domingo, 31 de agosto de 2008

Pocas veces suelo encontrarme con el amanecer, salvo cuando paso la noche en la montaña o cuando alguna fiesta se prolonga más de la cuenta. Lo evito como evito pensar en lo que pudo ser y no fue, en lo que habiendo sido posible no tuve el coraje suficiente de perseguir. "Alone you ramble the whole of the world/ Through black water jungles for bliss/... My heart is heavy and pressed to the bond/ Some people too heavy to hold/ Salutations take me as I am/ You can have me or leave me alone...", cantaba Jakod Dyland en This End of the Telescope mientras la carretera giraba a lo lejos por la costa del Wester Ross, de camino de vuelta a Kyle of Loschalsh. La tierra mojada todavía rezumaba sombras, agua de la noche, pesadillas, y el sol ganaba ya la batalla de las nubes tras las montañas.Atrás quedaba Shieldaig, la solitaria fila de casas clavadas en la bahía y el Torridon. No quiero ponerle palabras, al menos que aún el silencio atesore las preguntas, la memoria, la suave caricia del tiempo.
De vuelta a Londres, paso el día entre las aulas del Imperial College y los generosos sofás de la RGS-IBG. Salgo a correr de mañana por el Westminster Cementery, que es lo que más a mano tengo, y ceno en la algarabía de South Kensington, entre pintas en la acera del Duke of Clarence y las animadas terrazas de West Brompton. Entre tanto, encadeno cafés, robo libros, tomo notas absurdas, abordo al personal, me instalo en las esquinas a ver cómo las dobla la gente (todo un mundo...). En fin, me ejercito en la costumbre de mirar cada ciudad por la que paso como si me fuera a quedar para siempre. A los congresos voy más bien como el que hace turismo, a ver qué se ve, qué se cuenta la gente, con más interés por ver la cara de osezno de John Wylie, su encantador acento irlandés (tomor-h-ow, tomor-h-ow), que por el resto de las cosas. Con todo, me entretengo mucho. El escepticismo suele ser el recurso al disimulo que los crédulos tenemos para manejar, torpemente, la manera tan insoportable en que el mundo nos desborda. En la sesión plenaria, veo desde mi butaca entrando a P., que al verme pone cara de “no me lo puedo creer”, y luego, en seguida, los dos reímos con nuestra antigua risa de "¿por-qué-no-me-sorprende?". Nos hemos estado pisando los talones por el mundo los últimos años, y a ratos, nos hemos cruzado. En París estuve yo antes que él, en Ginebra él después que yo. En L.A., antes él, pero acabamos coincidiendo, and so on. Las circunstancias de cruce suelen hacer extraños compañeros de cama, desembocan en cierto tipo de relaciones que uno no sabe explicarse luego si no es invocando a esa circunstancia. Nos atrae quien nos atrae, no suelo hacer mucho más que rendirme a esa evidencia, por más que luego acabe dándome cabezazos por intentar entenderme con quien de todas formas ni siquiera buscaba entenderme. Pero vivimos al arrastre de esa necesidad de explicarnos y de comprender a los otros. Vivimos instalados en un tipo de contradicciones irresolubles sobre las que nunca he creído que cupiera intervención alguna de la voluntad. (No al menos para resolverlas, sí quizá para otras cosas). Rara vez suelo encontrar razones de peso para modificar el curso de lo que (me) pasa. Así que volvemos felizmente a las andadas. Con todo, este Londres cargado de trozos de California, me acaba poniendo triste.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Llueve sobre la amplia cristalera del Harris Hotel en Tarbert, al norte de la isla. La tarde se diluye en el sabor de un té muy oscuro y cargado, mientras el viento sigue sembrando de misterios los caminos, ladeando el musgo en las tejas de las casas, y el humo de las chimeneas, con su olor a turba quemada, desaparece en seguida en un frío que ya habla el lenguaje de la noche. El cielo devora cuanto toca, con su luz vibrante, metálica, engulle los cuerpos en el horizonte, y dibuja sombras, huellas, desata tormentas y, a ratos, sume todo en la tiniebla. Por el día, los frentes de nubes se suceden a una velocidad de vértigo. Duele casi abrir los ojos, como duelen esos momentos tan llenos de felicidad que a poco nos avergüenzan. Da risa saber tan claramente lo que nos hace felices, risa la forma tan simple en que lo más absurdo es lo que cobra sentido, risa no encontrarse sola en la soledad del fin del mundo, sino al contrario, en casa, arrullada por el bramido de las torrenteras, en valles glaciares de un verde cerrado, intenso, al abrazo de ese olor a caña y ciénaga, lodo, al cobijo de los vientos, en las lindes de los bosques donde mueren, secos, derribados, los últimos pinos. En casa, sí, en la incomprensible, pero tan llena de sentido, extensión ocre de brezales y helechos. Anidé en los arcenes para ver pasar la tormenta, desplazándose de este a oeste en el horizonte, para luego verla chocar con otro frente y acercarse rápidamente, cayendo sobre mí y pasando hacia el sur. Anduve todo lo que pude por la turbera, sobre un lodo tan espeso que asusta ver nuestras propias huellas.

lunes, 25 de agosto de 2008

Perhaps heaven is just a passing place...

sábado, 23 de agosto de 2008

A veces sucede a mitad del viaje, o hacia el final, o a veces no llega nunca a suceder, porque puede que no termine de ocurrir lo que, sin saber exactamente qué, veníamos buscando. Mejor dicho, sí sabemos qué (ese estado tan concreto y tan difuso a la vez que tiene que ver con la resonancia, la consonancia y esos destellos intermitentes que llamamos sentido y "nos parece" que el mundo emite). Sabemos qué, pero no podemos adivinar cómo, en qué se concretará, qué será lo que signe ese punto de no retorno (lo que "nos pone en el disparadero"... y dale...), a partir del cual el viaje empieza a tener consecuencias. Es una adicción como otra cualquiera. En fin, amor de turbera. Peat bog, the marshy land of Atlantic Winds. Si alguien siente la tentación de pensar que ya no es posible encontrar un lugar en el que perderse, en el que mirar cara a cara nuestros sueños, que siga buscando, o que haga el favor de venir a las Outer Hebrides, al noreste de Lewis, más allá de Tolastadh; y andar junto a mí por el camino que empieza (o sigue) en el Bridge to Nowhere, tal cual, y lleva hasta Port Niss. No digo más, pero tampoco menos, porque si no... reviento. Lo demás, in situ. Si supiéramos explicar (mejor) la estructura de esa experiencia, entenderíamos por qué seguimos insistiendo en esa tontería de creernos viajeros y no turistas. Los sociólogos pueden decir misa, pero igual que I. Calvino dio en la clave de por qué los lugares son, en buena parte, invisibles, una mirada atenta sobre cómo paseamos por donde paseamos (y pasear es, también, o sobre todo, imaginarnos paseando), pondría en evidencia por qué también todos los viajes son, en buena parte, invisibles.
Pues sí, no encontrarás rojo en el mapa, tampoco negro (las intermitencias de Madrid son otras... lo sabes). Sin esas sonrisas de complicidad estaríamos un poco más lejos de(l centro de) la vida, o sea, más cerca de la muerte, la anímica y las demás. Así que me alegro. Parece entonces que se abren claros en el cielo, y por aquí también. El otro día tuve que bajar hasta los Trossachs para encontrar algo de sol. Al final lo que encontré no lo encontré donde buscaba, sino de vuelta. El Rannoch Moor (véase del osezno Robert Macfarlane, Wild Places/Naturaleza virgen, el capítulo "Turberas"). Allí llovía otra vez, pero la extensión de los tremedales hacia el este me maravilló. Esta costumbre tonta mía de vivir embobada me lleva muy lejos, o muy alto, depende, hoy casi aciertas: no estaba cerca de las nubes, estaba entre ellas... Por fin abrió, lo suficiente para poder subir (por fin...) al Ben Nevis, las nubes pasaban muy rápido por los corredores, pero ya en los últimos kilómetros la niebla era intensa. Un paisaje pedregoso y lunar en el que he sido tremendamente feliz, con decir que no me quedan fuerzas ni para descargar las fotos... (Aportaré pruebas no obstante). Aunque en realidad es sólo una montaña de poco más de 1300 metros (1344, seamos exactos: qué le vamos hacer, la Pérfida Albión no es Nueva Zelanda precisamente... pero todo a su debido tiempo...), hay que decir en honor a la verdad que se empieza la ascensión a 10 metros sobre el nivel del mar... lo que hace la bonita suma de mucho metros de desnivel en relativamente pocos kilómetros. Un tronchapiernas. Doy fe. Por mucho que digan, aun con condiciones meteorológicas pésimas, no deja de ser un camino fácil (el Pony Track...una romería en verano, vamos), grandes zigzags y una inclinación constante que no da respiro, se pone uno malo sólo de mirar por dónde va el camino por arriba. Otro día hablamos de la cara Norte -donde los escaladores suben por las cataratas heladas-, de geología (de la Great Glen Fault, la Highland Boundary Fault y la Southern Upland Fault), y de las ruinas que hay en la cima del antiguo observatorio de finales del XIX...
Por si fuera poco, a las 4 cuando bajé del Ben Nevis me metí para el cuerpo unas cuantas millas hasta Ullapool... (otro día también hablamos de la carretera A835 y de lo cerca que a veces está lo remoto: en todo el trayecto estábamos básicamente la carretera, el coche, el tendido eléctrico y yo y las nubes, todo uno...) Plof. Me muero. Highlanders del mundo uníos.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Tienes razón, dear potato-girl, mejor que colorease todo el mapamundi de amarillo.... No obstante, dudo de que éste sea el color del deseo (si acaso el azul, aunque bueno, blue is the color of distance, que decía R. Solnit ... o sea que igual sí.... el mundo azul). Pero hoy es inútil hablar de nada... mientras llueve y llueve y llueve sobre las islas veo la tragedia de Barajas. Como estamos día sí día también cogiendo aviones, llevo un buen rato tratando de asegurar que estamos "todos" sanos y salvos, por decir algo, mientras "todos" tratan de contactar conmigo (en lo remoto del valle hay internet pero no cobertura de móvil...) Otra vez Ifema. Es horrible pensar en toda esa gente que tendrá que ir allí, intento no imaginarlo. Hace años vi aquellas otras imágenes de Ifema desde París, y ahora estoy de nuevo con esa incredulidad que a ratos se hace dolor, a ratos se hace certeza. Mientras cogía el enésimo avión pensaba en J.R. La noticia de su muerte llegaba unos días antes de irme, mientras Pequeña dormía en mis brazos, con su respiración corta, rápida, milagrosa. Después, esa otra incredulidad de los tanatorios, para la que apenas hay palabras (las palabras son absurdas de todas formas en esos lugares). A mi lado en el avión lloraba una chica. Lloraba ya mientras esperábamos el embarque, esta vez en la T1. Me pregunto cuántas historias arrastramos en cada trayecto, en cada avión que va o que viene, y cuánto es el dolor que llegamos a pronunciar, a concebir, a comprender, y cuánto el que se queda varado, sin palabras. Siempre me ha parecido que no pasan las horas esas noches en que hay muertos, ha sido así muchas veces antes, y es ahora lo que siento también. Aunque llegue la mañana, es mentira, para el dolor de los que han perdido a alguien nunca amanece.

domingo, 17 de agosto de 2008

jueves, 14 de agosto de 2008

Volcanic mood...

Hoy Madrid dormitaba bajo la atenta mirada de un cielo alado de cirros. Otra vez las colas de caballo han desfilado allá lejos. Me pregunto si la gente mira a lo alto, si desea saber lo que esconden las nubes o lo que, al contrario, hacen visible, de lo que son prueba. Me pregunto qué hace la gente para ilusionarse, cómo llenan su vida, con qué excusa la viven.
Servidora, que es despistada de profesión, ha provocado un nuevo inundamiento en casa. Ya está resuelto. Sin embargo, a las cuatro de la mañana recordé que me había dejado la ropa dentro de la lavadora. Así que ya de paso decidí esperar el amanecer y verlo surgiendo de entre las copas de los árboles del Retiro, al fondo de la calle. Mientras, garabateé cuatro medio-pensamientos a la luz del móvil (¿no es romántico?) y me puse a buscar un libro de Malcolm Lowry (Bajo el volcán), que ignoro en qué momento recoloqué y perdí de vista (tampoco es que mi biblioteca tenga un orden muy coherente, pero bueno). Por el camino he recuperado El viaje que nunca termina, la correspondencia de Lowry entre 1926 y 1957. Como en Un placer fugaz, las cartas de Truman Capote, o como en los Diarios de John Cheever o las Memorias de Tennessee Williams cada palabra habla de la búsqueda de un afecto que no llega, o que, cuando llega, no se sabe reconocer, o no nos permitimos aceptar, no creemos merecer... Y de esto, sabemos tanto...
Por mucho que lo de la pose del fracaso esté muy visto, siento un especial cariño por todos esos personajes que no pararon quietos, por dentro y por fuera, que no dejaron de moverse nunca, de acá para allá, en busca de un sosiego que jamás habría de llegar, sin dar con lo que tan insistentemente buscaron, rodeando siempre la espera, instalados en un miedo cortante que las palabras no hacían más habitable, sino al contrario más patente, más inminente, más cercano al desamor o la pérdida, a la evidencia de la absoluta imposibilidad del consuelo. Merodear, vivir bordeando la herida, el centro convulso de las pasiones. Vivir acurrucándose en el olvido en que yacen los días según van muriendo, como si no hubiera más certeza que esa confusión, la añoranza de las mañanas frente al mar, espigas de sol, una infancia que se clava en la piel del presente y la astilla. La sorda sumisión al destino, el grito ahogado, una verdad despojada.
De eso hablaba el volcán, la marca de la autodestrucción, una fuerza incontenible que se agita en nosotros y apenas sabemos cómo disimular. De eso hablaba, del orden ciego que la vida impone y de cómo las palabras cercenan, con su cabalgada lenta pero constante, la maraña de tiempo que amenza con asfixiarnos. De eso iba el amor que pedían las palabras. Esas ansias, el ardor y esa entrega que hace todo comedimiento estéril. La fibra que un día se rompió o se sigue rompiendo, a cada mañana, con la luz del alba. Lo que nos cuesta vivir, ese ardor desatinado, las palabras atragantándose de deseo. Una estrella en el cielo del paladar. No creo que pudiéramos vivir igual sin esa pasión que yerra , que avanza o claudica. "Si no creyera en el delirio, si no creyera en la esperanza, si no creyera en quien me escucha, si no creyera en lo que duele... en lo que quede... qué cosa fuera la maza sin cantera..." cantaba Silvio.
Escribimos para que nos quieran, es así de tonto. Lucía escribe para que quieran a Paloma, no tengo el pudor necesario para ocultarlo. Y sin embargo, estar aquí es reconocer la inutilidad de ese gesto. Reírse de él. El juego de las chisteras y los conejos. ¿Recuerdas? Tú lo sabías. No nos quieren por lo que sale del sombrero, nos quieren por y en la mano que tímidamente agita ese ramillete de palabras. Por la mano imperfecta y frágil, por la mano cansada o alegre o tierna o alborotada . Queremos en la medida en que nos reconocemos en esa mano, en esa evidencia de querer que nos quieran. "El que tiene un concepto satisfactorio de sí mismo no suele llevar diario alguno", decía Trapiello en el cuarto de su serie de diarios Salón de pasos perdidos (Las nubes por dentro). Sin esa cobardía, sin el desasosiego que nos trae sabernos viviendo a destiempo, sin ese extravío de bellezas y susurros, sin la mano que acoge la mano, ¿qué sería de nuestras palabras?

martes, 12 de agosto de 2008

Me voy, me voy, me voy, en busca de otras latitudes. Tengo apenas un par de días para recorrer las administraciones varias de Madrid recopilando cartulinas, papelitos y tarjetitas de todos los colores, preparar el viaje (sólo sé que el ferry entre Ullapool y Stornoway sale a dirio al las 9.30AM y más me vale que lo coja), y robarle a algún familiar-en-paradero-desconocido libras esterlinas (de pequeña, en casa de mis padres había un misterioso cajón donde se guardaban billetes de diferentes países. En torno a los que más trajín había siempre, claro, eran los francos suizos). Como las maletas las tengo siempre medio-hechas, o medio-deshechas, las rellenaré a última hora. Cuarto y mitad de nubes. Estos días ha soplado viento del noroeste. Han bajado bastante las nubes y hasta pasado el mediodía, cuando ya empieza a secarse el aire, les cuesta despegarse de la falda de los montes. Estratos orográficos en las laderas de barlovento. Allá arriba, cuando abre, se reordenan con las fuertes corrientes de aire entrechocantes, y siempre evolucionan a formaciones lenticulares. A veces son sólo pileus de cumulonimbos que siguen su desarrollo vertical, si la convección continúa produciéndose, y se tropiezan con alguna capa de aire. Ayer, sobre la barrera de las sierras centrales, el cielo se pobló de cirros. Primero esos jirones blancos que cambian de espirales a estelas suaves o a formas sinuosas. Después, los efímeros cirros en onda (ondas de Kelvin-Helmholtz). El rozamiento de corrientes de aire a distinta velocidad crea remolinos verticales sobre cuyas crestas se asientan estas nubes, y rompen como olas que al darnos la vuelta ya han desaparecido.
Al final todo se resuelve en cirroestratos. Un velo lechoso de aspecto entre homogéneo y fibroso, que estría el cielo. Me maravillan todas esas masas inestables de aire que animan la atmósfera, y arrastran, a gran velocidad, cristales de hielo que, al descender por efecto de la gravedad, forman filamentos que arañan la piel azulada y la tatúan con su ímpetu, con sus ansias. Sucede en zonas muy altas de la atmósfera que las corrientes más fuertes desgarran, y que ya a nosotros apenas nos afectan. Nada pueden sobre el tiempo atmosférico, e incluso si dejaran caer nieve se evaporaría antes de llegar al suelo. Son cirros de gancho (uncinus) o de cola de caballo.
Sobre ese velo que a menudo abarca miles de kilómetros se producen a veces efectos ópticos, halos, arcos de luz alrededor del sol, o manchas de color, entre el rojo y el azul, a veces el turquesa. El último lo vi en Flagstaff, Arizona, ayer tuve la suerte de pescar otro. Una bonita despedida. El "cielo protector"....
Trabajé el fin de semana, pasé un lunes sin tiempo, mirando los aviones volar desde lo alto de La Maliciosa. Hay dos pasillos aéreos y bastante tráfico. Sigo jugando a adivinar los trayectos que hacen, por la altura, por la dirección, de dónde vienen, adónde van. Así, distraigo la envidia y la perplejidad que me produce pensar en los que estarán allá arriba. A veces se cruzan. A veces retumban sus cantos en los ecos de la tarde."Y sigue oculto el nombre/ y este derrumbamiento/ que se eleva y recorre el camino de la nube,/ las formas de los días sin forma,/ ese desmadejarse..." Clara Janés, Los secretos del bosque.

jueves, 7 de agosto de 2008

miércoles, 6 de agosto de 2008

¿Integrados?

Definitivamente, Enjuto Mojamuto es la llave de acceso a la comprensión de estos postmundos nuestros de hoy.... A sus pies. Mientras mareo con el ordenador, veo en la tele "Comandante" (de Oliver Stone), hasta que por fin empieza "Muchachada Nui": ese invento sublime de las ondas hertzianas y manchegas. Su "humor" me mete de lleno en la noche, mientras esta vida trivial de la multitarea dispersa mi atención en: la ventana de la casa de enfrente, el gajo de luna que desaparece estos días tan pronto en el horizonte, un pie tan propio como ajeno (o lo contrario), los cables enredados del iPod, un número atrasado de Altaïr y el último de Siete Leguas y, por supuesto, chocolate y ginebra.
Ahora que el pensamiento se cuece en posts de aquí y allá (mi crítico cinematográfico de referencia es ya Alvy Singer, y no me acuesto sin confesar con los bloggers de medio mundo, aunque tiro hacia nodos que están entre BCN y Granada --en el fondo la red es mucho más de andar por casa de lo que los críticos se piensan.--). Ahora que la vida está en la "no-ficción" (Verdú) surgida de las numerosísimas tecnologías del yo que tenemos a nuestro alcance (lo siento por los críticos de caché que abominan de la entronización egotista de los sujetos blogosféricos). Ahora que el intelectual agoniza engominándose el tupé de las palabras, mientras los nuevos sociólogos y semiólogos reniegan de la nocilla que untaron en sus bocatas, y surgen nuevos humanistas con pintas de Manu Chao; ahora, lo más profundo se esconde en lo trivial. Mojamuto es la figura de nuestra eterna condición freak. Sólo pensando en esas geografías destartaladas de nuestros dispersos mundos cotidianos podemos entender algo de los que nos pasa. Y, aún así, la respuesta tardará en llegar. Como dice Enjuto: "¡me la estoy bajando!" Y tú, ¿follower o tweeter?

martes, 5 de agosto de 2008

Stone voices

Hay que ver lo que hace la perspectiva: el cuerpo que se mueve, los lugares que se reordenan según vamos pasanso y pisando... El Risco de los Claveles, en su vertiente sur, subiendo desde la Laguna de los Pájaros, antes de pasar.

Tras ganar altura, confrontados a la vertiende norte del risco.

A medio camino, pasado el risco (2.382 m.) y por la línea de crestas, mirando al Pico de Peñalara. Un lugar que el invierno vuelve difícil.

Y luego, mirar atrás, como siempre....

lunes, 4 de agosto de 2008

Aburridos de crisis (a las 9 AM, en la mañana radiante, todavía están encendidas las luces de la A6...), el sábado había sendas referencias, a pocas páginas de distancia en el periódico, a dos paisajes muy queridos.
1) El Ayuntamiento de Soria aprueba la expropiación de los terrenos del paraje de El Cabezo, a los pies de Numancia y del Cerco Romano de Garray, sobre las que se construirá el Polígono Industrial Soria II, con la previsible destrucción de más de un millón de metros de cubierta vegetal (de ribera en su mayoría), la amenaza de importantes bienes culturales y la quiebra de la unidad paisajística (casi de humedal) del impresionante entorno de Numancia y la margen izquierda del Duero. Para los defensores del "angulus ridet ", no es más que un acoso, que se prolonga desde hace años ya, a la falda del monte de las Ánimas, con el propio proyecto de la Ciudad del Medio Ambiente (irónico apelativo dada su ubicación en el Soto de Garray) y otras 40 hectáreas de uso industrial en el cercano municipio de Garrejo.
Desde el cerro se ven perfectamente delimitadas las lindes de esas tierras, con su frondosa línea curva de chopos y fresnos encerrando el Duero, camino a la ciudad. A falta de una Expo (el conejillo de indias de la TDT no ha hecho mucho por parar la despoblación, el abandono y la concentración parcelaria) o algún parque temático, la provincia agoniza trampeando con la instalación de aerogeneradores (la nueva frondosidad de los bosques posmodernos) y con la recalificación de suelo rústico. (Esta vez bajo la extensión "puntual", por un supuesta e irreal demanda de suelo industrial, que amplía la superficie más que suficiente del polígono de Valcorba --en el término municipal-- y el de la Ciudad del Medio Ambiente --uso empresarial, industrial, de ocio..., ya en Garray--).
Como tengo sentimientos ambiguos al respecto (estos días, por cierto, leía el libro de Isabel Núñez, La plaza del azufaifo, con las mismas reservas y una empatía espontánea --así estamos, travels in paradox...--), me decanto por lo trivial. De nuevo el lugar como unidad estética, atmosférica o de carácter, y una ambigua reflexión (tan moderna) sobre la calidad de nuestras experiencias en entornos sometidos a un cambio acelerado.

2) En la cordillera del Karakórum, el grupo de Zabalza y Latorre, culmina el GIV por la arista noroeste (abierta tan sólo en 1986). Una mala jugada del glaciar no les deja culminar, como era su intención original, por la arista noreste que abriera el mítico Walter Bonatti. Sin sherpas y sin oxígeno, una escalada rápida y limpia que hace soñar de nuevo con los tiempos polémicos, solitarios y obsesivos de Bonatti y de Messner. Leer a Messner, por cierto, sigue siendo todavía hoy conmovedor, recordar la lección y el precio de la vertiente del Diamir, y aquel desesperado descenso del Nanga Parbat, esa obsesión de "siempre más lejos, más alto" ("Todavía no había comprendido --confiesa Messner-- que cada objetivo cumplido es también un sueño destrozado."). A quienes les estorba la metafísica del paisaje, en fin, mejor no tentar la suerte con toda esa gama de resonancias espirituales de nuestros desiertos monoteístas...
Ayer y hoy, sin embargo, las noticias eran desastrosas: avalancha en el K2 y, de momento, doce muertos de varias expediciones distintas, por no mencionar la suerte de los que quedan por encima del bloque de hielo que se desprendió.
Allá lejos, pero cerca en el corazón, en lo recóndito de un mundo gélido y mineral, en lo que acaso sea la mayor expresión de la fuerza geológica de la Tierra y una impresionante acumulación de verticales y esbeletas paredes de altitud imposible, con sus aristas, sus altas laderas de hielo estriado y el estruendo infernal de los aludes, allá, allá donde se depositan nuestros sueños mientras nos soñamos avanzando por el glaciar del Baltoro. Pasada la primera zona de barrancos, emergen las Torres del Trango, entre precipicios y restos de avalanchas de piedra, hasta Concordia, donde confluyen también el glaciar de Vigne y el Godwin-Austen, y aparece la pirámide del K2, donde Rosa Fernández-Arroyo escribió: "Sólo soy yo cuando no soy nadie... inmersa en un engranaje intemporal de vientos y calmas... de atisbo de lo inútil y lo esplendoroso, d elos colores y los sonidos que emanan de las fuerzas de la tierra, el agua y los espacios vacíos... Huele a cielo, el aire sabe a roca, oigo turquesas heladas... me voy dejando la vida enganchada en cada montaña que contemplo... concordia y acuerdo de glaciares". Hasta que los pulmones aguanten.
He decidido empapelar el despacho con los retratos de my beloved J. N., ataviado con su sombrero veraniego, tan elegantemente calado, y ese aire de intelectual disfrazado de payés que tanto me atrae. Como-te-lo-digo. No encuentro una excusa mejor (quitando Argentina y los campos de hielo patagónicos, por supuesto) para motivarme con la tesis: a ver si me vas a negar que el deseo de tenerle, cuanto antes mejor, a la vista en el tribunal no es digno de un puesto de honor en la escala de la zanahorias volantes.
Mira con su mirada azul y su barba canosa desde la ventana, y le veo ya camino del alto Mediterráneo, atravesando los Monegros con sus nectarinas debajo del brazo. En su hablar despacioso -fins aviat, fins aviat-, vuelven los vientos cálidos de los arenales. Entre las bulímicas perversiones del deseo, está la de quedarse con lo que está a la vista y no con lo que está a la mano. Estos tiempos lo pueden todo, y quien pretenda decir la verdad del deseo lo hará en balde. Ea.