martes, 16 de junio de 2009

Conduje por esta ventana del cielo, de vuelta a Madrid, atolondrada todavía por los sinclinales de Marboré, por la enormidad desbordante del gran encabalgamiento de Gavarnie, por el viento cargado de sombras grises que subía desde el circo de Cotarueto y cortaba por la Brecha de Rolando, para caer a los dominios nevados del norte, frente a los Sarradets, y de vuelta a los pies del Taillón, bajando por la media ladera, mezclándose con el eco lejano de los torrentes y los silbidos de las marmotas.
Ayer, de bajada al sur por Bielsa, aún me sorprendió el sol en el valle de Pineta, con la quietud de la tarde después de las tormentas, y el Cilindro entre las nubes, los lagos colgados y llenos de hielo todavía, y la subida a Aínsa para ver por última vez las Tres Sorores, antes de darse la vuelta, la espalda, el silencio, hacia el cielo rayado de las autopistas.