lunes, 29 de octubre de 2007

533 North Alfred St.

Debería dejar de hacer estos viajes que llenan de huecos mi calendario, mis pensamientos, mis emociones, ese rumbo de la vida que sólo sabe del mundo, del movimiento tranquilo de los abedules, de una mano que quiere ver y saber, tocar lo que crece sobre la tierra. Debería dejar de estirar el tiempo o de concentrarlo de esta manera tan insensata, cada mes un siglo, cada acontecimiento, la fuente imparable de los aprendizajes, esta manía de las profundidades. Mil palabras contra una.
Debería hacer eso, o todo lo contrario, escuchar por fin lo que dicen las manos, seguir el viaje hasta el final, allá a donde me lleve. Decir la verdad, decirte la verdad, que pienso que, en el fondo, uno siempre vuelve a lo que está dentro, a lo que palpita, al lenguaje con que habla el cuerpo y nos indica lo que queremos, este viaje, esta tierra, hacer de la vida la labor de estas manos. Pero diría sólo una verdad a medias. Porque es cierto que lo que fuimos remotamente vuelve, remotamente ese deseo de ser lo que secretamente quisimos se manifiesta; pero también es cierto que está lo otro, y no tiene menos fuerza: abrazar lo que tenemos, intentarlo por todos los medios, saber que no es menos cierto, que no lo queremos con menos intensidad.
Y al final, todos hacemos lo que toca.
Cinco horas encadenando trozos dispares de lectura para que no se me escapara el olor a café y almendras del domingo. Ocho horas estudiando fuera del tiempo, curioso mecanismo de ajuste, curiosa trampa para olvidar que el mundo es grande y está ahí fuera, que el otoño estalla en otras latitudes, que cuaja en las laderas, que derrama su ámbar robando sueños a los que no dormimos ni soñamos ni amamos la noche. Nostalgias de San Francisco, de las flores que ya no viste, de la inclinación y las curvas, de la agitación de las calles, de las brumas de la bahía. Nostalgia de no saber o no querer o no poder prolongar eternamente el camino. Perplejidad de mirarse las manos. Sí.

sábado, 27 de octubre de 2007

De vuelta

De vuelta un mar de coches furiosos haciendo sonar su melodía contra el asfalto. De vuelta el cariño que dejas atrás, saber que los lugares se esparcen, que se van trocitos de ti por el cielo. La familia, esa cosa extraña que queremos y no queremos, la pelea cotidiana que no nos puede faltar, las presencias que hemos aprendido, las paciencias que hemos perdido. Siempre el mismo ruido de fondo, lo hemos llevado al fondo pensando que no era tan importante, y en verdad está en primer plano, y que no falte, moriríamos si no pudiésemos refunfuñar, renegar, con un ojo guiñado, de lo que más queremos. Y aún así, es únicamente el ruido de fondo. Luego está uno solo con sus manos, su carne y sus huesos, para hacer frente al camino.
Así que de vuelta, el torbellino de los recuerdos empieza a cuajar, bombea el corazón más rápido, explota la nostalgia, la piel rezuma los colores del camino: la sorpresa del otoño en el fondo del valle, el misterio del amarillo encendido de los robles, el silencio solitario de los cedros, la abrumadora presencia roja y altiva de las grandes secuoyas, la profundidad eterna del bosque, la amplitud de las praderas, el horizonte del oeste, la lejanía, estar en la lejanía...
De vuelta, las cosas pendientes, las obligaciones, el cerro acumulado de las cartas, los recibos, los papeles, las cosas por leer, leer, leer, leer lo que se ha ido escribiendo mientras se viajaba, el motín de los electrodomésticos, lo que no se estudió solo en tu ausencia y se ha multiplicado misteriosamente sobre la mesa, las tres asignaturas insensatamente matriculadas, los plazos que ya se han cumplido, always being behind schedule, trainer, trainer... Dejar para mañana todo lo que no sea saborear el camino. El camino: y lo que ha ido pasando al lado del camino, días tristes, porque cuando los amigos están tristes, los días sólo pueden ser tristes. Hoy no sé qué decirte. Salvo que tu dolor es tuyo, claro, no mío, pero me llega, lo busco, va a mi lado: quise compartirlo y cargué de aire mis pulmones, subida a los riscos, con el valle de Yosemite abajo. Cargué para ti mis pulmones, para ti este aire, soplar y dejar el dolor en las copas de los robles, esparcido en el rojo y el ocre del valle, entre hojas que escucharon antes el susurro de otras tristezas. Respiré por ti y no sé si es suficiente, pero voy a soplar hasta que se vaya la niebla que ha amanecido ya en la costa. Soplaré por el Pacífico, para que te llegue por el oeste, siempre rumbo oeste, con el sol.

domingo, 14 de octubre de 2007

Girasoles

Girasoles en el día del viaje. Al borde ya de la carretera. Girasoles como un abrazo que barre el cielo, y lleva en sus amarillos las últimas gotas de mi presencia. Respira, y busca la forma de no quedarte atrapada en tu propia bondad.

Maldita la noche que nos acerca

Tironeada por el viento, la mañana respira por fin en mi nuca. Pero aún siento la noche con su borboteo de tiempo y enigmas, convocando en mi cuerpo presencias funestas, olvidos mermados. Me susurra imágenes de un frío azulenco, quedo, que apaga esta ansia de lluvias. Hielo llegado de súbito. Espanto. Siempre es pronto para la mañana: así aguardo el avance del día, hendida aún mi espalda de noche. Sin el tiempo, despliego mis alas, culmino el cielo, morada preñada de sueños. Con el tiempo, sucumbo a heridas lejanas. Mas el tiempo, su herida de insomnio, me trae de nuevo a la vida, me abisma, torrente, aguazal, cantil que anuncia la muerte. Refugio de opalescencias, esa la noche que temo. Vida encarnizada, lenguajes de amor cercenando el silencio con ese leve quejido en que se mecen los cuerpos. Procaz, asonante, avanza la noche tiñendo de niebla las últimas claridades. Lóbrego y abruzado, el cuerpo de la madrugada me tiende sus trampas. Clama y culmina, me pierde, me enfanga.
No quiero la noche, la cercanía de las promesas. Quiero esa luz, que me deja sentarme al otro lado del mundo, allí escapo, sólo para otear desde lejos estas cercanías que queman. Distancia, te he buscado. Distancia: varadero, lenitivo, celaje que me resguarda. Distancia, océano que atempera la vida donde debiera vivirse, dislate de una pasión arrumbada. Distancia, sólo llegas de día.

viernes, 12 de octubre de 2007

Miedo

El miedo abrió una grieta en la noche. Trajo la imagen del tiempo pasado dibujado en los rostros ajenos. Surcos de un dolor que no reconozco, les ha hecho otros, no quiero pertenecer ya a esa historia que se sigue escribiendo en sus venas. No quise ver en la noche lo que me traía el recuerdo, sólo continuar mi camino al olvido, fuera del mar de sus vidas, abrazar la última oscuridad, posarme en las ramas de esta soledad frondosa, soltar el peso de esos recuerdos, sacos de arena. Que nada me ancle al miedo que sus rostros me traen en la noche, peso de muerte. ¿Por qué elegir la intemperie, por qué desear cubrirse de ausencia, silencio, distancia? ¿Por qué querer olvidar la persistencia con que otros te aguardan, olvidar sus esperas, no querer sentir el peso de sus abrazos lejanos, el amor que recibirás? Por qué, si la vida es despues de todo algo más humano, más cercano, más leve y paciente, como ese olor afrutado del viento en los brillos pequeños de la mañana. Es así, y aún así el relámpago de la memoria duele, nos hiere en la noche. Quizá no podemos olvidar la pura humanidad de la vida, la ternura con que se hace frágil en cada silbido del aire. Y aún así parece que el miedo de la noche nos endurece.

Correr

La piel rezuma cansancio, azar, la imposibilidad de vivir más allá de nuestras circunstancias. La piel rezuma un deseo de agotar la condición con que hemos nacido, empujarla hasta despeñarnos tras ella, en el barranco cotidiano del deber, deber ser. Mirarse en ese gesto que nos roba la razón, correr hacia la quietud, y en la quietud, correr, seguir corriendo, sólo correr.

jueves, 11 de octubre de 2007

305 Hilgard Av.

La luz inunda de naranja los árboles y el estruendo feroz de los coches agita el sol en todas las direcciones, lo descuelga casi del cielo, lo hace girar, caer, saltar en mil pedazos. El sol, fatigado, prende sus tardes en un árbol, allí deja su luz hasta el día siguiente, mientras, una hora transcurre camino de la noche, en la parada del bus. Sabor a chocolate, olor a café que viene de termos ajenos, mezclando las miradas entre sonrisas, preocupaciones, cuerpos. El sol descansa y nos deja clavados en la soledad de una calle cualquiera. El sol descansa, y nosotros, ¿cómo descansamos nosotros de nosotros? La sombra, la trampa, la luna. Tras la fatiga de ser en todo el recorrido de la luz, queda esta huida cotidiana, la tarde muriendo en manos de la noche, el deseo vencido a las puertas de tu cuerpo. Descansamos con las trampas de la luna, descansamos creyendo que huimos, como el sol: yendo, por un rato, a otras latitudes, a las sombras de otros cuerpos.
Mañana será otra luz, el sol recogerá su traje de los árboles.

sábado, 6 de octubre de 2007

Querida M.

Ya lo sabes, es así, es el ritmo curvado de la vida, la confusión leve y azul de los días, esa intolerable sensación de que nos vamos por el sumidero del tiempo, la huida adelante, un paso, dos pasos hacia horizontes que de golpe se descubren ajenos, metas de otros, saber si elegimos o no; la vida y el tiempo empujando, vivir en este huracán de momentos que nos embarulla las decisiones, tan llenas de barro, tan llenas de dudas. Eso, la respiración que se corta, y el miedo, la arena de playa incrustándose en el cristal, arañando caminos futuros, el sonido caótico de esta superficie asimétrica. Pero al menos: decir, poder decir siquiera, adelantar un palabra como el que adelanta un peón, mueve una ficha, pone la mano en el fuego: al menos que no se queme el resto del cuerpo. Al menos, decir. Estrategias de males menores. Cuando llegue el miedo, ponle palabras, dale lugar en otro lugar que no seas tú.
Cierto que al final del día se acumulan las cartas sin destinatario, el dolor sin respuesta, los pensamientos sin lugar. A veces el viento viene y nos los echa otra vez encima. Nadie tiene la culpa. A veces, llega el miedo, a veces retumban las dudas, y nos dejan en mitad de la nada. Así que vente, pon tu "a veces" en este lugar, y luego, ya veremos.
Lo he excavado para ti, con tu pico y tu pala. Es humo en el cielo queriéndote hablar, cristalistos con los que juego, reflejos, la compañía, siempre.
Espero que lo encuentres y te sirva. De M. a L. no hay tanto trecho. Conoces las pistas. Conoces de qué están hechas las vísperas, y de qué los viajes. Para ti no son falsas. Aunque a menudo las pistas falsas llevan precisamente al escondite correcto. Para eso las dejamos, supongo. Here is where and what we are.
Mientras, fuera, un perro se va haciendo mayor. Eso es lo seguro, lo cierto. Está ahí, pero no es otra vida distinta, es la misma que está aquí, la que duele al mirarse las manos, la de esta tristeza encorvada. Tristeza húmeda, derrotada, tristeza de dudas, sin norte, tristeza de un rescoldo infinito que la lluvia no apaga. Rabia por el daño que podamos hacer.
No, la lluvia no apaga las dudas, porque llueve también sobre las semillas que las hacen crecer. Llueve sobre los hechos, sobre las consecuencias de las acciones. Llueve en toda la extensión de la vida, que es una, ancha, frágil, enmarañada.
Aún así, están también las palabras, que hacen este tipo de favores: ayudar a soldar huesos rotos, ayudar a tomar decisiones. Son escayola, son empujón, eco en la noche. Quizá no sea pecado abrazar lo que no es nuestro, "palabrearlo", todos esos lugares que están más allá del horizonte, todos esos sueños que pueden leerse en la palma de una mano, las líneas de un miedo humano y certero. Así que merodea por aquí, si quieres, en la palma de esta mano, en la crecen que palabras.

viernes, 5 de octubre de 2007

In medias res

No debería, lo sé. Pero bueno, otra tentación más a la que sucumbir, un sí, otro para la lista. Y son ya legión. No es grave. Lo inútil no daña. Y dos eran mucho para un sólo cuerpo. Han estado desperdigados en palabras que eran cartas, tiempo sumando tiempo, preguntas en las nubes, la incierta lección del suelo, tierra quemada. Y ahora, otros caminos. Así que esta vez me subo a la banqueta, que rima con claqueta, y ¡acción!. Acción para una voz que ha de cruzar el mar si quiere contar lo que, pasando aquí, y es yo, le pasa a otra. Lucía mira, anda, corre, toca el mundo con dedos de aire, y habla. Así que llega en la noche el acordeón de palabras, con su fuelle afónico, robando el viento a las horas: aquí está. Por si sucede que algo de todo esto tiene sentido.
Habremos de acordar el nombre de la excusa, el tamaño del deseo, el peso de la ausencia. O el valor de la conversación, la capacidad de una metáfora para hacer llegar este aroma húmedo del mar, el sabor metálico de esta luz que araña el cielo, y el valor de la compañía.
En fin, cosas del viernes. Ya veremos. Aquí empieza a dejarse oir el rumor. In medias res.