miércoles, 27 de febrero de 2008

Hay días en los que sabemos que va a ser imposible, días que desde el inicio están marcados por una lejanía o una debilidad que se nos amontona en la garganta, nos llena de silencio: la memoria desciende por las laderas de la mañana, y al mediodía ya va arrollando cuanto se interpone en su camino. La memoria nos inserta en historias de las que, de repente, no podemos hacernos cargo, se nos hace demasiado onerosa su súbita irrupción. Una partida de nacimiento, de 1902, y unas escrituras en las que se notifica la orfandad de tres niños y una niña, en un Granada de antes de la guerra. Se adjudica una tutela, a su tío --el padre de quien luego será la mujer de uno de esos niños--. Apellidos mezclados que suenan familiares y a la vez remotos. El Granada de antes de la guerra, sí, así suena, ese lugar que ahora parece naranja y azul, alegre, revuelto, y en la memoria es el edificio de unos niños sin padres, la tuberculosis, unos pantalones cortos, y las rodillas magulladas en la calle en cuesta; el gris y esas cuerdas sobre las que saltan las niñas, con sus canciones, son patrimonio del pasado, y en pasado nos ofrecen su pálida sonrisa. El amarillo pretérito de las hojas, un cajón atestado de recuerdos cuyo rumor nos sobrepasa.
¿De qué tipo de fuerza debió de armarse Sebald para poder escribir "Austerlitz"? Me admira, francamente.
La memoria lo arrolla todo cuando llega, y reconocerse en ella, darle un espacio y un orden, afrontarla, es un esfuerzo ímprobo. La mayoría preferimos cerrar los cajones, no escuchar el llanto de quienes arrolla el pasado una mañana cualquiera al abrir un cajón, ellos, que sí son parte directa de la historia y reconocen los apellidos, su orden exacto, y asienten a la manera en que, desde allí lejos, el recuerdo nos pide paso, nombre, presencia.
Mientras, subo el volumen de la música, para no escuchar otras cosas. Pero es peor el remedio que la enfermedad. Antonio Vega me lleva más lejos aún, y me deja en esa isla extraña donde se arrumban los cuerpos... por una sensibilidad eternamente herida... Y aún así, "me quedo contigo".