lunes, 12 de mayo de 2008

Huir del tiempo, abrazar la noche. El dolor descarga, como las nubes, al inicio de la mañana, y conforme se oscurece la tarde son otros los que cargan con él, y a veces pareciera que se van quedando atrás, nosotros, mientras otros ya van más ligeros. Es una dinámica perversa la del con-. Hablamos y todo se contagia, escuchamos y sucumbimos, no hay límites entre los otros y nosotros. Eso elige uno, vivir más allá de la dureza y la distancia, sabiendo lo que habrá de pasar.
Pero ayer todavía estaban verdes los campos, y a ratos de un amarillo brillante y ondulado, salpicado de amapolas y de sombras al caer de las pequeñas colinas, al girar de la vieja carretera. El mediodía era limpio y las nubes grandes, el aire todavía retenía algo del frío, como un pasado cercano que no termina de irse. El invierno nunca se va muy lejos.