
Conduje por esta ventana del cielo, de vuelta a Madrid, atolondrada todavía por los
sinclinales de
Marboré, por la enormidad desbordante del gran encabalgamiento de
Gavarnie, por el viento cargado de sombras grises que subía desde el circo de
Cotarueto y cortaba por la Brecha de Rolando, para caer a los dominios nevados del norte, frente a los
Sarradets, y de vuelta a los pies del
Taillón, bajando por la media ladera, mezclándose con el eco lejano de los torrentes y los silbidos de las marmotas.
Ayer, de bajada al sur por
Bielsa, aún me sorprendió el sol en el valle de
Pineta, con la quietud de la tarde después de las tormentas, y el Cilindro entre las nubes, los lagos colgados y llenos de hielo todavía, y la subida a
Aínsa para ver por
última vez las Tres
Sorores, antes de darse la vuelta, la espalda, el silencio, hacia el cielo rayado de las autopistas.
