Huir del tiempo, abrazar la noche. El dolor descarga, como las nubes, al inicio de la mañana, y conforme se oscurece la tarde son otros los que cargan con él, y a veces pareciera que se van quedando atrás, nosotros, mientras otros ya van más ligeros. Es una dinámica perversa la del con-. Hablamos y todo se contagia, escuchamos y sucumbimos, no hay límites entre los otros y nosotros. Eso elige uno, vivir más allá de la dureza y la distancia, sabiendo lo que habrá de pasar.
Pero ayer todavía estaban verdes los campos, y a ratos de un amarillo brillante y ondulado, salpicado de amapolas y de sombras al caer de las pequeñas colinas, al girar de la vieja carretera. El mediodía era limpio y las nubes grandes, el aire todavía retenía algo del frío, como un pasado cercano que no termina de irse. El invierno nunca se va muy lejos.
Pero ayer todavía estaban verdes los campos, y a ratos de un amarillo brillante y ondulado, salpicado de amapolas y de sombras al caer de las pequeñas colinas, al girar de la vieja carretera. El mediodía era limpio y las nubes grandes, el aire todavía retenía algo del frío, como un pasado cercano que no termina de irse. El invierno nunca se va muy lejos.