miércoles, 3 de junio de 2009

Le plat pays, c'est loin... L'Adour, le bonheur, le vent qui souffle le soir...

La verdad es que empiezo a dudar seriamente de que vaya a salir con vida de este lugar. Por otra parte, mi tesis y mi hígado están tan íntimamente conectados que no creo que puedan soportar más la vie paloise... Otra noche sumando pintas por los pubs de la ciudad y hasta el moreno pirenaico se me va a desteñir. Mais bon, ça va... laisse-toi gâter! --Principio de acción indispensable según el manual de supervivencia oséznica para desplazamientos de recorrido medio, ya se sabe--. Así que so-sweetie-J. llega con sus mimos al caer la tarde (ponga una J. en su vida, o dos o tres, en cada puerto, que persistan en hacerle la vida más feliz). Y vamos de vuelta caminando por las isletas verdes, mojadas, bajo unos cedros inmensos y el olor de las coníferas, que pueblan jardines olvidados tras las viejas tapias. El tiempo se embarulla y se aligera sucesivamente, una explosión remota en mitad del cosmos y esa suavidad con que transcurren ciertas horas de verano. O será la dulzura de los días, imagino, y esa extraña mezcla de la ciudad: mitad provincial, mitad señorial, algo decadente y siempre "convivial", con ese aire gascuñés de las tardes ligeramente nubladas. Y andar descalza por la barandilla del boulevard, sobre los jardines, a la sombra de las palmeras, con el viento que traen las montañas y acaricia la piel de una forma que sólo sucede en primavera... después ya es otra cosa, un viento más seco o más necesario que se hace demasiado presente, ruidoso. Es esa curiosa inconsciencia de no saberse acariciado y, de repente, descubrir la caricia, como un tiempo nuevo que se abre cada vez, y cada vez enseña y cura, como una necesaria ternura que se impone con la rotundidad de su lógica. Así que J. vuelve a poner cara de no romper un plato, quizás alegre al saber que echará de menos esta complicidad. Et oui, bah, c'est bien ça qui nous tient à coeur.