Del martes quedó el libro de Marie Luise Kaschnitz, Lugares, apuntes de una geografía europea hecha de retazos de memoria, sensaciones, hilos de afecto sobre un mapa contrito y ruinoso, guerrero, y otrora. Después, la sonrisa del ángel de la guarda y sus ojos relucientes, ese ser rebosante de energías que, sin quererlo, siempre contagia, aún cuando más cabezotas andamos. Ahí está en el final de la tarde, entre los cubos de la plaza y los cines, paseando con su ruido de campanillas, junto al rubio de piel rosada. Queda también "The Kite Runner", aunque sea por mala y facilona, capaz que los americanos se tragan sus propias historias y se quedan tan contentos. Maniquea, plana, sentimental, un desastre. ¿Qué le pasa a Marc Forster con la infancia?
Y a la vuelta, el hallazgo: un globo terráqueo de plástico, roto y rajado por la línea del Ecuador, arrinconado a los pies de un cubo de basura, en la soledad de la calle. La noche me convirtió en héroe de paso: lo rescaté, salvé el mundo en un segundo, qué menos. Ahora es un mundo con celofán y esparadrapo, renqueante pero digno, sonriente en lo alto de una estantería. Lo cuidan los girasoles.