007

Crisoles

El crisol de los viajes. Una luz que se refracta en medio del cielo inmenso del camino. Un rayo que incide en el agua y salen, pequeños, tímidos, dos, tres colores a lo sumo. Un segundo, en el furor de la carretera. Viajar es, definitivamente, esa gota de agua y esa luz, esos colores, la sensación de que la felicidad se roza en cada curva, y queda. Viajar es una máquina de producir consecuencias. Donde había luz, hay colores. Hay memoria, y el serpenteo de la carretera entre bosques profundos de pinos, con pequeñas praderas doradas que se abren, calmas, perfectas, entre curva y curva, tramos de vida, burbujas, ilusiones: los sonidos del viento en lo alto de la meseta. Y después, el cañón, el fondo de un mar más antiguo que la tierra. Y la roca estriada por el tiempo que pasa sobre nosotros, el rojo ardiente de la arcilla y el hierro, las formas y el relieve, el horizonte que llora su lejanía. La inmensidad, estar en medio de todo, tocar con las manos el frío de los atardeceres, tocar con los ojos el calor de las miradas, de las vidas, las compañías. Estar, pasar, pertencer. Ir o venir.
El crisol de los viajes, y las conversaciones sin fin, la presencia del fuego en la noche, el cielo raso, la luz de estrellas lejanas clavándose en la conciencia. La felicidad trae certezas, sí, y a veces sería tan fácil como darle la vuelta al mapa y pegar un volantazo para que nunca se acabasen los viajes.
Y sin embargo, se acaban.

martes, 20 de noviembre de 2007

Nada, no hay menor. No la hay porque "no aceptamos barco", los amigos siempre llegan con sus globos de colores, abriendo cortafuegos en el bosque de las suposiciones patateras. Así que simplemente sucede que aquí andamos con pies de barro, frágiles como somos, duraderos, previsibles, revolviendo las tareas y los sueños.
El globo era color lila, sí, y es justo pedir palabras, y justo buscar la manera de darlas, aunque sea confundiendo lo debido por lo dado, lo propio y lo ajeno, los pronombres y los verbos.
Hoy levantaré un monumento a la sabiduría de la frase: "que no hay mejor regalo (que no favor) que el que hacemos al pasarle a los que más queremos un pelín de nuestra 'locura'... ".
Así que sí, carretera y manta. Abrir los ojos, esperar la emoción del viento subiendo en cada curva, el tacto gélido de las mañanas en el bosque, el vaho del futuro, caliente, temeroso, dejándose ver en la superficie del lago. El nervio en las piernas desafiando los barrancos, más nubes en el cielo, la sonrisa atolondrada en las riberas, los bancales, las mesetas. Volar un poco más. Y mirar las sonrisas que llevo en la maleta: un océano de sonrisas, de electrones.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Suposiciones

Bueno, supongamos entonces una serie de cosas:
-Supongamos que no hay nada más triste en esta vida que las cartas que se quedan sin responder. Y aún así, aún creyéndolo como lo creo, no hay más remedio que dejar algunas palabras a la deriva, que floten, que se vayan, que se tomen su tiempo en madurar, solitarias, por caminos que nos son inaccesibles. Desprenderse de ellas, sin esperar nada de vuelta.
-Supongamos que incluso cuando lo que parece no tener lugar, encuentra lugar, asiento, resguardo, puede acabar también siendo expulsado de ese lugar porque no consigue del todo posarse, no encaja, no sirve, o porque los virus del "yo" nos persiguen. Tanto más cuanto pretendemos disfrazarnos de segunda o tercera persona, de gerundio, de infinitivo, de metáfora yuxtapuesta.
(Cuentan que se esperaba de Lispector que escribiese crónicas periodísticas, y ella sin embargo acababa sucumbiendo a sus propios misterios, dejándose filtrar por las grietas del lenguaje. "Clarice -dice Amalia Sato en el prólogo a una de sus obras- no puede evitar la carga personal, la omnipresencia de su yo conflictuado". O lo que solíamos llamar, más llanamente, "pasarse el mundo por el yo a todas horas").
-Supongamos entonces que estamos aquí, ni eso, sin plural siquiera. Estoy aquí y no hay nada que hacer por evitarlo. O lo que hay que hacer por evitarlo no nos interesa porque no da los subproductos que da esto.

Bueno, de momento ésta es la mayor. Ya veremos dónde encontramos la menor.

Fraseos

"También podemos ver, esta vez con la luz del relámpago, al autor, un hombre nervioso que forcejea con su propio temperamento, que sueña con la indiferencia de los budistas pero que no está en condiciones de vivir ni un solo día de manera apacible", Zagajewski sobre los Cahiers de Cioran. Y así es, uno escribe como vive, con el pulso de la fiebre en las muñecas, en el disparadero de la conciencia que prende en los insomnios. O mejor dicho, uno escribe como quisiera vivir, y yo quisiera este fraseo en el tiempo de los días: esa cesura constante, la vuelta previsible en cada frase, el medio recorrido de los versos, la sucesión de las imágenes. Centón. Lucía infinitiva, yuxtapuesta. Medir las noches con el golpe de los verbos, un apócope infinito. El borboteo y la inquietud de las miradas.
Vivir de manera apacible es lo que la escritura nos niega: el hueco que nos ofrece está hecho de esa misma intranquilidad. Sólo el silencio de la escritura puede acoger nuestro exceso. Esa "marea de tristeza y curiosidad" que emana en la escritura de Cioran, esas batallas que no logramos dar en la vida, son el compás de la existencia. Y ahora, pongamos, quedarse es decidir querer lo que ya se quiso, llegar a conocer lo conocido, que la hojarasca marchita del tiempo huela a dalia, a lirio. Volver es, sin embargo, un largo adiós.
Dice el jefe que uno escribe con las palabras que tiene más a mano, con las que están encima del escaño. Y eso nos traiciona, es cierto. Las palabras del tiempo, de las noches, las preguntas. Nos traiciona el fraseo, un ritmo insuficiente, tropezones con el lenguaje, zancadillas del deseo.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Nemo el capitán

"Estoy buscando una escafandra, al pie del mar de los delirios.... ¿Quién fuera el batiscafo de tu abismo? ¿Quién fuera explorador?" Quién fuera Silvio, en la selva de las noches que huyen del espanto como una exhalación.... "Corazón que está dónde", quién fuera el que tocara las palabras con los dedos del misterio, quién fuera el que lograra traspasar la frontera del olvido, los dominios del dolor. Quién fuera el que trajera de vuelta del viaje las palabras de la vida, el sentido, la alegría. Quién fuera el que encontrara la esperanza, la misión de las promesas, el arrullo de los cuerpos.
¿La vida que está dónde? Dónde yace el empuje, dónde el deseo de seguir en el frente de los días... ¿Dónde la verdad de lo que somos? ¿En el viaje? ¿O en la víspera? Quién supiera si es la vida la aventura, si reside en la épica escapada, si es ese movimiento que borra los contextos, la nitidez con que las cosas nos atan a la tierra. Quién supiera si es esa niebla, el sabor terroso de la huida, la medida de la vida. O quién decidiera si no es acaso lo contrario. La verdad de esas mínimas parcelas, cotidianas, cautelosas, aguerridas. La vida, el paso lento en las aceras, el giro en las esquinas cotidianas, los besos reclamados en nombre de los días, la paz de los recuerdos.
La aventura, o lo otro. "¿Quién fuera tu trovador?"

martes, 13 de noviembre de 2007

"Si on ne laisse pas au voyage le droit de nous détruire un peu, autant rester chez soi." Nicolas Bouvier. Los viajes, y la espera: la vida entremetida de esos largos días sin caminos ni horizontes, la eterna víspera entorpeciendo el paso, el cuerpo, el sueño. La víspera que nos duele y nos retiene, nos envuelve con su tiempo hecho de muros, con su silencio prolongado, colmando de asfixias las esquinas. Impía la mirada del hombre consumido en su reposo, maldita su morada. Ciega y sin roce la piel del que no anduvo y miró el mundo como si fuera la bola hundida en el sillón, un cero ensimismado, lejanía. Acaso el mundo es la tierra cercana de tus ojos, el alud de un añil que ha florecido, esparciendo su pasión ladera abajo. No, no es el viaje lo que interrumpe la vida, es la víspera la que entorpece el paso de unos pies que son del mundo, no del cuerpo.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Milagro

Milagro es lo que siempre he encontrado en tus sonrisas, el naranja revoltoso y confiado de las ganas, del cariño. Milagro es la fuerza de esos pasos que cosieron calles de ciudades ya comunes. Milagro es la presencia que atraviesa los océanos. Milagro es respirar por los poros de otra piel, milagro ayudarse en el vacío de las noches, sin saberlo. Milagro fue la tarea de los años del temor y la ceguera, milagro es el nombre del tiempo que ha venido después, abierto, ondulado, floreciente. Milagro es la paciencia con que te vi mirar los malos tiempos, milagro es la alegría con que los has sobrellevado. Milagro el nombre de un día, hace años, que cruzó en el suelo las miradas.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Más tarea del sábado

Guardarse en el bolsillo el impulso de hablar hasta hacerlo nostalgia. No hablar a quien no se debe hablar. No nombrar los sueños de la noche anterior. Callar y arrastrar un saquito de palabras, ponerle el collar, sacarlo a pasear como el que pasea su silencio, su pena, sus preguntas. Echarles agua, verlas crecer, florecer, marchitarse. No ponerle palabras a la visión de la noche, esa mirada compasiva buscándome y yo huyendo, esa devoción tranquila, el pálpito de su comprensión, el desconcierto cada vez que el umbral de una puerta nos reúne. No nombrar ese deseo porque no interfiere en la vida. Una vida que es acordarse del rojo violento del barro y de la silueta de las sierras azules, de la luz en aquel salón, de la chimenea y el camino a las lagunas. El humo que nos cubría a la salida de los bares, la lluvia agujereando la madrugada del domingo.
No, no ponerles palabras, porque las palabras lo cambian todo, construyen el recuerdo, hacen las cosas presentes lejanas, suaves, tibias, leves, engañosamente buenas, falsamente queridas. Las palabras traicionan la exasperación de los días, aquella incertidumbre con la que no supimos bregar.
Guardase el impulso de hablar en un bolsillo, porque es mejor dejar que la vida suene todavía un rato más en el reloj. Luego, como siempre, ya veremos.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Hacia finales de octubre llegó la niebla a la costa. El mar la empuja cada día desde entonces unas cuantas millas adentro, haciendo desaparecer, en el gris húmedo de su respiración, los perfiles de las cosas. Nos hemos mojado en una madrugada de autobuses que recogen, aquí y allá, cuerpos cansados, impacientes, resignados. Una madrugada de caras oscuras, de coches destartalados cargando escaleras de madera, cajas de herramientas, transistores con ondas del sur, recuerdos del color de otras tierras. Una madrugada sin cielo, en la que chirrían puertas metálicas y hay ropas viejas, cuerpos vencidos, bigotes raídos, esperanzas mermadas. Nos hemos mojado en la madrugada y nos hemos secado al sol, con este viento que a veces renueva las promesas del cielo.
El sábado amanece radiante, sin embargo, como si nada supiera de la vida. Pancakes with maple syrup en el Norms, tres calles al oeste de aquí. Volver a Onetti, entender el sonido de las sierras de los que trabajan en jardines ajenos. Contar las cosas como si fuese pasado, sumirlo todo en las sombras del tiempo, abismar la mirada. La tarea del sábado.

martes, 6 de noviembre de 2007

De los días

Tarde de sábado, un hueco en el océano del silencio. Me instalo en el chocolate y vuelvo a Clarice Lispector, su introspección obsesiva, el ardor de la palabra precisa. No era la inteligencia, era la palabra, o el silencio avaro que la custodia y con el que intentamos dar a entender, después de todo, que nos va la vida en ello. No era el peso de la inteligencia, era la intensidad inexplicable de las percepciones, el vendaval de las preguntas, el aguijón de las intuiciones. Sentir de más, quedarse al borde de los acontecimientos, sucumbir a la evidencia de lo excesivo, traerlo a lo real, hacerlo conciencia, vivir como si sólo hubiera esa urgencia. Olvidarse del resto. A veces puede sentirse la vida, su textura algo rugosa, con una velocidad que se precipita en el cuerpo, una madeja de viento en el estómago. Se siente la vida como se siente el martes por la tarde, o la mañana del jueves. O el domingo que se pegó a la piel del lunes y me ha traído, a gatas, hasta la mañana del martes.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Preguntas

Una pregunta no es una enfermedad, no es tener hambre, no es el dolor de haber perdido a alguien. Una pregunta no es un terremoto, la escasez de los malos tiempos, una tragedia. Dicen.
Una pregunta es un tiempo largo. Una pregunta es una gotera, el cansancio del agua y el silencio, lo que golpea a ratos, seguido, siempre, aunque uno se olvide la mayor parte del tiempo. Una pregunta es una erosión, es lo que el agua y el viento se han llevado cuando no mirábamos. Una pregunta es un agujero donde antes había superficie.