miércoles, 20 de febrero de 2008

"Cada herida, cada cicatriz, cada laceración dejada por las tormentas, los roces, los tropiezos, las caídas, las infecciones y los golpes endurece la carne, haciéndola silenciosa e inexpresiva. Las heridas son tan sólo la resistencia, la imborrabilidad del dolor. Sólo se abren ante sí mismas, y ante más dolor. Se abren sobre un cuerpo que es una lesión en el tejido de palabras y discursos y en las redes del poder." Alphonso Lingis, Abuses.
Esto ni se glosa. Pero sigo fiel a la cita (a la de citar y a la de convocar, lanzar señales de humo). ¿Llegará a Wonderland? I hope so. Miércoles, día para olvidar en las estepas del sur. Amaneció gris, pero quedó buena tarde, con mucha actividad en las alturas, radiación, corrientes, limpidez y un deseo bajando la escalera del cielo: porque en la tierra sólo cuentan los cuerpos, y lo que mueve a los cuerpos. Por eso los deseos bajan del cielo, para poder ser ciertos, tener lugar, aliento. ¿Por qué será que lo conocido tiene tanta inercia? Nos embrolla en su apariencia cercana, en la facilidad de lo cotidiano, de quien se sabe que ha estado siempre ahí, paso a paso, como una realidad incuestionable. Es inútil luchar contra ese cúmulo de horas y horas pasadas, posadas.
En fin. Hoy solo soñar con dormir, ni dormir soñando ya siquiera. Sólo dormir, la tregua, y antes, un poquito de Manganeli y más Benedetti.