miércoles, 28 de mayo de 2008

La rueda de los días se enquista, quelque part. Va pasando, sin embargo, mayo en silencio, tiemblan las ventanas con el ruido de los coches en la calle, llueve, vuelve el frío desde abajo. Este otoño metido a traición en la primavera, un frío sereno en cada tarde, y el agua que ha traído de nuevo la vida, la vegetación. Todo fulgura con las luces transparentes, las hojas esparcen sus brillos verdes en el horizonte, recién estrenados sus colores. Las jaras clarean enseñando el blanco de sus flores y desprenden ese olor pegajoso que es parte del pasado. Los piornos cubren de amarillo las laderas pedregosas. Todo vuelve a trepar, y unos pollinos, traídos de Dios sabe dónde, hacen del pantano un parque temático más. Orejas de burro en la tarde. La Maliciosa verdeando bajo las sombras alargadas y densas de las nubes. La lluvia que cae a lo lejos, cegando la Pedriza, estrechando el cielo.
Y luego están las consecuencias perniciosas del "efecto apego": uno se acostumbra a ciertas cercanías y cuando faltan, se descubre esperándolas sin querer. Uno se encuentra queriendo que pase lo que ha venido pasando hasta ahora. Pero no pasa, no llega. Una anomalía se instala en el presente, en el que las líneas de antes se han descolocado, todo se mueve ahora atendiendo a otros impulsos, regido por otras fuerzas, para las que desconocemos las causas, las normas, las regularidades.
Por otra parte, todo llega de dos en dos. La emoción de dos destinos que llegan al mismo tiempo, pero que abren dos trayectorias distintas, divergen, y en el mismo punto despliegan su presencia como una promesa.
Junio. Versos de Yeats y sus "brilliant creatures". Trabajo, viajes, encuentros, carreras, el paseo cotidiano entre castaños. Y volver a la sensación antigua de que era aquella locura lo que buscábamos: "Poseo mi alma. El secreto de Virginia Woolf" de Nadia Fusini. El sabor de junio. Aquello que excede, que es excesivo, esa sensación certera de que es la vida lo que llega y toca y quema. Esa visión que nos abisma y queremos retener por un momento. "La densidad impenetrable del enigma que es el mundo", el desamparo, "la apremiente ternura". "Para vivir no era esencial curarse", sino acaso controlar lo que nos desborda, habitar junto a lo más oscuro, rodear los nombres de lo que nos pasa. Ver de más, saber de menos, sentir por encima de lo razonable. Virginia y los lobos de la noche, "una aleta de pez".