Iba a decir que lo mejor de hoy han sido las zapatillas tiradas en mitad del pasillo porque he estado todo el día tropezándome con ellas, enredándome, pisoteándolas cada vez que pasaba --casi tenemos un disgusto--, y porque a pesar de todo me siguen recordado lo mucho que me gusta el desorden, que cada cosa esté fuera de su sitio. Pero luego han venido otros aromas y, con ellos, la memoria de lo apacible. Y eso es mejor aún. Tal cual, la memoria de lo apacible, de casas junto al mar, de las ruinas del tiempo llegando a la orilla, sin prisas; de mantas sobre sillones frente a la chimenea, del rayo de luz que pasaba entre los postigos muy de mañana, de beber a sorbitos, de saberse descalzo, de leer sin motivo. Porque lo apacible no tiene motivos, se deja llevar, y es pura nostalgia. Todo lo trastoca la memoria, porque lo que es yo no recuerdo haber pasado unas solas vacaciones sin estudiar, y sin embargo, recuerdo casas frente al mar, el tiempo en la orilla, la paz del cuerpo, los campos. Recuerdo la lluvia en la noche, la nieve en el norte, el silencio en el valle; el rojo en la tierra, abrazos de vuelta, pereza sin tregua.