martes, 12 de agosto de 2008

Me voy, me voy, me voy, en busca de otras latitudes. Tengo apenas un par de días para recorrer las administraciones varias de Madrid recopilando cartulinas, papelitos y tarjetitas de todos los colores, preparar el viaje (sólo sé que el ferry entre Ullapool y Stornoway sale a dirio al las 9.30AM y más me vale que lo coja), y robarle a algún familiar-en-paradero-desconocido libras esterlinas (de pequeña, en casa de mis padres había un misterioso cajón donde se guardaban billetes de diferentes países. En torno a los que más trajín había siempre, claro, eran los francos suizos). Como las maletas las tengo siempre medio-hechas, o medio-deshechas, las rellenaré a última hora. Cuarto y mitad de nubes. Estos días ha soplado viento del noroeste. Han bajado bastante las nubes y hasta pasado el mediodía, cuando ya empieza a secarse el aire, les cuesta despegarse de la falda de los montes. Estratos orográficos en las laderas de barlovento. Allá arriba, cuando abre, se reordenan con las fuertes corrientes de aire entrechocantes, y siempre evolucionan a formaciones lenticulares. A veces son sólo pileus de cumulonimbos que siguen su desarrollo vertical, si la convección continúa produciéndose, y se tropiezan con alguna capa de aire. Ayer, sobre la barrera de las sierras centrales, el cielo se pobló de cirros. Primero esos jirones blancos que cambian de espirales a estelas suaves o a formas sinuosas. Después, los efímeros cirros en onda (ondas de Kelvin-Helmholtz). El rozamiento de corrientes de aire a distinta velocidad crea remolinos verticales sobre cuyas crestas se asientan estas nubes, y rompen como olas que al darnos la vuelta ya han desaparecido.
Al final todo se resuelve en cirroestratos. Un velo lechoso de aspecto entre homogéneo y fibroso, que estría el cielo. Me maravillan todas esas masas inestables de aire que animan la atmósfera, y arrastran, a gran velocidad, cristales de hielo que, al descender por efecto de la gravedad, forman filamentos que arañan la piel azulada y la tatúan con su ímpetu, con sus ansias. Sucede en zonas muy altas de la atmósfera que las corrientes más fuertes desgarran, y que ya a nosotros apenas nos afectan. Nada pueden sobre el tiempo atmosférico, e incluso si dejaran caer nieve se evaporaría antes de llegar al suelo. Son cirros de gancho (uncinus) o de cola de caballo.
Sobre ese velo que a menudo abarca miles de kilómetros se producen a veces efectos ópticos, halos, arcos de luz alrededor del sol, o manchas de color, entre el rojo y el azul, a veces el turquesa. El último lo vi en Flagstaff, Arizona, ayer tuve la suerte de pescar otro. Una bonita despedida. El "cielo protector"....
Trabajé el fin de semana, pasé un lunes sin tiempo, mirando los aviones volar desde lo alto de La Maliciosa. Hay dos pasillos aéreos y bastante tráfico. Sigo jugando a adivinar los trayectos que hacen, por la altura, por la dirección, de dónde vienen, adónde van. Así, distraigo la envidia y la perplejidad que me produce pensar en los que estarán allá arriba. A veces se cruzan. A veces retumban sus cantos en los ecos de la tarde."Y sigue oculto el nombre/ y este derrumbamiento/ que se eleva y recorre el camino de la nube,/ las formas de los días sin forma,/ ese desmadejarse..." Clara Janés, Los secretos del bosque.