Quizás hayan sido los paseos estos últimos días, en medio de la noche cerrada, bajo la tormenta de nieve, por el camino de la Morcuera arriba, pero el eco de la sonrisa bonachona de M. y ese acento inglés que tan entrañable se me vuelve a hacer ahora, no se apagan. Nottingham on my mind. Mientras el sol de febrero me deja flotando, con esa calidez extraña, casi de primavera, que se mezcla con el viento frío, tan querido siempre. Vuelvo a estos días bordeando la sierra nevada por la Cabrera y hacia el Lozoya para poder entrar por la parte baja del valle. Y al mirador se asoman las nubes, que ya van cubriendo Peñalara, mientras J. y J. sonríen en la foto, y es mi memoria, apenas me atrevo a recordar que ha sido así, que sigue siéndolo, y no es la ayuda lo que J. nos agradece, sino la amistad. Y acaso tengo miedo de estar otra vez en las mismas.
Quizá si supiera vivir de otra forma no echaría de pronto de menos, en medio de la mañana, en el tren, la risa de M., su andar garboso en un lunes frío por las calles de Madrid, mientras habla y pregunta, y se mezclan trozos de mundo y de continentes, viajes, lo que se acumula en los años. Y no quiero dejar que el día se lleve el recuerdo de cuando de repente echo de menos ese instante, pero ya se lo está llevando el tiempo que viene, que empuja. Sigo pensando que encariñarse es ese milagro de las cercanías que nos deja felizmente trastornados, echando de menos, sabiendo que se echará de menos.