El tiempo de los coches en las tardes azules, y el cielo como una sombra gris de pájaros, entre las carreteras de un desierto, al oeste. Tardes pespunteadas por una ilusión creciente, en la levedad de los viajes y la despreocupación del movimiento. Nostalgia de lo último que ha pasado, de la huella mojada que aún queda cuando el mar se ha retirado de su última ascensión. Después, la soledad del cuerpo ya en días sin azul. Y la extrañeza de quien no encuentra lo humamo, sino un persistente rechazo de la ternura que nos colma y nos hace comprendernos, aquí, cuerpos caídos, sonrisas fatigadas, dulzuras que extenuan la noche con su irreverente capacidad de creer y acompañar. Creer, por encima de la dureza escéptica del mar en retirada (y siempre hay alguien que llega a nuestra vida salpicando sus olas frías, y viene luego a retirarse con la tarde).
Benedetti, con su media sonrisa -medio alegre, medio triste, eterno bigote- llega en la tarde en que resuena el azul de los desiertos. Llega nombrando precisiones para estar avidez de ternura. "Los sentimientos se deslizan, a veces se refugian en guaridas de amor, pero cuando emergen al aire preso o libre, dan el color del mundo, no del universo inalcanzable sino del mundo chico, el contorno privado en que nos revolvemos. Gracias a ellos, a los sentimientos, tomamos conciencia de que no somos otros, sino nosotros mismos. Los sentimientos nos otorgan nombre, y con ese nombre somos lo que somos." (Mario Benedetti, Vivir adrede).
Y pensar que nos llaman sentimentales...
Probablememnte no superamos, ni dejamos atrás, lo que no hemos llegado a comprender, precisamente porque al no haberlo podido comprender se nos hace imposible "elaborar" la experiencia, articular coherentemente la historia. Lo que queda sin respuesta, sin explicación, como una isla de incredulidad en un océano de buena voluntad. Es como esos mapas de un disco duro dañado en que hay áreas tachadas que el ordenador ya no puede leer. Así pasa el corazón o la mente por algunos acontecimientos del pasado.
Y pensar que nos llaman sentimentales, que lo sucedido se queda a veces solo, flotando, aislado y sin respuesta. Como una zona rayada de la biografía.