Sigue el manto verde de los pinos de estas colinas cercanas trayendo su aroma mediterráneo. Un año después ya. La luz se cuaja estos días de una neblina tersa y difuminada, y no termina de decidirse el cielo por el frío claro, pues la humedad entibia las casas, los cuerpos, las miradas. Dritte Adventswochenende. Mientras, alumbran dos velas la llegada de la tercera, y suena das, das sein muss. "Ärgre dich, o Seele nicht", aunque enseguida es Roma quien llama y pide y proclama. Ceden los coros, y vuelve una sonoridad más acorde con estas tierras. Un dolor nuevo se instala poco a poco y es la espera misma, el sabor agrio de la incertidumbre, el ritmo lento de lo que crece y fructifica y duele, dentro, carne sobre carne. Tras las casas y patios, con ese aire lejanemente palermitano y derruido, ocre y azul, el cielo blanquecino murmura sus acordes, dejando caer monótonamente hilos de niebla, lamentos suaves, perezosos. Pasa la noche, un día y otro día más, y cualquiera de estas tardes destempladas impone su belleza de música lejana, que resuena ahora en casa con los los tonos de los Madrigali guerreri et amorosi de Monteverdi. Después poco queda del dolor, cuando en la oscuridad que protege al Misterio vence la Luz, y cubre el alba de destellos la noche. Cruza un instante con pasos pequeños la nave, devota oración, prendiendo el silencio de ruegos. No hay ya "más tarde", ni "luego", ni acaso después venidero que habite este tiempo.