martes, 30 de septiembre de 2008

Escojo siempre la mejor hora para salir, ésa entre las ocho y las ocho y media, cuando todavía llueve mucho en la heroica Vetusta. Me hace ilusión, qué le vamos a hacer, aunque he de afrontar el hecho impepinable de que le tengo que poner un guardabarros a la bici, al menos a la rueda de atrás, llego hecha un cuadro. Paso por encima del río, cuando ya J. y compañía están metidos en faena, remando. Mientras miro, me llega un mensaje al móvil. Mi madre: "Bohijn. Besos!" Un guiño de esos suyos, tan malvados. Siempre me hace lo mismo. Me manda mensajes con los nombres de los sitios remotos por los que se encuentran, para que me chinche, y a ver si acierto (así aprendíamos geografía en mi casa de pequeños...). Me suena a Éste y tiene que ser montaña, eso fijo. No es Cárpatos ni Tatras porque sonaría de otra forma. Así que respondo "¿Alpes julianos? Malditos. Llueve en la campiña."
En fin. Ahora ando por la biblioteca con las botas embarradas, el segundo café siempre sabe mejor que el primero, mientras me seco de la segunda ducha, también siempre mejor que la primera. Me encuentro a M. en la cafetería. Es ocho veces más tímido que yo, que ya es decir, así que emprendemos una conversación de besugos sobre un texto que le mandé el otro día, en realidad habíamos quedado esta tarde. Pone cara de echar de menos al bueno de Ferdinand (Ferdi es el enorme perro que solía tener en su despacho-barraca hace años, algo así como uno de esos objetos que son barrera y puente a la vez, y a través de los cuales uno consigue relacionarse con el mundo. Como la muñeca hinchable de Lars, sí, más o menos. Según me contó P., cuando él hacía la tesis aquí y M. era su director, Ferdi estaba siempre en su despacho, hablaban mucho entre ellos, y, por supuesto, Ferdi venía a ser su ventrílocuo, más o menos. Como a las doce en punto Ferdi tenía que comer, se acaban todas las reuniones, claro, y fuera alumnos. Ferdi murió hace años ya. Me pregunto cómo sobrevive ahora. Me pregunto cómo sobrevivimos, con palabras, sin ellas, con nubes, con la ilusión de la lluvia por las mañanas, con el mapa de Alaska en la pared y el móvil mandando mensajes remotos. Y me pregunto por qué nos sentimos juzgados por ello. El correo de C. de esta mañana me ha sumido en una decepción un tanto lamentable (iba a decir "a estas alturas de mi vida", si no fuera porque la expresión es totalmente estúpida. Uno aprende, sí, bueno, cambia, incluso consigue manejar algo mejor su constante susceptibilidad, se ríe de ella, etc. Pero parece que todo nos pillara siempre desprevenidos.) En fin, me ha durado hora y media, me niego a enfangarme en ese estado de ánimo. Esperar, desesperar, volver a esperar. En realidad, también me niego a no esperar, me parece triste. Prefiero una decepción pasajera y esforzarme en recuperar la ilusión que renunciar a esperar que lleguen los demás con sus regalos. Curiosa la expresión "cuando menos te lo esperas"... Feliz día de lluvia, y mañana cielo naranja para la chica de la opo.

lunes, 29 de septiembre de 2008

viernes, 26 de septiembre de 2008

Bueno, quizá la muerte no sea un argumento. La muerte es una posibilidad, de las muchas que nos ofrece y nos niega la existencia. Y así el amor rasga con sus pasos ardientes esta tierra cubierta de niebla, tristeza encharcada sin mar al que abocarse, stanca è la notte, etc. Todas esas cosas. El silencio es silencio y ya está. A qué darle más vueltas. Viene, va, nos lleva, es caprichoso. En los días oscuros me mantiene el deseo de los arcoiris inversos. Mientras estaba en Irlanda la prensa dijo que hubo uno sobre el cielo de Cambridge. (En realidad, es un arco circumcenital que se produce en días claros con nubes altas, y que las nubes bajas nos suelen ocultar. Más de un cuarto de círculo colorido bajo un sol que declina. La luz se refracta sobre una particular alineación de cristales de hielo que forman la capa convexa de cirros. La luz entra por la parte superior de los cristales, que giran verticalmente, y sale sobre una de sus caras laterales, como "rebotando" hacia arriba. Sólo entonces se produce ese particular destello: de una intensidad y brillo, dicen, que les es desconocida a los arcoiris formados por gotas de lluvia, y con los colores dispuestos, por cierto, "al revés". Fugaz, dolorosamente fugaz, como lo son los cirros...) (¡Un hurra por los cirros! Siempre capaces de las mejores sorpresas).
Estas cosas del querer: la curiosidad de cómo será bucear entre manglares en Bangladesh, subir al Chimborazo cual Humboldt, otear al condor que pasa y pasa, sí, sobre los Andes, presenciar la "Morning glory cloud" sobre el Golfo de Carpentaria, y un largo etcétera que disuleve la oscuridad...
En fin, aquí por Vetusta todo en orden. Mis días de Billy Eliot discurren a buen ritmo, con niebla por las mañanas y con sol, cirros y aire frío por las las tardes. Y luego está el mapa de Alaska que tiene John, sí, en el salón de su/mi casa... Pero ésa es otra historia. Cheers.

jueves, 25 de septiembre de 2008

¿Y si David Foster Wallace tuviera razón?

lunes, 22 de septiembre de 2008

sábado, 20 de septiembre de 2008

“Rather than have to think, always and endlessly, what else there could be, we sometimes seem to connect with a layer in our existence that simply wants the things of the world close to our skin.” (H. U. Gumbretch, Production of Presence: What meaning cannot convey).
Still looking for the golden light on the rain-swept Atlantic beach...

jueves, 18 de septiembre de 2008

Enjoying this ride. Got two flat tyres. North Leenaun, Co. Galway, N-59 heading Westport.

martes, 16 de septiembre de 2008

As time goes by...

lunes, 15 de septiembre de 2008

Cheerful Road to Perdition...

viernes, 12 de septiembre de 2008

Does anybody know how to switch heaven's light on?

martes, 9 de septiembre de 2008

Ayer a las ocho en punto de la tarde, en la perfecta tranquilidad de la noche incipiente y de las aceras desiertas, húmedas y centelleantes, sonaba el carillón de la St. Oswald's Church, camino de la New Elvet Road. Los sonidos se filtraban en una niebla densa que empezaba ya a caer sobre las calles, y acaso nadie escuchaba. Eso me pareció. Su sonido me sorprendió en tal estado de vulnerabilidad y desconcierto que creí que el cielo mismo repicaba y dejaba caer su mano dulce sobre la soledad de los cuerpos, sobre la intemperie de las almas. Rodeé la iglesia con la hierba mojada hasta las rodillas, y al final, una puerta entreabierta dejó ver las luces del interior. "8PM: Quiet prayer". Sentí envidia de esa quietud, sentí nostalgia de ese tiempo leve y sumiso, de ese silencio a media luz. Sentí alegría por la impertinencia de la duda que nos mantiene siempre en pie, y sentí, al fin, la fuerza de la vida irrumpiendo, sembrando de olvidos benignos el presente, alborotando de promesas y destellos el futuro. Sentí esa vaharada imprecisa de emociones que apenas sabemos nombrar. Y me dejé sumir en ese estado en que estamos siempre los impacientes: a medio camino entre la ilusión arrebatada y el miedo atroz.
Esta mañana me enternecieron las palabras de N. agradeciéndome mis propias palabras, la manera en que le hacen vivir, desear, volver, escaparse, temer, acaso, temer. Nunca quise del todo afrontar, reconocer, ese efecto que provocan las palabras, las mías; no quise ser consciente de la manera en que inducían a otros a ciertos estados, la sonrisa cómplice, mi melancolía, los horizontes lejanos, las nubes y el desánimo, una derrota que se asume, sin querer, antes de tiempo. Nunca he querido asumir ese poder que nos confieren las palabras, cuando en realidad lo que debieran hacer (y nosotros reconocer que nos hacen) es devolvernos a ese estado de niñez absoluta en que, cada mañana, desposeídos, atónitos, indefensos miramos la vida nacer: ese soplido diminuto que nos crece en el cuerpo con el día y a la noche es ya un bulto, una carga, andamos contritos, nos pesa la respiración de los días, y es entonces cuando llegan quienes nos acompañan para devolvernos las razones, las preguntas, el amparo. Deberíamos caminar por el tiempo como si fuera el lugar que nos permite ejercitar el aprendizaje lento y costoso, pero reconfortante, de la ilusión.
Así que, en fin, mañana cojo un vuelo a Dublín, casi de madrugada. No me canso, no. A cada día, su ilusión.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Después de más de setenta horas de diluvio continuo y cielo cerrado, por fin deja de llover. Amanece un domingo nublado, quieto, de cielo apesadumbrado, frío pero terso. Poco a poco se van abriendo algunos claros en el cielo y, hacia el oeste, empieza a intuirse la presencia del sol. Un azul intenso y límpido se asoma entonces entre las nubes. Han quedado cúmulos grandes y compactos, apilados hacia arriba. Van pasando deprisa, dirección norte. Algunos de ellos se descuelgan con el movimiento del aire en las capas más bajas y empiezan a oscurecer, anuncian más lluvia. Intento salir a correr pero estoy hecha polvo. Tengo el cuerpo del revés, el cuello completamente rígido y un dolor de cabeza atroz. No consigo dar más de dos pasos. Necesito aire pero me veo obligada a empiltrarme otra vez. Me drogo con un poco de esto y de aquello, y resucito muchas horas después, como de un un abismo negro, frondoso, lleno de ecos. El cielo se ha cubierto de nuevo completamente y antes de que me dé tiempo a llegar a la ventana ya está cayendo agua, como si fuera el fin de la vida, la noche de los tiempos, o simplemente, una presencia sin nombre, sin señas, que irrumpe a lo lejos y lo inunda todo. Los sauces lloran en el horizonte, con sus brazos caídos, melancólica figura, y el viento agita las cuerdas, las cortinas, los papeles en las calles. Apenas hay casi luz, la humedad comba poco a poco todos los libros y papeles. Recuperado el equilibrio, salgo al patio y me cobijo bajo el saliente del tejado viendo cómo cae el agua sobre las hierbas que crecen en las grietas de la pared. Toqueteo todos mis cacharritos, ha bajado mucho la presión, mido el agua que ha caído en las últimas horas y atisbo a lo lejos la presencia de los campos con cierto escepticismo. Me acerco a Newcastle a por libros, periódicos y ruido, gente, movimiento. Luego vemos en casa Atonement, que no la había visto, a pesar de lo mucho que me gustan los libros de Ian McEwan. Me pregunto si de verdad la escritura restaura algo, consigue devolver a la vida lo que le fue robado, si es acaso cierto que escribiendo podemos cambiar en algo el orden de las cosas. No tengo fuerzas para pensar y sin embargo no pierdo el buen humor. He decidido quedarme junto a esta huerta y ver qué pasa. Uno debería suspender la decisión sobre dónde quedarse a vivir hasta haber probado todas las alternativas posibles. Nunca se sabe en qué lugar encontraremos la felicidad, ni cómo. (En fin... como si dependiera de un lugar... Finjamos por un momento que sí). Reconforta encontrase con un sitio en el que las cosas van pasando despacio, de una en una. Un lugar en el que te avisan de que han puesto una nueva señal al final de la calle. Así:
Hoy ha vuelto la luz deslumbrante y el candor de las nubes más blancas. El aire trae un intenso olor a césped recién cortado, a lluvia aún cercana, y perfila con su perfecta transparencia las esquinas de las calles, las lindes de los parques. La hiedra trepa con una constancia geométrica por las lápidas de los cementerios (y aquí hay muchos, están integrados en el tejido de la ciudad, son ya parques, son lugares por los que pasar y parar, mirar, esperar. Los columpios se mezclan con las tumbas, los niños las miran sin prejuicios). Las hortensias crecen espléndidas y generosas a la entrada de las casas. He venido muy temprano a la biblioteca (ya soy una auténtica Durham-girl) y trabajo sin fatiga tras los enormes ventanales que dan al cruce de la South Road con Stockton. Los árboles apenas dejan saber lo que pasa más allá de su tupida presencia. Sus copas van tornando al amarillo y sus hojas fulguran con el arco de luz de la tarde. A ratos el cielo se parece al mar y el mundo da vueltas en todas las direcciones, hablando su tímido lenguaje, desplegando sus maneras de anfibio. Azul es el color de este tiempo que me ampara, de la vida que nos crece, y pasa y sigue y sabe.

domingo, 7 de septiembre de 2008

"The question is thus how to make of leaving something as simple and joyous as dying. But to make of leaving something light and simple requires nothing less than a turn in thinking, its stepping out of time. For if leaving is joyous it is because we do not mourn what we have left, which is possible only if by leaving it we did not lose it. Not to lose what we have left is, for its part, possible only if by leaving whatever we are leaving we also leave our self in the place we abandoned and arrive at another self. What it as stake here is the radical discontinuity between two selves; instead of the temporal synthesis of the two selves performed by mourning, their spatial separation. The trick is to leave one's self in some place and to emerge in another space as a newly-born self. Which is why this innocent self has to start from the beginning time and again. It has to invent and learn new motions, emotions, thoughts, languages and (even if for a day only) how to build a new house. The house of those who 'know' how to leave it is thus radically different from the house of those who learn how to die (in it)." Branka Arsic, "Thinking Leaving" in Deleuze and Space.

viernes, 5 de septiembre de 2008

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Hoy soñé con la luz del final de la tarde en la carretera hacia Ullapool y con ese silencio remoto y quieto que el aire empujaba desde el oeste, enmarañado de nubes y agua y brillos. Un leve temor irrumpe siempre en la noche, como si alguien fuera a llevarse nuestros recuerdos.

martes, 2 de septiembre de 2008

Tell me will it grow...

Qué pereza da entrar en el trabajo, y sólo por la pura conciencia de saber que es (o llamarlo) trabajo, la manía de trazar una línea entre esto y aquello. Porque por lo demás, los que tenemos la suerte o la desgracia de trabajar con material de nuestras propias obsesiones, no dejamos nunca de hacerlo. Y ahora, tengo demasiado material. A pesar de que en realidad apenas he sacado tiempo, he escrito bastantes potato-páginas estas semanas. En realidad, todo ese movimiento ha sido una forma de escritura, siempre lo es, pero cuesta demasiado dar forma a las preguntas con las que/para las que nos ponemos en movimiento. Con todo, los textos tienen un algo impostadamente sebaldiano que me atormenta, se nos pega al envés de las palabras el tono de esas dudas que nos asfixian, y ni siquiera concebimos la posibilidad de que se pueda escribir de otra forma.
En fin, que se está mejor en movimiento, o pensándose parte de un movimiento, que en realidad suele estar compuesto de muchos momentos de reposo: el segundo desayuno en el Balans mirando a la gente pasar, el té de por la tarde en las librerías de Charing Cross Rd., tumbarse boca arriba en la Turbine Hall de la Tate, mirar y leer alternativamente en el tren, etc. Esta vez me enganché a la trilogía de David Lodge que empecé a leer por insistencia de P. y sus vaciles con el Small World. Aunque enseguida me acaba aburriendo y lo cambio por el vicio de embobarme mirando las figuritas viajeras de Walter Martin&Paloma Muñoz. Me compré el libro en el maravilloso Stanfords de Covent Garden y me divierte sobremanera. (También me compré con mucho dolor un ladrillo del Institue of Cultural Inquiry --Searching for Sebald. Photography After W.G. Sebald-- que aparte de tenerme sorbido el seso, apenas pude acarrear).
Me acordé de F. en la sesión del "Furnishing travel" sobre las culturas materiales del viaje, y de la conveniencia de escribir también una fenomenología de los objetos. Algo, no mucho, he avanzado para el paper de Munich sobre la ecología de los artefactos que componen nuestro movimiento (o nuestra identity on-the-move): el coche, la maleta, la estación. Las postales, por ejemplo: siempre viajo con una postal del Felt Suit de Joseph Beuys (que por cierto está en la Tate Modern, sí, allí peregriné...) Ese traje colgado, como del aire, en una aséptica percha siempre me recuerda a las huidas de Prim. He poblado paredes y corchos de muchas casas con esa postal. También hay dos grabados de Hopper, los sobres de las cartas de P. (otro P., cuánto P.), un collage de un mapa cortado, pegado y fotocopiado de Ginebra cuando me enfadaba con ella, y otro del valle de Flims para cuando lo echo de menos (a menudo). Ahora he sumado una postal de "A Sudden Gust of Wind" (de Jeff Wall, after Hokusai) y, claro, una foto de Pequeña. Es la repetida escena del replicante pegando sus señas de identidad en la pared.
En fin, voy ya por el tercer café. Larga es la mañana, y diletante la escritura, con tal de no tener que organizarse la vida, o el trabajo. A las siete, el sol estaba ya muy alto. El paso nocturno de la lluvia lo ha inundado todo, así que he vuelto de correr embarrada. G., que se divertía llamándome "petite-exploratrice", se reiría de nuevo con esta felicidad tontorrona que me producen los primeros tanteos en busca de la mejor ruta para correr, del mejor camino para conectar tal y tal sitio, de esta manía de probar todos los bancos y comprobar todas las esquinas. Si F. tiene razón y "somos adictos a trozos de mundo", me llevo la mejor parte, porque soy adicta a los lugares, y eso tiene la ventaja de que cualquier lugar nuevo, por chiquitistán que sea, me permite entrar en ese estado del que mi felicidad depende. Simple y eficaz. Para mí que en realidad son pequeñas operaciones de reconocimiento. Detectamos y aislamos esos trozos de mundo que nos permiten "conectar" con lo que creemos que somos, y realizar todo tipo de operaciones diversas sobre (los relatos de) nuestra identidad. Por eso el "viaje a la naturaleza" es tan efectivo. Una vez que hemos aprendido lo que "es" (o sea, lo que en nuestro particular imaginario personal "significa") el serbal, o el amanecer sobre la extensión de las turberas, los destellos del sol en el hielo tardío de marzo, o las madejas de viento cargado de arena de playa, somos capaces de reconocer en cualquier parte que eso nos pertenece, que ahí estamos, que sobre eso vivimos. Y que, a secas, vivimos, somos, sentimos. Los lugares como el teatro de nuestras operaciones sobre el tiempo y sus conexiones.
En la plaza de la St Paul's Cathedral de Londres hay plátanos con pinta de haber sido plantados no hace mucho. Inmediatemente me remitieron a los grandes plátanos que había en la calle donde estaba la casa de mis padres, y al largo tiempo que solía pasar mirándolos desde mi cuarto. Conectamos con lo que somos (y lo construimos) a través de esas partes del mundo. Y a la vez nos desacoplamos también de lo que somos mediante esos mismos trozos de mundo, sí. También somos adictos a trascender lo poco que normalmente conseguimos ser. Por eso cambiamos de lugar, por adicción a las vías muertas del tiempo (las "ramas muertas" del futuro, que las llamó I. Calvino), a los presentes improbables.
En fin. Sigo con Jakob Dylan: "Will it Grow" en modo repeat, como siempre.
"I made a promise to not let go
Our tug of war has only made me want you more
Steeped in hard luck and doomed to roam
My love is braver than you know"....
Estoy incubando una creciente manía contra la ausencia de circunstancias en textos y reflexiones. Cada vez me cuesta más comprender los pensamientos que genera el personal cuando omiten la referencia a las circunstancias (lugares, cosas, momentos, personas...) que los han generado, con los que tienen que ver. En fin, entre la Nocilla y el potato-girl-style-of-life pierdo neuronas a pasos agigantados.
"Damn this valley, Damn this cold
Take so long to let me know
It's plant and reap and plow and sow
But tell me will it grow"
Necesitamos florecer, saber que no hemos recorrido todos esos caminos en balde. Y besos querida N., no languidezcas, en seguida te explico el aire que respiro.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Ol' buddy...

Hay que ver, qué vida más azarosa la del candidato a PhD... El tren ha tenido que echar el freno de emergencia para no salirse de Durham. Vamos, que ni el apeadero de Tablada. Madrededios.... Con decir que en menos de quince minutos ya había levantado el acta de defunción de la ciudad: la única heladería medio decente que hay tiene unos helados demasiado empalagosos (oh, my chocolate midnight cookies...), y en el único cine en kilómetros a la redonda (que hace las veces de teatro, garito de información turística y sitio-de-cultura-en-general) no ponen más que Hellboy, o cómo se llame, hasta nuevo aviso. Digamos que esto no es Nueva York precisamente, ni falta que hace, por otra parte. Vale: tengo dos semanas para empezar a darle vida a la huerta que hay al lado de casa (también tengo un garaje lleno de alambre espinoso y oxidado: me gusta). Y también hay muy cerca un Tesco, donde, mientras me compraba una bici, una almohada, y el largo etcétera de cada septiembre (me deberían dar un bono por la de veces que he comprado este tipo de cosas en los últimos 6 años por ahí) me ha entrado un ataque de risa de los que suelen darme en situaciones de éstas: con tal de estar de acá para allá, acabo donde sea. Vamos que si me dicen esta tarde que aquí está el mejor departamento de geografía de todo UK (salvando Bristol, quizá) me echo a reír. Según pasaba por la universidad me he encontrado a un chino haciendo estiramientos en el césped, literal. Oye, me ha encantado. Luego había cuatro abuelas y un abuelo en la inmensidad de la catedral. Preveo que, entre la bici y los descampados del lugar, me lo voy a pasar en grande. Además, la "ciudad" tiene dos cosas estupendas, cortazarianas ambas: la continuidad de los parques y la velocidad de las nubes. Qué mareo toda la tarde: de momento, ya se ha puesto a llover. Es la danza natural de los vientos a lo largo del día. Te digo yo que cuando vuelva de Irlanda a finales de septiembre me mudo a Newcastle. P. y los demás geógrafos de Durham y Sunderland viven todos en el mismo barrio, donde hay también una abundante comunidad de judíos ultraortodoxos, por cierto. Lo mejor es que he arramblado con todos los mapas que indican caminos bike-friendly del norte del Yorkshire, Northumberland, el valle del Teesdale, y, claro, el Lake District... qué vicio.
Sí, ya, que no tengo ninguna gana de ponerme a la labor. En fin, 1 de septiembre...zzzzz....
To be continued.